miércoles, 14 de marzo de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, III)

Ser pacientes y ser mansos es, en último término, imitar la paciencia de Dios.

¡Seamos imitadores de Dios!

Recibimos los ejemplos de paciencia de Dios para que nos conformemos al estilo divino.



"5. Y para mejor comprender, hermanos amadísimos, que la paciencia es virtud propia de Dios y que el paciente y manso es imitador de Dios Padre, cuando en su Evangelio el Señor daba saludables máximas y avisos espirituales para instruir a sus discípulos, habló así: “habéis oído lo que se publicó: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo declaro: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre los buenos y malos y llueve sobre los justos e injustos. Pues si amareis a los que os aman, ¿qué recompensa tendríais? ¿Acaso no obran así también los publicanos? Y si saludareis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen esto también los gentiles? Debéis ser, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,43-48).


Dijo que serán perfectos hijos de Dios, declaró y enseñó que completaremos la regeneración recibida en el bautismo cuando tengamos en nosotros la paciencia de Dios, cuando se muestre y brille en nuestros actos la semejanza divina que había perdido Adán por su pecado. ¡Qué gloria hacerse semejante a Dios, cuán grande dicha poseer unas virtudes que pueden asemejarse a las de Dios!

6. Y Jesucristo, Señor y Dios nuestro, hermanos amadísimos, no enseñó esto sólo con palabras; lo cumplió con los hechos; y Él, que había dicho haber bajado para cumplir la voluntad del Padre, entre otras prodigiosas virtudes con que dio pruebas de su divinidad, imitó también la paciencia del Padre con su conducta. En fin, todo acto suyo, desde el mismo momento de su venida a este mundo, está señalado por la paciencia.

Primeramente el no haber desdeñado, al bajar de las alturas del Cielo a la tierra, vestirse de cuerpo humano y, no siendo pecador, cargar con los pecados ajenos. Soporta durante su vida la condición mortal, despojándose de la inmortalidad, para poder perecer como inocente por la salvación de los culpables. Señor como es, se deja bautizar por un servidor suyo y, siendo Él quien ha de otorgar el perdón, no se desdeña de lavar su cuerpo con las aguas de regeneración. Guarda ayuno durante cuarenta días Él, que alimenta a los demás; siente hambre, para que los que estaban hambrientos de doctrina y gracia se saturen del pan espiritual.

Tentado por el diablo, entra a luchar con él y, contento con haberlo vencido, no trata con él más allá de las palabras. No domina a los discípulos como a siervos con el poder de un señor, sino que los trata con amor de hermano, con benignidad y suavidad, llegando hasta lavar los pies a los Apóstoles, con el fin de que, siendo Él así con sus servidores, aprendieran de su ejemplo a comportarse con sus iguales como compañeros. Y no hay que maravillarse de que se condujera para con su súbditos de tal forma quien puedo aguantar a Judas hasta el último extremo con inacabable paciencia, partiendo el bocado con su mismo enemigo, conociendo al enemigo que tenía entre los suyos, sin delatarlo públicamente, sin rechazar el beso del traidor.

Cuánta ecuanimidad para sufrir a los judíos, cuánta paciencia para tratar de doblegar a la fe a unos incrédulos, para reducir a unos ingratos a fuerza de beneficios, para responderles con mansedumbre cuando lo contradecían, para aguantar con indulgencia a los soberbios, para ceder con humildad a los que lo perseguían, para tratar de atraer a buen partido, hasta el último momento de la cruz y Pasión, a los asesinos de los profetas y a los rebeldes de siempre contra Dios".

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