lunes, 19 de diciembre de 2022

Nuestra relación con los santos (Palabras sobre la santidad - CIII)



            A Dios se le adora, únicamente a Él, con culto de latría (: adoración); a la Virgen María se le rinde culto de hiperdulía, de máxima veneración; y a los santos se los venera. Rendimos culto a los santos y los veneramos por la obra que Dios ha realizado en ellos  y porque Dios los ha situado junto a sí, como amigos y poderosos intercesores que con su oración nos ayudan. Los veneramos como iconos vivos de Cristo pintados por el Espíritu Santo en sus almas. Reciben nuestro culto porque son modelos acabados y completos de vida cristiana hasta sus últimas consecuencias. Merecen veneración ya que son epifanías de Dios en nuestro mundo, transparentan a Cristo, han vivido la plenitud del misterio pascual, han sido rayos de luz divina disipando las tinieblas que nos envolvían.



            A ellos, pues, nos dirigimos y les rendimos culto de veneración, fijando normalmente la fecha de su fallecimiento como día de culto, su “dies natalis”, el día en que nacieron para el cielo.

            No los tratamos como seres endiosados, superhéroes, o a modo de talismán. En nada entra la superstición en su culto, ni opacan la adoración de Dios, deteniéndonos exclusivamente en ellos; porque al venerar a los santos, glorificamos a Dios que los santificó.

            El culto a los santos refuerza nuestra relación personal con ellos. Al venerar y recordar a los santos nuestra vida debe hacerse mejor de lo que es. Éste es el culto a los santos: un impulso decidido a vivir, como ellos, entregados a Dios y con amor absoluto e incondicional a Jesucristo. Verlos a ellos, nos mueven a querer ser mejores, a responder mejor al Señor, a desear que la gracia actúe en nosotros sin ponerle obstáculos ni impedimentos. “Si uno exaltase la virtud del maestro con sólo su discurso y otro le imitase en su propia vida, será mucho más válida la alabanza que se hace a través de la propia vida que la que se hace a través del mero discurso”, escribía S. Gregorio de Nisa (Elogio de S. Basilio, n. 62).


            El culto a los santos nos conduce a imitarlos. Verlos, conocerlos, supone entonces aprender a vivir radicalmente en cristiano, y de los ejemplos de su vida hallar luces para la nuestra, especialmente de aquellos santos que vivieron nuestra misma vocación y estado cristiano de vida, con los que más fácilmente nos podemos identificar.

            No podemos conformarnos con decir sólo que el santo se entregó a Dios, sino que nosotros mismos nos tenemos que entregar a Dios como él. No digamos sólo que el tesoro de los santos era vivir eternamente con Dios, pues también es y debe ser nuestro tesoro. Si el santo cambió su modo de vivir terreno por otro celestial, eso mismo podemos y debemos hacer nosotros. Presumimos de tenerlos como protectores en el cielo, y eso no es bastante: hemos de mostrar con nuestra vida que somos sus discípulos, convertidos en aquello mismo que los hizo grandes.

            Nuestra relación con los santos debe ser una relación de amistad. El trato con ellos ha de ser familiar y amistoso -¡son los mejores hijos de la Iglesia!, nuestros hermanos- y podemos ir alcanzando intimidad con los santos. Algunos nos serán especialmente cercanos o queridos, por su vida, por su espiritualidad, por sus escritos, por su estilo cristiano, por su temperamento. Como en toda amistad, también aquí ser amigos es cuestión de afinidad y sintonía. Con los más amigos hablamos, les rezamos; nos nutrimos de sus enseñanzas, tratamos de asemejarnos a ellos, participar de su espíritu. Los tomamos como punto de referencia, testigos cualificados, especialmente aptos para llevarnos a nosotros por caminos cristianos de entrega y santidad.

            Así son también nuestros intercesores. A los amigos se acude con confianza cuando se necesita algo; a los santos, como amigos, podemos acudir y que ellos intercedan ante Dios por nuestras necesidades, por nuestros problemas, por nuestras intenciones. El amor que nos une, la comunión de los santos, permite que su intercesión sea eficaz y nos alcance. Ellos se interesan por nosotros, nos auxilian con su oración. Sí, siguen rogando por nosotros continuamente.

            Podemos vivir más cristianamente si nos relacionamos con los santos. Su culto nos ayuda y beneficia; su imitación nos despierta del sueño y la apatía; su familiaridad nos educa; su intercesión nos consuela y conforta.

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