domingo, 12 de abril de 2020

La fe y la razón, relacionadas siempre



Son fecundas las relaciones entre la fe y la razón como modos de conocimiento; sin la fe (que también es conocimiento, pero superior) la razón se puede volver técnica, sin referencias, inhumana, y no podrá dar respuesta a las cuestiones más profundas del hombre ni ofrecer un sentido a la vida: será sólo ciencia y técnica, un pensamiento débil, la afirmación de la nada y del relativismo –todo da igual, cada uno decide lo bueno y lo malo-. Un mundo sin fe es un mundo triste y deshumanizado que se vuelve contra la persona y la vida.

             

Pablo VI ofrece su reflexión: 

“Aquí un nuevo modo de conocimiento puede integrar el conocimiento autónomo de la razón; el conocimiento por vía de fe, prestado por nosotros, o más bien misteriosamente otorgado a nosotros como don divino, a la palabra de Dios puede llenar nuestra alma de una luz verdadera y gozosa; una luz siempre incipiente, rebosante de revelaciones y de certezas, pero todavía enigmática (cf. 1Co 13,12), y que nos invita a un doble acto, de asentimiento confiado y de meditación exploradora. ¿Puede ser esto realidad en nuestros días? ¿Puede lograrse una regeneración del pensamiento del hombre moderno, estimulado para la búsqueda de la verdad científica, y capacitado para acoger y contemplar aquella Verdad, que constituye una sola cosa con la Vida?” (Catequesis, 14-noviembre-1973).

            La fe es la respuesta adecuada a la inteligencia humana y es su luz; la inteligencia es guiada por la fe para conocer más y mejor; y a su vez la fe que acepta busca entender y comprender. ¡Qué necesarios son para, siempre y hoy tal vez aún más, el pensamiento y la reflexión, la lectura, la formación, la catequesis, el estudio personal! ¡Cuán necesario se revela hoy un conocimiento sistemático, profundo, riguroso, de la fe para el laicado católico! El estudio de la fe y la formación del católico, además, es urgente por cuanto muchos planteamientos y conductas de creyentes, y muchas crisis y dudas son debidos a la ignorancia, a la poca consistencia de nuestro conocimiento:




            “En el acto de fe concurren tres coeficientes: el primero, el elemento objetivo, es decir, las verdades de la fe, la doctrina, el “credo”; coeficiente éste que resulta, a menudo, insuficiente por falta de instrucción. Las crisis de fe son debidas muchas veces a la ignorancia. Negamos aquello que no conocemos. Ahora bien, esto es serio, no es digno de personas modernas, instruidas e inteligentes, especialmente cuando se trata de la religión que, quiérase o no, se pone como criterio decisivo para guía de la vida y para medida de sus valores... El estudio honrado y continuo de la doctrina de la fe tendrá, ciertamente, de por sí, un primer resultado positivo, el de mostrar a la inteligencia y al espíritu del hombre moderno que las verdades de nuestra religión (no obstante el misterio que las envuelve) no son extrañas a las aspiraciones más profundas del hombre, sino que tienen con ellas una profunda afinidad” (Pablo VI, Catequesis, 4-octubre-1972).


La fe no es irracional, ni ciega, ni ignorante. La fe es inteligente a la vez que un conocimiento superior para quien tenga un corazón sencillo.


            ““La fe trata de comprender” (S. Anselmo): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a quien en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor” (CAT 158).



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