domingo, 24 de septiembre de 2017

Orientar sobrenaturalmente un nuevo curso (y II)

Si decimos "venga a nosotros tu reino" en el Padrenuestro, estamos implicándonos nosotros, como colaboradores de Dios, en la venida de ese Reino que no es humano, ni un paraíso terrenal, ni una sociedad humana, sino que es suyo, de Dios.

Esa petición del Padrenuestro implica, de suyo, un horizonte apostólico para el cristiano, un compromiso y una tarea apostólica que es irrenunciable. Él nos eligió y Él nos envía.

Hemos de enfocar nuestra vida, en todas las cosas, según el plan de Dios para nosotros, su llamada y su envío. Cada curso nuevo que empieza debe despertar nuestra esperanza para que trabajemos con nuevo ímpetu santificándonos y también para renovar el compromiso apostólico. Nadie está excluido. Todos por el bautismo estamos llamados y es el Señor mismo quien nos envía en función de su Reino.

Cada uno, es verdad, vivirá un distinto horizonte apostólico y distintas serán las tareas y los modos, según la propia vocación y según el ámbito en que vivamos. No significa que todos tengan que realizar tareas intraeclesiales (o intraparroquiales, siempre dentro de la parroquia), ocupando oficios y servicios, sino que la dimensión apostólica se vive en el mundo, en la sociedad, en las relaciones humanas y laborales, así como en la propia familia.

¡Venga a nosotros tu reino!


"La segunda petición abre un inmenso horizonte apostólico. En la primera demanda el objetivo se concentraba en la persona del Padre invocada al principio de la oración. "Sea santificado tu nombre" manifestaba el deseo de que fuera glorificado desde un mejor conocimiento y un más intenso amor. Este deseo implicaba una intención apostólica: la conversión de los espíritus y el corazón al Padre. Sin embargo, esta intención adquiere mayor fuerza sólo desde la segunda petición, cuando lanza su mirada sobre el reinado del Padre. Este reinado, en su pretensión de reunir a todos los hombres bajo la autoridad del Padre en su amor, constituye el gran objetivo de la obra desplegada en todo el mundo para la salvación de la vida espiritual de la humanidad.
 
Decir "venga tu reino" es entrar en el dinamismo apostólico por el cual Cristo instaura en la tierra el reinado del Padre. En el fondo es hacerse cargo de la obra que despliega el reino desde la oración y, en la medida de nuestras posibilidades, por una actividad orientada hacia ese propósito. En las palabras de la petición haya como un acicate del deseo y la acción misioneros.

Es cierto que el compromiso en la obra misionera no está reflejado explícitamente. La venida del reino tiene un significado general sin especificación de individuos concretos. Pero la apertura global y misionera a toda la humanidad alcanza su objetivo en tan simple y breve petición. Se nos invita por tanto a contemplar el horizonte de ese reinado y a poner los medios necesarios para que su venida llegue a plenitud.

Reflexionando sobre ello, nos damos cuenta de la distancia que hay entre un universo convertido ya plenamente en el reinado del Padre y el mundo que queremos transformar. El espectáculo de tantas y variadas miserias morales nos muestra, creemos que con suficiente claridad, que el reinado está lejos de la plenitud a la cual aspira.


Por eso chocamos con un problema realmente grave: ¿cómo vencer la distancia que queda por recorrer, cómo ensanchar el espacio del reino y, sobre todo, cómo optimizar su implantación?

Las palabras "venga tu reino" ya contienen la respuesta. Nos dirigimos al Padre como el responsable fundamental de un reinado que parte de su voluntad. Diciendo "tu reino" nos instalamos en la verdad fundamental del término: el reino pertenece al Padre. Él es el maestro absoluto que nunca está ausente de su desenvolvimiento. Contamos con su omnipotencia para llevar el reinado a un nuevo progreso quebrando así los obstáculos que impiden su expansión.

Por eso también nosotros tenemos que ser conscientes de nuestra responsabilidad. Por mediación de Cristo, el Padre ha dejado en nuestras manos su reino. Él moviliza nuestros recursos y energías en la medida de nuestras posibilidades y las hace disponibles para esta misión.

Descubrimos así la inmensidad de una humanidad destinada a formar parte de su reinado, humanidad que nos insta a seguir por este camino. El reinado nos inspira un espíritu misionero, o al menos la voluntad de ofrecernos en nuestras súplicas y pruebas para la implantación del evangelio en los lugares que todavía lo ignoran. 

El Padrenuestro nos lleva a comprender la importancia de la misión apostólica que incumbe a toda nuestra existencia y estimula el deseo de llevarla a cabo, por muy modestos que sean los medios, acompañada de la fe y la eficacia de la oración y la ofrenda".

(GALOT, J., Nuestro Padre que es amor, Secretariado trinitario, Salamanca 2005, pp. 160-161).

1 comentario:

  1. ¡Qué hermoso sería que el mundo viviera en Su reino!

    ¡Qué diferentes serían las relaciones entre los seres humanos y entre estos y la naturaleza!

    Dios mío, venga a nosotros tu reino.

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