jueves, 30 de marzo de 2023

La devoción, virtud cristiana (II)



2. La verdadera devoción al participar en la liturgia es, pues, un hábito interior, del alma, muy necesario para la celebración de los misterios que se comunican a la Iglesia. 

¿Cómo estar ante el Señor? 
¿Cómo estar en su presencia? 


La devoción es un saber estar ante el Señor, un darle el corazón y entregárselo, un ofrecerse como hostia viva, santa, racional. La devoción es ofrecer al Señor como sacrificio un corazón humilde y quebrantado.

La devoción al celebrar la liturgia genera y crea comportamientos y modos de estar, de ser, de participar. Así, de lo interior nace lo exterior, “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34). De una devoción ardiente, brota un comportamiento, un modo de estar en la celebración litúrgica, una especial finura de espíritu, una sincera sensibilidad litúrgica. 

Se expresa en el modo de santiguarse, de recibir la comunión con respeto o distribuirla sin prisas, mostrando el Pan y realizando el diálogo ritual; se expresa en la forma de hacer la genuflexión pausadamente, mirando la Eucaristía que es adorada; amor por la Palabra proclamada y por la Palabra orada, que se expresa en la forma de proclamar las lecturas, el modo de colocarse el lector en el ambón; la Palabra orada, recitada por el presidente con unción, no repitiendo mecánica e ininteligiblemente de memoria, sino saboreando y siendo consciente de aquello que se recita... 

 
“Despacio y con gravedad... que no hay devoción con prisa” (Beato Diego José de Cádiz): la devoción se recrea, disfruta, en aquello que se está celebrando y al vivirlo en una paz profunda y honda, la participación interna y externa se vive en un clima hondamente religioso expresado en cómo se responde, se ora, se canta, se realizan los signos de la liturgia, se proclama la Palabra, se adora en silencio...

La devoción brota de la interioridad, de la moción del Espíritu al propio espíritu, toque de la gracia, tierno y amoroso que sustenta al cristiano para una participación total, plena, en la liturgia. El cristiano que participa con devoción, goza en la liturgia “del cielo en la tierra”, sabe que bebe de las fuentes del Salvador las aguas del Espíritu que sacian y fecundan lo árido y estéril. 

El alma se recrea con fruición, goza, se entrega, se eleva y trasciende. 

La devoción es cuestión de interioridad, pero también de exterioridad que expresa la devoción interior, de recogimiento y suavidad, de cuidado y elegancia y dulzura en todo aquello que confluye en la liturgia.

3. La devoción forma parte de la vida espiritual, del recogimiento, de la atención interior del alma al Amado. Es la oración pura e interior, donde se va progresando hasta alcanzar una mayor unión e intimidad con Jesucristo; el recogimiento, la preparación interior, son el preámbulo de la oración, para un encuentro plenificador y único con el Señor. 

El fervor en la oración es fruto de esa unión con Jesucristo Resucitado que se produce en el Espíritu Santo. El olvido del mundo exterior, entrar en uno mismo, en el interior buscando al que es más interior que uno mismo, el silencio, todo forma parte de la oración, de la devoción y el fervor que se ofrece al Señor: el alma se serena, se recoge, y a los pies del Señor escucha, con el corazón inflamado en amor, las palabras divinas.

En la vida cristiana y espiritual, la rutina mata la oración, separa el corazón de los labios, distancia al hombre del encuentro con Dios. Por el contrario, la oración es “gustar y ver qué bueno es el Señor”, lo que S. Pedro en su carta dice: “Habéis saboreado lo bueno que es el Señor”. 

Al trato con el Señor se va a disfrutar de su bondad y misericordia. Nadie va al encuentro de quien ama sin ganas, con prisas, sin echar cuenta al otro. El amor une, permite el encuentro con el Señor.

¿Qué estropea muchas veces nuestra vida espiritual?

-          La rutina: toca rezar, toca ir a Misa
-          La distracción: rezar con los labios, la imaginación volando, mirándolo todo
-          La falta de recogimiento: comenzar la oración de cualquier forma, sin serenar el interior.
-        La prisa: se trata de cumplir, rezar por costumbre, estar en Misa esperando que acabe pronto.

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