2. La verdadera devoción al
participar en la liturgia es, pues, un hábito interior, del alma, muy necesario
para la celebración de los misterios que se comunican a la Iglesia.
¿Cómo estar ante
el Señor?
¿Cómo estar en su presencia?
La devoción es un saber estar ante el
Señor, un darle el corazón y entregárselo, un ofrecerse como hostia viva,
santa, racional. La devoción es ofrecer al Señor como sacrificio un corazón
humilde y quebrantado.
La devoción al celebrar la
liturgia genera y crea comportamientos y modos de estar, de ser, de participar.
Así, de lo interior nace lo exterior, “de
la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34). De una devoción
ardiente, brota un comportamiento, un modo de estar en la celebración
litúrgica, una especial finura de espíritu, una sincera sensibilidad litúrgica.
Se expresa en el modo de santiguarse, de recibir la comunión con respeto o
distribuirla sin prisas, mostrando el Pan y realizando el diálogo ritual; se
expresa en la forma de hacer la genuflexión pausadamente, mirando la Eucaristía que es
adorada; amor por la Palabra
proclamada y por la Palabra
orada, que se expresa en la forma de proclamar las lecturas, el modo de colocarse
el lector en el ambón; la
Palabra orada, recitada por el presidente con unción, no
repitiendo mecánica e ininteligiblemente de memoria, sino saboreando y siendo
consciente de aquello que se recita...