sábado, 17 de diciembre de 2022

La base teológica de la participación (y II) (SC - XX)



6) Una atención expresa dedica esta Constitución a la participación de los fieles en el sacrificio eucarístico. Participar es implicarse, orar, cantar, responder, escuchar, ofrecerse y la máxima participación será la comunión sacramental (si se está en estado de gracia).

            Todo el pueblo cristiano, al celebrarse el sacrificio eucarístico, debe estar implicado en él y no meramente asistir en silencio todo el tiempo, o superponiendo sus propias devociones, o desentendiéndose de la celebración eucarística como si sólo correspondiera al sacerdote y a los ministros.


            Con palabras claras, Sacrosanctum Concilium especifica bellamente cuál es la participación litúrgica auténtica de la Santa Misa, cuál su sentido, cuál su fin:

“La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos” (SC 48).

            La participación eucarística de todos los fieles cristianos se cifra, con grna sentido pastoral y espiritual, en una serie de elementos por los que se vinculan más estrechamente al sacrificio de Cristo en el altar:

·         comprenderlo bien en sus ritos y oraciones
·         implicándose (o sea, participando) “consciente, piadosa y activamente”
·         ser instruidos por la Palabra
·         ser fortalecidos interiormente por el Sacramento
·         dar gracias a Dios (“¡es justo y necesario!”)
·         ofrecerse a sí mismo al Padre, juntamente con la hostia inmaculada
·         perfeccionarse constantemente, es decir, crecer en la vida de santidad con Cristo.


            Además, la mayor participación posible es poder recibir los dones eucarísticos en comunión, consagrados en esa misma Misa: “se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, la cual consiste en que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo sacrificio el cuerpo del Señor” (SC 55). Una vez más, la participación en la Eucaristía no es ni un hacer ni un intervenir ni desarrollar un servicio, sino en recibir, acoger, lo que se nos es dado por el mismo Cristo.

            En función de esta participación de todo el pueblo cristiano, se llevó a cabo la reforma de la liturgia: “se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles” (SC 50).

            7) Evitando siempre que los fieles asistan como mudos y pasivos espectadores, que sólo miran una acción sacra casi sin entenderla, también los sacramentales deben unirse buscando “la participación constante, activa y fácil de los fieles” (SC 79). Así tomarán parte en la acción común de la liturgia.

            8) El domingo cristiano es la fiesta primordial. “La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo” (SC 106).

            El domingo se santifica mediante la celebración eucarística: “los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía…” (SC 106). Aquí la participación se concibe como asistir y tomar parte, incorporarse a la Iglesia en la Misa dominical, presuponiendo todo lo que ya se dijo sobre las características de la participación.

            9) La música sacra y el canto litúrgico permiten la celebración solemne de la liturgia glorificando a Dios. El canto litúrgico forma parte de la naturaleza misma de la liturgia y de su tradición desde los orígenes, y no es un añadido que impida la devoción personal o el recogimiento. Por ello, “la acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con canto y en ellos intervienen los ministros sagrados y el pueblo participa activamente” (SC 113).

            Sabemos cómo hay cantos que los ejecuta solamente el coro, otros son de todo el pueblo, hay partes que debe cantar el sacerdote (como las oraciones y el prefacio) y momentos de diálogo entre el sacerdote y los fieles (saludos, respuestas, etc.), así como aclamaciones de todo el pueblo: “procuren cuidadosamente que, en cualquier acción sagrada con canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le corresponde” (SC 114).

            No significa que todos deban cantarlo todo, pero sí que en los momentos previstos, especialmente los diálogos entre sacerdote y fieles, así como las aclamaciones, todo el pueblo, al cantar, participe, entendiendo que la participación activa, consciente, piadosa, es cantar también aquello que le pertenece.

            “El pueblo ha de participar también en el canto sagrado en aquello que le corresponde, a tenor del n. 28 y 30 de la presente constitución. Cada cual desempeña su misión propia en la asamblea litúrgica y ha de atenerse a ella. El pueblo fiel ha de participar en el canto litúrgico, pero esto no quiere decir que el pueblo deba cantarlo todo. Una celebración, como decía el canónigo Martimort, en la que todo el mundo cantase todo, es una mala interpretación del pueblo, y podemos añadir argüiría un conocimiento erróneo de lo que es la asamblea litúrgica; y una celebración en la que el pueblo no cantase nada, es una caricatura de la celebración litúrgica.
Por eso, la constitución conciliar sobre la liturgia prescribe que se fomenten las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos”[1].

            Se puede concluir que “el Concilio Vaticano II, aunque no dio una definición e participación de los fieles, señaló algunas de sus notas esenciales, que pertenecen al modo de ejercer la asamblea su papel en las celebraciones: la participación ha de ser interna y externa, consciente, activa, piadosa, fructuosa, adaptada a la situación de los fieles, comunitaria, etcétera. Su deseo fue que los fieles comprendiesen bien los ritos y las oraciones para tomar parte en la acción litúrgica de la manera más fructuosa posible (cf. SC 48)”[2].

            La participación corresponde entonces a la naturaleza y origen mismo de la liturgia: una acción común, donde cada cual, por el bautismo recibido, realiza la parte que le corresponde y por el eso el pueblo santo no asiste como mudo y pasivo espectador, sino que forma parte integrante de la sagrada liturgia: posturas corporales, cantos, antífonas, silencios, respuestas, etc. Son celebraciones “de la Iglesia” (SC 26) y “por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan” (SC 26). “Es toda la asamblea litúrgica, y no sólo los ministros ordenados, quien está implicada en la acción litúrgica como sujeto integral de la misma. Pero, eso sí, cada uno de los miembros interviene de modo distinto “según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual” (SC 26). Esto quiere decir que la participación de los fieles es parte integrante de la acción litúrgica, expresión de un derecho y de un deber que tienen todos los bautizados como miembros del pueblo sacerdotal (SC 14; cf. 1P 2,9; 2,4-5). La participación litúrgica no es algo accesorio o extrínseco a la finalidad cultual y santificadora de la liturgia, sino que es un elemento, en sí mismo, directamente santificador y cultual... La participación de los fieles afecta de modo directo a la contribución de éstos a la eficacia de los sacramentos como respuesta de fe y acogida libre y gozosa de la intervención de Dios y del don de la gracia”[3].

            En definitiva, la participación en la liturgia es el modo de vivir más la liturgia, de insertarse de manera activa en la liturgia y recibir la gracia glorificando a Dios. Lejos está de la intervención directa, del ejercicio sin más de un servicio litúrgico o considerar “lo participativo” como multiplicación de intervenciones en el presbiterio. La participación en la liturgia es más, mucho más que eso: es vivir el Misterio, sumergirse en la liturgia, llenar el alma con lo que la liturgia está celebrando y realizar aquello que a cada cual le corresponde. De ahí los adjetivos que cualifican esa participación: “consciente, activa y fructuosamente” (SC 11), “plena, consciente y activa” (SC 14), “plena y activa” (SC 14), “interna y externa” (SC 19), “plena, activa y comunitaria” (SC 21), “activa” (SC 30), “consciente, piadosa y activamente” (SC 48), “piadosa y activa” (SC 50), “consciente, activa y fácil” (SC 79).



[1] GARRIDO BONAÑO, M., “La música sagrada” en AA.VV., Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid 1964, 523.
[2] LÓPEZ MARTÍN, J., La liturgia de la Iglesia, Sapientia fidei 6, Madrid 1994, 103.
[3] LÓPEZ MARTÍN, J., En el Espíritu y la Verdad. Introducción a la liturgia, Salamanca 1987, 243.

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