domingo, 4 de septiembre de 2022

Teología sobre "Cristo médico"

Son numerosísimas las ocasiones en que la patrística emplea las categorías "Médico" y "medicina" aplicadas al Señor, sintetizando de esta manera su Persona y su misión. Esto es consecuencia de una lectura y comprensión renovada de la vida terrena del Señor, de sus palabras y de su acción curativa con tantos enfermos como aparecen sanados en el Evangelio.


Más allá de una curación o sanación corporal, se señala al orden mismo de la redención y de la re-creación, de la nueva criatura que experimenta la Vida del Señor, no sometida al llanto, al luto ni al dolor, sino a la hermosura, salud y santidad primeras.

"Él es un médico egregio, el verdadero protomédico. Médico fue Moisés, médico fue Isaías, médicos todos los santos, mas éste es el protomédico. Sabe tocar sabiamente las venas y escrutar los secretos de las enfermedades" (S. Jerónimo, Com. Ev. San Marcos, II).


El Señor mismo es el Médico y la medicina, porque el contacto con Él ya comunica la salud, el perdón y la redención:

"Cogió su mano como un médico, le tomó el pulso, comprobó la magnitud de las fiebres, él mismo, que es médico y medicina al mismo tiempo" (ibíd.).

¿Sólo las enfermedades corporales? ¿Sólo cura esas? ¿O es que las enfermedades nos indican algo más hondo e interior?

"¡Ojalá venga y entre el Señor en nuestra casa y con un mandato suyo cure las fiebres de nuestros pecados! Porque todos vosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me dejo llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello, pidamos a los apóstoles que intercedan ante Jesús, para que venga a nosotros y nos tome de la mano, pues si él toma nuestra mano, la fiebre huye al instante... Tenía la fiebre, porque no poseía obras buenas"  (Ibíd.).

Cristo es buen médico, que reconoce la enfermedad, da diagnóstico exacto, atiende al enfermo con amor y compasión y lo sana con distintos remedios y medicinas, según sea la enfermedad.

"Los primeros dones de Dios son aquellos gracias a los cuales nos muestra que somos culpables nosotros que, mientras yacíamos postrados bajo el reato de culpa, nos considerábamos justos. Llegó el médico, descubrió la herida, se entregó a sí mismo, y con su muerte nos deparó la medicina, para no ser solo el que muestra la herida, sino también el que la cura" (S. Isidoro, Sentencias, I, 14, 8).


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