viernes, 15 de septiembre de 2017

Orientar sobrenaturalmente un nuevo curso (I)

Cada día, la Iglesia reza solemnemente tres veces el Padrenuestro: en el Oficio de Laudes y de Vísperas y en la Misa cotidiana. En esa oración, la oración dominical, se encuentra un compendio de todo el evangelio, una síntesis, hecha oración, de las enseñanzas de nuestro Salvador.

Así oramos diciendo: "venga a nosotros tu reino", pero esta petición implica también una disponibilidad, un compromiso, una responsabilidad y un trabajo personal.

Al profundizar en esta petición, de la mano del teólogo Jean Galot, podríamos reorientar nuestro trabajo y nuestra disponibilidad en el comienzo de un nuevo curso, donde todo empieza a adquirir su ritmo y monotonía tras el período de vacaciones. El trabajo, que es nuestro lugar ordinario de santificación, debe recibir una impronta sobrenatural, y realizarse con una visión de fe.

¡Venga a nosotros tu reino!


"A esta esperanza orientada hacia la ilusión de un paraíso terrenal, Jesús responde con el anuncio de la venida del reinado espiritual. El Espíritu Santo descenderá sobre los discípulos y los convertirá en testigos (cf. Hch 1,8). Con ello se nos da el sentido auténtico de este reino, según se contempla en la propia petición del Padrenuestro: "Venga tu reino".

La historia reciente demuestra que la incomprensión de los primeros discípulos sigue siendo la misma en nuestros días. La esperanza de un reino de naturaleza política o social, donde el bienestar terrenal queda supuestamente satisfecho, es puesta de nuevo en circulación por aquellos que creen que la Buena Nueva de Cristo es sólo esto. A esta supuesta esperanza sólo cabe responder con las palabras de Jesús que, ante el juicio de Pilatos, establecían la adecuada diferencia: "Mi reino no es de este mundo" (Jn 18,36). Esta declaración implica que su reino, que debe ser instaurado en el mundo, no tiene más fundamento que su origen celeste, es decir, el Padre. Jesús también enunció este principio cuando, en ciernes de ser condenado, vio su muerte como signo de la instauración del reino. Por tanto, no estamos ante un reino diluido en la historia donde abunde ya una completa felicidad terrenal, sino ante el reino del Padre.

Las palabras que "venga tu reino [reinado]" están únicamente dirigidas a la instauración de un reinado según el propósito y el cumplimiento de Cristo. El reinado es el Padre que viene del cielo sobre la tierra como reino de amor destinado a unir a toda la humanidad. En el acto de congregar a todos los creyentes en un mismos amor filial, el Padre suscita entre nosotros un verdadero amor fraternal. El precepto fundamental de Cristo dado a los discípulos en la última cena ("que os améis los unos a los otros... como yo os he amado", Jn 13,34; 15,12) refleja una exigencia que brota esencialmente del amor del Padre. Los que han sido llamados a convertirse en hijos del Padre en el Hijo único deben fomentar relaciones de auténtico amor fraternal, para que de este modo ese amor filial entregado al Padre se muestre en autenticidad.

Por lo demás, como el amor del Padre a la humanidad se manifiesta por su compromiso con el drama de la redención, el despliegue de su reinado sobre la tierra queda vinculado al compromiso de sus hijos con ese mismo drama. El reinado no viene a nosotros sino por nuestra asociación al sacrificio de Cristo que ha sido, en su entraña más profunda, el sacrificio del Hijo enviado y entregado al Padre para la salvación de la humanidad pecadora. Lejos de obstaculizar el desenvolvimiento del reinado, las prueba s de la existencia contribuyen a su crecimiento. El mismo Jesús dejó entrever el papel que las persecuciones tendrían en la actividad evangelizadora de los discípulos, prediciendo así el doloroso camino de la difusión del mensaje de salvación.

La petición "venga tu reino" también busca la expansión de la Iglesia. sabemos que la Iglesia realiza concretamente y de modo visible el reinado del Padre por su influencia en el mundo. La Iglesia es la acción de congregar a los hombres que profesan una misma fe en Cristo para vivir de su vida. Esta vida, como ya hemos visto, es una vida filial esencialmente encaminada al Padre. para que esta vida crezca es necesaria la oración. La oración que nos enseñó Jesús precedió al nacimiento y los primeros balbuceos de la Iglesia en la vigilia de Pentecostés. El Padrenuestro se recita continuamente para llevar a cumplimiento esta característica de la existencia y progreso de la Iglesia.

La venida del reinado implica el progreso eclesial. la Iglesia no cesa de progresar por su expansión territorial, por una mejor organización de sus capacidades de penetración, por su fuerza en llegar cada vez más a buena parte de la humanidad. Pero también la Iglesia progresa en calidad espiritual, con una existencia intensificada por la fe, la esperanza y el amor. El progreso de la Iglesia en superar todas las dificultades se debe a la oración, una oración que se define como ámbito de caridad, consciente del mandato divino de llevar su testimonio a todo el universo.

"Que venga tu reinado" va más allá de los límites de la Iglesia. El reino también se constituye, esta vez de forma misteriosa, por las numerosas gracias dadas a los hombres en virtud de la obra salvadora de Cristo. Pidiendo la llegada del reinado, la oración cristiana colabora a esta implantación, llena de eficacia para el conocimiento del Padre en todo el mundo".

(GALOT, J., Nuestro Padre que es amor, Secretariado trinitario, Salamanca 2005, pp. 158-159).

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