Muchas veces canta la liturgia este salmo que es un salmo profundamente pascual: habla de vida, resurrección, despertar y gloria.
“Señor escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño”. Solamente Cristo puede rezar esto en verdad, porque, por debajo de Cristo, algún que otro engaño hay en nuestros labios, sea por lo que decimos, sea por lo que exageramos en la parte de verdad que decimos, sea por lo que callamos, o sea por las mentiras que decimos. Pero eso de que “en nuestra boca no hay engaño”, sólo lo puede decir Cristo. Él es la Verdad, y en él no hay mentira.
“Señor escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño”. ¿Dónde puede pronunciar esto Jesucristo? En la cruz. En la cruz donde está siendo perseguido, donde está clamando al Padre, y donde le está diciendo al Padre que “en sus labios no hay engaño”, que Él ha proclamado sólo la Palabra de la verdad y le crucifican por la Palabra de la Verdad y pide la protección del Padre. ¡Ah!, la mentira no puede resistir a la Verdad; el príncipe de la mentira, el que es mentiroso desde el principio, ha quedado al descubierto ante Quien es la Verdad.
Sigue haciendo memoria de corazón, y le recuerda al Padre: “Mis pies estuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos”. Cristo es la rectitud. Cristo va por el camino recto “con el corazón ensanchado” guardando tus mandatos. “No vacilaron mis pasos”. Y en esa confianza le dice al Padre: “Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío, inclina el oído y escucha mis palabras”. Hasta en los momentos de persecución, la oración de Cristo es oración de confianza. No se rebela, no desea el mal a nadie, no se enfada con Dios, tan sólo se acoge a la misericordia y al corazón de su Padre.
“Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas, escóndeme”. De nuevo nos sale la imagen de las alas como la gallina que cuida de los polluelos, o del águila que va revoloteando y cubre a sus pequeñuelos para que no les pase nada. Así el Padre cubrirá con sus alas a Cristo. No permitirá que le pase nada a Cristo. “Guárdame como a las niñas de tus ojos”, como a lo más querido, “a la sombra de tus alas, escóndeme”.
Y termina el salmo, y ésta es la clave más importante: “pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante”. Si recordáis el salmo número 3, “puedo acostarme y dormir y despertar”, se aplica a Cristo así: acostarme en la cruz, dormir en el sepulcro, despertar en la resurrección; la misma imagen está diciendo este salmo, tal como lo interpreta la Iglesia. “Al despertar me saciaré de tu semblante”, al despertar en la mañana de la resurrección, Cristo se saciará, disfrutará enormemente, quedará lleno, contemplando el semblante, el rostro de su Padre. Es un anuncio de resurrección, anuncio de vida.
Sigue haciendo memoria de corazón, y le recuerda al Padre: “Mis pies estuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos”. Cristo es la rectitud. Cristo va por el camino recto “con el corazón ensanchado” guardando tus mandatos. “No vacilaron mis pasos”. Y en esa confianza le dice al Padre: “Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío, inclina el oído y escucha mis palabras”. Hasta en los momentos de persecución, la oración de Cristo es oración de confianza. No se rebela, no desea el mal a nadie, no se enfada con Dios, tan sólo se acoge a la misericordia y al corazón de su Padre.
“Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas, escóndeme”. De nuevo nos sale la imagen de las alas como la gallina que cuida de los polluelos, o del águila que va revoloteando y cubre a sus pequeñuelos para que no les pase nada. Así el Padre cubrirá con sus alas a Cristo. No permitirá que le pase nada a Cristo. “Guárdame como a las niñas de tus ojos”, como a lo más querido, “a la sombra de tus alas, escóndeme”.
Y termina el salmo, y ésta es la clave más importante: “pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante”. Si recordáis el salmo número 3, “puedo acostarme y dormir y despertar”, se aplica a Cristo así: acostarme en la cruz, dormir en el sepulcro, despertar en la resurrección; la misma imagen está diciendo este salmo, tal como lo interpreta la Iglesia. “Al despertar me saciaré de tu semblante”, al despertar en la mañana de la resurrección, Cristo se saciará, disfrutará enormemente, quedará lleno, contemplando el semblante, el rostro de su Padre. Es un anuncio de resurrección, anuncio de vida.
También nosotros podemos decirle al Señor en cada ocasión, a la noche cuando nos acostemos: “al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”. Nos levantaremos y disfrutaremos del Señor, contemplaremos el rostro de Dios, y “caminaremos en la presencia del Señor en el país de la vida”.
Buenos días don Javier. ¡Qué bello es tener esperanza! y tenerla sólida con la garantía de la palabra de Dios sin más primas ni riesgo, la entrada sirve de meditación del primer misterio.Un abrazo.
ResponderEliminarMi amén, emocionado.
ResponderEliminar¡Qué Dios les bendiga!
Preciosa entrada,profunda y verdadera.
ResponderEliminarMil bendiciones.
Hola, Padre, una vez más nos regala la belleza de sus reflexiones, haciendo los salmos más profundos, más claros y más hermosos de lo que una primera lectura podríamos creer. A mi personalmente los salmos, no me parecen fáciles de entender, sobre todo en su conexión profética con el Nuevo Testamento. Hace no demasiado tiempo leí un libro de C.S. Lewis sobre los salmos, puede que las reflexiones sobre los salmos sobre los que escribes sean mucho más ingeniosas, ocurrentes o sesudas, pero no incidía tanto en esas conexión con el Nuevo Testamento que tanto me ha interesado en usted.
ResponderEliminarBueno, es posible que el señor Lewis, tampoco pretendiera profundizar en ese aspecto. Muchas gracias, Padre por seguir enseñándonos. DIOS le bendiga.