miércoles, 28 de septiembre de 2022

Liturgia y vida espiritual (SC - XVII)



1. Así como la liturgia no agota la actividad de la Iglesia (cf. SC 9), la constitución Sacrosanctum Concilium aborda la vida espiritual de los fieles cristianos señalando que la liturgia tampoco agota la vida espiritual de los fieles (SC 12-13).

            Pero también este terreno ese principio hay que combinarlo con que la liturgia es fuente y culmen para la vida espiritual: a ella se encaminan los ejercicios piadosos, devociones y la oración personal, y de la liturgia, como prolongación, descienden la oración y la piedad, tanto personal como comunitaria.


            La cuestión es hallar un equilibrio espiritual sano donde la liturgia ocupe un lugar privilegiado pero sin excluir el aspecto personal: ascesis, oración, meditación, contemplación, devociones. Ya pasaron los tiempos de la polémica, en el plano teórico, acaecida en la primera mitad del siglo XX: para unos la liturgia lo era todo y no daban el debido valor a la oración personal… mientras que para otros la liturgia era el culto exterior de la Iglesia, incapaz de generar una vida espiritual y ésta debía sostenerse con la oración mental y ejercicios de devoción.          


            2. Hallamos luz en esta constitución sobre la sagrada liturgia: los dos aspectos –litúrgico y espiritual- van armonizados e integrados en la experiencia cristiana. Queda, eso sí, que pastoralmente se llegue a ese equilibrio y se eduque así al pueblo cristiano.


            “Con todo, la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol. Y el mismo Apóstol nos exhorta a llevar siempre la mortificación de Jesús en nuestro cuerpo, para que también su vida se manifieste en nuestra carne mortal. Por esta causa pedimos al Señor en el sacrificio de la Misa que, "recibida la ofrenda de la víctima espiritual", haga de nosotros mismos una "ofrenda eterna" para Sí” (SC 12).

            El adverbio “también” (“entrar también su cuarto…”) señala la coordinación y armonía entre ambos aspectos: la liturgia y también la oración personal.

            Por una parte, la liturgia ya es oración, la oración de la Iglesia santa de Dios a la que se unen los bautizados: sus oraciones se dirigen a Dios mismo rezando en común, se cantan salmos e himnos de alabanza ante Dios, se escucha al Señor en su Palabra, se medita en el silencio sagrado, se intercede con las preces, se adora al Dios santo. La liturgia ya es oración, la liturgia es oración de la Iglesia. Es éste un aspecto bellísimo: se trata de rezar la liturgia, rezar con la liturgia, convertirla en oración espiritual. Esto es, a fin de cuentas, la espiritualidad litúrgica, aquella que es común a todos los fieles cristianos y sobre la cual, luego, vendrán las variaciones particulares de espiritualidades más específicas, con rasgos identitarios, métodos de oración, etc[1].

            Y por otra parte, la oración en común en la liturgia necesita la calma y el sosiego interior y personal, por lo que se requiere la oración mental, la meditación, la contemplación a solas con el Solo, cumpliendo el precepto paulino de “orad sin cesar” (1Ts 5,17). Quien vive la liturgia y participa en ella activa e interiormente, sumándose a la oración común, necesitará también su intimidad para estarse a solas amando con el Amado[2].

            Habrá que trabajar y educar en una doble dirección; primero, vivir la liturgia más orante y espiritualmente y enseñando qué es participar, o sea, sumarse a esa oración común eclesial e interiorizarla, y, segundo, iniciar en la vida de oración personal como preparación y prolongación, fruto deseado, de la misma liturgia.


            3. Y si bien antes, en muchos lugares, se consideraba la liturgia sólo un acto del clero, culto exterior de la Iglesia, incapaz de espiritualidad, por lo que se le superponían las devociones privadas incluso durante la liturgia, luego se pasó al otro extremo, igualmente erróneo: según el falso y etéreo “espíritu del Concilio”, había que barrer y derogar todas las devociones, ejercicios piadosos, piedad popular y hasta la oración personal como alienante.

            Pero esto no lo dijo el Concilio. Lo que esta constitución señala es que las devociones (por ejemplo, culto al Stmo. fuera de la Misa, el rosario, el vía crucis, etc.) deben respetarse y tener su espacio e ir en consonancia con la liturgia. En ningún momento estos medios sencillos y populares deben eliminarse, sino orientarse y cuidarse ya que alimentan, junto a la liturgia, la vida espiritual de los cristianos.

            Éstas son las afirmaciones conciliares y deben conocerse: “Se recomiendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal que sean conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia”, “es preciso que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza está muy por encima de ellos” (SC 13). Más adelante la misma constitución dirá: “En diversos tiempos del año, de acuerdo con las enseñanzas tradicionales, la Iglesia completa la formación de los fieles mediante ejercicios de piedad espirituales y corporales: la instrucción, la plegaria, la penitencia y las obras de misericordia” (SC 105). Todo esto sirve para cultivar más el espíritu cristiano que desembocará, sin duda, en la mejor y más consciente participación en la liturgia.

            Ésta es la sabiduría de la Madre Iglesia:

            “Si la liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, tampoco la participación en la sagrada liturgia abarca toda la vida espiritual. Y si, como acabamos de ver, no hay contradicción entre liturgia y apostolado, tampoco hay oposición entre piedad litúrgica y piedad extralitúrgica.
            Una vez más, en este punto, el Concilio busca la síntesis y la armonía. Ni la oración eclesial puede ser un obstáculo a la plegaria personal, ni la piedad individual puede dificultar la plegaria litúrgica. El Espíritu sopla donde quiere y como quiere, y nosotros no tenemos competencia para imponer unos modos sobre otros, aunque sí debemos tratar de buscar la unidad en la expresión de toda vida espiritual. Esa unidad claramente manifestada y desea en la constitución. Si, por un lado, “el cristiano está llamado a orar en común debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre”, más tarde se recordará, hablando de la oración oficial litúrgica de la Iglesia, que “el Oficio divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es, además, fuente de piedad y alimento de la oración personal” (n. 90)”[3].

            Así, todos los piadosos ejercicios y devociones constituyen una buena preparación para una mejor participación en la liturgia como cumbre; ambas expresiones son complementarias y enriquecedoras:

            “En las acciones litúrgicas la evocación-actualización [de los misterios de la redención] se produce bajo el velo de los signos que hacen presente y operante el misterio; en los ejercicios piadosos la evocación se reduce a la contemplación afectiva y al deseo de imitar lo que se contempla. Ahora bien, establecida esta diferencia, como dice Pablo VI, es preciso valorar al máximo estos ejercicios de piedad que constituyen una óptima preparación para la celebración litúrgica… Por consiguiente, los ejercicios piadosos no pueden ser condenados o rechazados en bloque; tampoco canonizados a priori ni puestos por encima o en el lugar de la liturgia. El dualismo cultual es un hecho de la vida de la Iglesia y su legitimidad viene avalada por el curso mismo de la historia del culto cristiano”[4].
           


[1] “Esta espiritualidad básica y común a todos los bautizados no sólo no excluye la existencia de modelos de espiritualidad basados en el estado de vida (espiritualidad sacerdotal, laical o religiosa), o en diversas escuelas (espiritualidad franciscana, carmelitana, etc.), o en la historia (espiritualidad primitiva, patrística, medieval, etc.), sino que las fundamenta a todas. La espiritualidad, por otra parte, tiene en la liturgia algo más que un modelo” (LÓPEZ MARTÍN, J., En el Espíritu y la Verdad. Introducción a la liturgia, Salamanca 1987, 381).
[2] Cf. S. Juan de la Cruz, Suma de la perfección y Noche oscura.
[3] GRACIA, J.A., “La liturgia no es la única actividad de la Iglesia”, en AA.VV., Comentarios a la constitución sobre sagrada liturgia, Madrid 1964, 205-206).
[4] LÓPEZ MARTÍN, J., En el Espíritu y la Verdad. Introducción antropológica a la liturgia, Salamanca 1994, 461.

No hay comentarios:

Publicar un comentario