lunes, 27 de agosto de 2012

San Juan de Ávila (III)

La vida y el estilo apostólico de san Juan de Ávila, sus obras escritas pero igualmente su ejemplo de vida, son hoy una referencia segura y clara para evangelizar como él. Fue llamado "Maestro de santos" y con razón, porque la evangelización tiende a llevar a todos a la conversión y a la santidad de vida.

Nuestros tiempos son tiempos de reforma y evangelización, como lo fueron los de san Juan de Ávila en el siglo XVI, durante y después del Concilio de Trento. Acercarse al Maestro Ávila puede abrirnos perspectivas así como centrarnos para no confundir evangelización con cualquier actividad o entretenimiento buenista.


"Ejemplo para la nueva evangelización

            Los distintos campos y dimensiones de nuestra pastoral y de la nueva evangelización, a la que estamos convocados, se ven iluminados y fortalecidos a la luz de los escritos y vida de este santo pastor y evangelizador.

            En el campo de la catequesis Juan de Ávila es un buen modelo y estímulo para nosotros hoy. Él sabe transmitir con seguridad el núcleo del mensaje cristiano y formar en los misterios centrales de la fe y en su implicación en la vida cristiana; provoca la adhesión a Jesucristo y llama a la conversión. Inventa un catecismo en verso para cantar con los niños, con tanto éxito pedagógico que los jesuitas lo adoptaron en sus Colegios, y se extendería por buena parte de España, y particularmente por América, e incluso en África. Su método tenía, además, la particularidad de que los mismos niños se convertían en catequistas de otros niños. Los consejos que escribe para los catequistas son sumamente prácticos y actuales. Al Concilio de Trento pide que urja la catequesis y le manifiesta la conveniencia de que se haga un catecismo para toda la cristiandad. Éstas y otras son las facetas en las que el estilo de este gran catequista sigue siendo de plena actualidad.



           Respecto a la pastoral de la educación y de la cultura, de tanta importancia en nuestros días, Juan de Ávila fue un pionero. El fundó una Universidad, dos Colegios Mayores, once Escuelas y tres Convictorios para formación permanente integral de clérigos. Varias de estas escuelas y colegios eran para niños huérfanos y pobres. Buscaba con ello lo que hoy llamamos la formación integral con una orientación cristiana de la vida. Para sacar adelante esas obras tuvo que relacionarse con personas amigas y él mismo pedir limosna. Hacía notar a los gobernantes la importancia de las escuelas de niños por “ser aquella edad el fundamento de toda la vida” y que las tenían que establecer “a costa de dineros de la ciudad”. También al Concilio de Trento le insiste en el mismo tema e incluso propone la oportunidad de establecer escuelas nocturnas de adultos.

            Él encarnó en su vida la pobreza y el amor a los pobres. Cuando celebró su Primera Misa en Almodóvar, repartió todos sus bienes entre los pobres. Se hospedaba y vivía en casas pobres, como la que todavía se puede visitar en Montilla. Quería imitar así el ejemplo de Cristo, que nació, vivió y murió en pobreza. Como criterio de discernimiento en los candidatos al sacerdocio señala el espíritu de pobreza, y de los sacerdotes dice que son “padres de los pobres”. Llama la atención de los gobernantes para que se preocupen de los pobres, eviten gastos superfluos y proporcionen trabajo para todos. Al Concilio de Trento le pide que se renueven las cofradías o hermandades en su proyección social y que en cada pueblo exista al menos una que cuide de los pobres. Pone como ejemplo a las que tienen un hospital, como el fundado por su discípulo San Juan de Dios. Las mismas escuelas que él fundó iban destinadas preferentemente a niños pobres, consciente de que no basta una caridad asistencial, sino que se necesita también la promocional. Mensaje y ejemplo que anima el compromiso de amor preferencial a los pobres en el que estamos empeñados.

            La dimensión sacramental es central en su predicación y sus escritos: la clave de la vida cristiana y de toda la espiritualidad está en la vida divina y la filiación adoptiva recibida en el bautismo. Es un enamorado de la Eucaristía, de la que habla y escribe con corazón enardecido. Particularmente a los sacerdotes aconseja una celebración fervorosa de la Santa Misa, lo cual exige recogimiento y santidad de vida. Él se pasaba horas ante el sagrario, donde Cristo “se quedó por el gran amor que nos tiene”. Es un apóstol de la comunión frecuente y un precursor de la comunión diaria, a la vez que exhorta a la debida preparación. Insiste en la importancia de que el pueblo conozca la doctrina eucarística. Conservamos veintisiete sermones suyos sobre la Eucaristía, muchos de ellos predicados en la fiesta del Corpus, a la que le tenía especial devoción. Su sello personal era un motivo eucarístico. Y junto a la Eucaristía, el sacramento de la penitencia, al que dedicó muchas horas como confesor, sabiendo que es el lugar donde se restablece la amistad con Dios, y al que exhortaba continuamente en sus sermones.

           Y en medio de su actividad apostólica, la oración. En ella templaba su alma para la predicación. Como dice su biógrafo Muñoz, “vivía de oración, en la que gastó la mayor parte de su vida”. Ordinariamente oraba dos horas por la mañana y dos por la tarde. La define como “una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios”. Continuamente exhorta a tener experiencia de oración, que no es tanto cuestión de métodos, sino de actitud filial y de humildad y simplicidad de niños. Fue en ello un verdadero guía, y, a través de sus escritos, puede seguir siéndolo para nosotros, particularmente hoy, que tanta necesidad tenemos de oración y de maestros de oración, porque, como él escribía, “los que no cuidan de tener oración, con sola una mano nadan, con sola una mano pelean y con un solo pie andan”.
  
          No podemos dejar de recordar un aspecto que fue preocupación principal en su trabajo apostólico: la pastoral vocacional. En primer lugar volcó lo mejor de sus afanes en la formación de los candidatos al sacerdocio, consciente de que la clave de la verdadera reforma de la Iglesia estaba en la selección y buena formación de los pastores, tal como escribía al Concilio de Trento. En su tiempo no había escasez de candidatos al sacerdocio, como ahora; el problema era las motivaciones y la calidad de la formación tanto intelectual como espiritual. La institución de sus Colegios universitarios y convictorios estaba destinada a tal fin. Y de igual modo animará a que en cada Diócesis se instituya un Seminario donde se discierna la vocación y, con doctrina y buenos ejemplos, se forme bien a los candidatos, que han de buscar servir a Cristo y edificar a las almas y no rentas ni dignidades. También se preocupó de las vocaciones a la vida consagrada. Tenía habilidad especial para “ojear” la vocación, como el decía, y en la dirección espiritual orientaba a buscar la voluntad de Dios y a valorar la consagración como un tesoro. Y a los padres, que también entonces ponían dificultades a la vocación de sus hijos les decía: “aunque giman con amor de los hijos, vénzanse con el amor de Dios”. Por todo ello es un buen ejemplo para impulsar nuestra pastoral vocacional en estos tiempos de sequía de vocaciones. Y una buena referencia para orientar acertadamente la formación de nuestros Seminarios y, con ella, la renovación de la Iglesia y la evangelización de nuestra sociedad.

6 comentarios:

  1. San Juan de Ávila tenía el más alto concepto de la predicación como "el medio para engendrar y criar hijos espirituales". "Faltando este ministerio, dice, qué bien puede haber sino el que vemos: que en tierras donde falta la palabra de Dios apenas hay rastro de cristiandad". Esta firme creencia le llevará a buscar los medios para formar predicadores y confesores como dos pilares del ministerio sacerdotal.

    Hoy la Iglesia celebra la vida de santa Mónica que engendró no sólo física sino también espiritualmente, por medio de su fervorosa oración, a nuestro gran amigo san Agustín.

    ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Julia María:

      hoy no añado ni quito nada a sus palabras.

      Saludos!!

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  2. Me pregunto si le daría tiempo a dormir. Porque con tanta actividad y sin embargo ¡cuatro horas de oración! Aunque el secreto de ésto parece que lo cuenta él mismo. El, realmente nadaba con ambos brazos y caminaba con ambos pies.

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    1. Mucho no dormía... Desde las nueve y media de la noche a las tres o cuatro de la mañana; menos mal que aconsejaba descansar algo o dormir después de almorzar.

      Lo fundamental, a mi entender, es tener un horario de vida intenso, un orden, y no andar perdiendo el tiempo. Cuando no hay orden se acude a mil frentes sin resolver ninguno, se pierde el tiempo y es todo infructuoso. El orden es fundamental en la vida. Entonces se integra el sueño, la lectura y estudio, el trabajo y el tiempo reservado para el Señor.

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  3. Padre, este texto da lugar a mucha reflexión y a mucha crítica y autocrítica. Realmente intenso, todo un ejemplo. Muchas gracias, Padre. DIOS le bendiga.
    Aprendiz2, intuyo que a San Juan de Ávila le preocupaba mucho más la oración que el sueño. Es posible que debiéramos hacer lo mismo, es una actitud evangélica. Alabado sea DIOS

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    1. Son textos intensos , desde luego, que pretenden acercar la figura de san Juan de Ávila y darlo a conocer a todos, superando los círculos estrictamente sacerdotales.

      De verdad, es un santo interesantísimo.

      Respecto al sueño, Antonio, me remito a mi comentario a Aprendiz".

      Saludos, in Domino.

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