jueves, 16 de agosto de 2012

San Juan de Ávila, doctor (I)

En octubre, como bien sabemos, será elevado al rango de los Doctores de la Iglesia, un sacerdote de una pieza, san Juan de Ávila. Sus escritos se ofrecen entonces como una referencia segura y lúcida para toda la Iglesia.

Sin embargo, tal vez pueda parecer que el patrono del clero diocesano español está circunscrito a ámbitos sacerdotales y sea necesario darlo a conocer a todos, difundir su devoción y animar, cómo no, a leer sus escritos.

Como preparación para la proclamación del Doctorado de san Juan de Ávila, vamos a ir aquí leyendo diversos documentos que nos muestren la amplitud del ministerio, de la doctrina y de la vida de este gran santo.

El primer documento será el Mensaje que la Conferencia episcopal española ofreció con motivo de las celebraciones del V centenario de su nacimiento.


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Queridos hermanos y hermanas:

            El día 6 de enero se cumplirán 500 años del nacimiento de San Juan de Ávila, Patrono del clero secular español. La celebración de este Vº Centenario nos invita a reavivar en nuestra vida y en nuestra acción pastoral el deseo de imitar al santo Maestro Ávila. Su recia personalidad, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la Iglesia, su ardor y entrega apostólica son estímulos permanentes para que vivamos en fidelidad la vocación a la que Dios nos llama a cada uno y seamos sus testigos en los comienzos de este nuevo milenio.           

           Damos gracias a Dios por el regalo de este santo y por los reconocimientos que la Iglesia ha hecho de él: la beatificación, por parte de León XIII el 6 de abril de 1894; la declaración como Patrón principal del clero secular español por Pío XII el 2 de Julio de 1946; la canonización por Pablo VI el 31 de Mayo de 1970. Y esperamos que al título de “Santo” se le añada pronto, si la Iglesia lo considera oportuno, el de “Doctor” de la Iglesia universal.

Sabio maestro y consejero experimentado

           San Juan de Ávila fue una vocación para la reforma que la Iglesia necesitaba en momentos de profunda crisis. Es una de las figuras más centrales y representativas del siglo XVI, escogido por los mejores. Destacó, ya en su tiempo, por la calidad de su doctrina teológica y la sabiduría de sus consejos como guía espiritual, en unas circunstancias en las que la Iglesia y la sociedad del siglo XVI necesitaban guías experimentados que las renovaran. Convenientemente preparado en su villa natal de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), según las costumbres de la época, bajo tutores personales, a los catorce años ingresó en la Universidad de Salamanca, una de las más prestigiosas del mundo de entonces. Después de cursar estudios de Leyes durante tres años, sintió una llamada de Dios y volvió a la casa familiar para consagrarse a una vida de oración y penitencia. Tres años llevaba en este género de vida, cuando un religioso de San Francisco le aconsejó que se dedicara al estudio de la Filosofía y la Teología en la recién fundada Universidad de Alcalá, a fin de prepararse para recibir las Órdenes sagradas y poder así ayudar mejor a las almas. Tanto adelantó en estos estudios y en el conocimiento de la Sagrada Escritura, que sus mismos maestros, entre ellos el teólogo Domingo de Soto, vistas la agudeza de su ingenio, la admirable memoria y su incansable aplicación al estudio, auguraron que en breve llegaría a ser uno de los hombres más sabios de toda España.


            Enriquecido con este tesoro de ciencia humana y teológica y ordenado sacerdote, se consagró a enseñar con su predicación, cartas, consejos y tratados espirituales a personas de toda edad, estado y condición social. Ejerció su magisterio directo en la región de Andalucía, tan necesitada en aquel momento de doctrina, pues, islamizada durante siglos, se encontraba en plena reconstrucción cristiana y social. A esa renovación contribuyó decisivamente Juan de Ávila.

            Lo mismo exponía desde la cátedra las Sagradas Escrituras con eruditos comentarios, que enseñaba los rudimentos de la doctrina cristiana en lenguaje sencillo a los niños y aldeanos. Las innumerables cartas que escribió nos han dejado un elocuente testimonio de su santidad y de su sabiduría. A pedir consejo acudían a él en su retiro de Montilla o le escribían jóvenes buscando orientación y discernimiento vocacional, casados que pedían consejo, políticos y hombres de gobierno, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que buscaban una palabra de aliento o de luz. Se relacionó con personas de talla espiritual tan sobresaliente como San Pedro de Alcántara, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja, San Juan de Ribera, Fray Luis de Granada, etc.

           En algunos influyó de manera decisiva. Así ayudó a San Juan de Dios en el proceso de su conversión y en su posterior camino espiritual. A su vez, la gran mística española, Santa Teresa de Jesús, declarada por Pablo VI “Doctora de la Iglesia”, en un momento en que su experiencia mística era cuestionada por muchos, hace llegar el Libro de la Vida al Maestro Ávila, explicando: “yo deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a escribir; porque como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, ya que no me queda más para hacer lo que es en mí”. San Juan de Ávila le da su juicio favorable en una carta que ha sido calificada de llave de oro de la mística española del siglo XVI, por haber dado el visto bueno a la doctrina espiritual de la santa Doctora en un momento en que no por todos era admitida.

            Nuestro Santo cuidó continuamente su formación, tanto en los aspectos humanos e intelectuales como los espirituales y pastorales. Era gran conocedor de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia, de los teólogos escolásticos y de los autores de su tiempo. Estudia y difunde la doctrina de Trento, para salir al paso de las opiniones de los reformadores, de las que estaba al tanto. Su Biblioteca era abundante, actualizada y selecta, y dedicaba al estudio, con proyección pastoral, varias horas al día. Sin embargo, la fuente principal de su ciencia era la oración y contemplación del misterio de Cristo. Su libro más leído y mejor asimilado era la cruz del Señor, vivida como la gran señal de amor de Dios al hombre. Y la Eucaristía era el horno donde encendía su corazón en celo ardiente. Así Fray Luis de Granada podía decir de él que “las palabras que salían como saetas encendidas del corazón que ardía, hacían también arder los corazones en los otros”.

6 comentarios:

  1. "Al lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy perjudiciales a quien las cree, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la mentira que tiene apariencia y se usa (el mundo, en palabras del santo, es la ceguedad y maldad y vanidad, que los hombres apartados de Dios inventaron, rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y gracia de Dios, siguiendo su voluntad propia y no sujetándose a la de su Criador)
    ...
    Y si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer desmayar al caballero cristiano, alce sus ojos a su Señor, y pídale fuerzas, y oya sus palabras que dicen así: Confiad, que yo vencí al mundo".

    ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Si no me falla el olfato, ha traido una cita del Audi filia.

      Aconsejo a todos que busquen esta obra, como un perfecto manual o itinerario de santidad, tremendamente práctico.

      Hay una edición de bolsillo en ed. Paulinas muy bien preparada.

      Y saludos para vd. y la Colmena. Sigo con vuestra Medalla colgando al cuello.

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    2. Excelente olfato, Audi, filia, "A quién no debemos oír". Olvidé citarla.

      Muy honrados por su afecto a nuestra Medalla, don Javier.

      Buenas noches.

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  2. Yo no conozco nada de su obra. He escuchado comentarios sueltos aquí y allá. Padre, ¿podría recomendarme alguna de sus obras para empezar a conocerle?
    Muchas gracias.
    DIOS le bendiga.

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    1. Antonio:

      Me remito al comentario anterior; busque el Audi filia que es todo un proceso formativo o un itinerario espiritual; leálo meditando y asumirá bien la doctrina avilista.

      Ya después pueden venir los Tratados del Amor de Dios y los tratados sacerdotales.

      Un abrazo.

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  3. Muchas gracias, Padre, empezaré por ahí.

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