sábado, 23 de septiembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - X)

Enseña Tertuliano la necesidad y conveniencia de la virtud de la paciencia en el desarrollo de la vida cristiana. 

Cuando se cierne sobre nosotros la maldad de los demás, cuando se nos provoca, o cuando el enemigo nos insulta, humilla o desprecia, sólo la paciencia puede refrenar la ira y la cólera, y así ni responder al mal con la violencia, frenando cualquier venganza que se nos pueda ocurrir -fruto de la concupiscencia-.

Sin la paciencia, la ira nos doblegaría ante cualquier ataque o daño sufrido; la cólera sin la paciencia sería voraz; la venganza planificaría su castigo si la paciencia no disipara la maldad del corazón.


"Capítulo 10: La paciencia, enemiga de la venganza
Otro muy grande estímulo para la impaciencia es la pasión de la venganza, tanto la que se pone a defensora del honor como la que se comete por maldad. Esta clase de honra es siempre tan vana, como la maldad es siempre odiosa ante Dios. Y lo es muy especialmente en este caso en que uno, provocado por la maldad de otro, se constituye a si mismo en juez con el fin de ejecutar la venganza. Esto es pagar con un nuevo mal; es duplicar el que se había cometido tan sólo una vez. Entre los malvados la venganza es considerada como un consuelo; pero entre los buenos se la detesta como un crimen. ¿Qué diferencia hay entre el provocador y el que a sí mismo se provoca? Que aquél comete el pecado antes, y éste lo comete después. Pero tanto el uno como el otro, son reos de crimen ante Dios, que prohibe y condena cualquier clase de maldad.

Ser el primero o el segundo en pecar no establece diferencia; ni el lugar distingue lo que iguala la semejanza del crimen. Porque de un modo absoluto está mandado que no se devuelva mal por mal (Rm 12, 17). Por tanto, a iguales acciones corresponde igual merecido. ¿Cómo observaremos, pues, este precepto si de veras no despreciamos la venganza? A más de esto, si nos apropiamos el arbitrio de nuestra defensa, ¿qué clase de honor tributamos a Dios, que es nuestro Señor? 


Cualesquiera de nosotros -con ser vasos quebradizos- nos sentimos muy ofendidos cuando nuestros siervos se toman ellos mismos venganza contra sus compañeros. Por el contrario, no sólo alabamos a los que, recordando su humilde condición y el respeto debido a los derechos de su señor, nos ofrecen su paciencia dejando una satisfacción mucho más grande que aquella que ellos hubieran podido exigir. 

Ahora bien, ¿y esto mismo se lo negaremos nosotros a Dios, que es tan justo en ponderar y tan poderoso en realizar? ¿Qué cosa pensamos de este juez si no lo consideramos capaz de hacernos justicia? Y sin embargo, esto es lo que precisamente nos exige cuando dice: "Dejadme la venganza, que yo me vengaré" (Dt 32,35, y Rm 12,19). Es decir: dame tu paciencia que yo la he de premiar.

Y cuando nos dice: "No quieras juzgar para no ser juzgado" (Mt 7, 1), ¿no nos exige la paciencia? ¿Y quién es el que no juzga a otro, sino el que es paciente y no se defiende? Además, ¿quién es el que juzga para perdonar? Porque si perdona, entonces se libra de la impaciencia propia del juez y roba, por tanto el honor al único juez, esto es a Dios. 

En verdad, ¡cuántos desastres causa la impaciencia! ¡Cuántas veces hubo que arrepentirse de haberse vengado! ¡Y en cuántas otras, la fuerza de la venganza fue más dañosa que las ofensas que la motivaron! Porque nada comenzado por la impaciencia ha podido concluir sin violencia. ¡Ni nada hay realizado por la violencia que no ofenda, que no arruine y que no caiga precipitadamente! Por otro lado, si la venganza es menor que la ofensa, te enloqueces; y si mayor, te abrumas. ¿Para qué, pues, la venganza si la impaciencia de su dolor no me deja dominar su violencia?

Si, por el contrario, descanso sobre la paciencia, no sufriré, y no teniendo de qué sufrir no tendré tampoco de qué vengarme".

1 comentario:

  1. Únicamente no coincido con Tertuliano sobre que la paciencia hace que el paciente no sufra; en mi experiencia, el paciente sigue sufriendo como Jesús sufrió en la cruz.

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