viernes, 10 de abril de 2020

Rectitud de intención para discernir

Es imprescindible una clara rectitud de intención para buscar la voluntad de Dios y luego realizarla. Con una gran libertad de espíritu, estar dispuesto a acoger lo que Dios quiera, sea lo más agradable y a lo que uno esté más inclinado, sea lo más desabrido o lo que uno menos desea.

La rectitud de intención es libertad de espíritu para no identificar la voluntad de Dios con el propio capricho o, por el contrario, para no identificarla sin más con lo opuesto al propio gusto.



Es buscar con libertad de espíritu y acoger libremente; es buscar sólo lo que Dios quiere.

Para esta rectitud de intención se requieren algunas condiciones o cualidades:




                        a) Madurez humana:

El que ha llegado a distanciarse de la tutela paterna, de los educadores... para ser uno mismo en la vida (sin dependencias pueriles, tampoco por "autonomismo"). Cierta modestia y ausencia de sectarismo. Ausencia de inseguridad ante las propias reacciones afectivas. Ni las niego ni las tomo como norma. Las acepto como un hecho.



                        b) Rectitud de intención:

                        Requiere equilibrio. El examen de conciencia es una constante ayuda. Se pide una tremenda libertad sin estar afectado por nada, en un alma que decide sólo qué es para mayor gloria de Dios y bien de la Iglesia. La intención ha de estar purificada para hacer una elección grata a Dios:

                De todo lo que hacemos Dios busca la intención: si lo hacemos por Él o por otro motivo (S. Máximo el Confesor, 2ª Centuria, 36).

                El juicio de Dios contempla no los hechos, sino la intención de los hechos (S. Máximo, 2º Centuria, 37).

                En todas nuestras acciones es la intención lo que Dios busca, como se ha dicho muchas veces, si hacemos eso por Él o por cualquier otro motivo. Cuando queramos realizar algo bueno, tengamos como fin no el deseo de agradar a los hombres, sino a Dios, para que, mirando siempre a Él, hagamos todo por Él, para que no soportemos la fatiga y perdamos la recompensa (S. Máximo, 3ª Centuria, 48).


            S. Ignacio previene sobre las afecciones desordenadas que el ejercitante debe ir descubriendo y eliminando para hacer una elección según Dios, por ello los Ejercicios tratarán de "ordenar la propia vida" quitando "toda afección desordenada".

            La afección desordenada es una situación motivacional central en la persona que la padece. Interfiere con sus discernimientos. El objeto inmediato bueno o indiferente de la afección es el que posibilita el encubrimiento de un fin no puro en la intención del sujeto.

            La afección desordenada tiene efectos sobre el discernimiento y la elección; pero es que además, en el propio espíritu trae como efecto turbar la paz del alma e impedir la comunicación con Dios de manera que no lo encontremos sino con dificultad. San Ignacio, en sus Ejercicios, parece distinguir entre "afectarse", en el sentido de deseo, de emoción, e "inclinarse", como decisión en la voluntad. El afecto es previo y no deliberado, aunque de hecho influye sobre el segundo elemento del proceso, que es la decisión o "inclinarse".

            Los Ejercicios en definitiva son para ayudar a quitar el pecado, venciendo a sí mismo (tarea principal de la primera semana) y ordenar la afección toda hacia Dios en Jesucristo (objetivo principal de la segunda a cuarta semanas), de forma que el hombre sea consistente de modo consciente o inconsciente, y así pueda descubrir en todas las cosas la presencia de Dios, al que desea en todo amar y servir.



                        3) La apertura al amor.

           El amor, en su dinámica, purifica al hombre y su motivación. Sólo entonces se tiene un mismo sentir y querer con Cristo:

                No desees que te sucedan tus cosas como te parezca, sino como le agrada a Dios; y estarás tranquilo y agradecido en tu oración (Evagrio Póntico, Or 89).


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