jueves, 28 de septiembre de 2017

Caminando en fe (vida de oración)

"Caminamos sin verlo, guiados por la fe" (2Co 5,7), porque la vida aquí, la del creyente, es una peregrinación donde sólo una luz guía, la de la fe. Pero no vemos.


La noche envuelve la vida cristiana: atisbamos, pero vemos como en un espejo, en enigma. La fe nos conduce.

 La noche, además, se produce en nuestro interior, cuando Dios nos lleva más adelante en la oración y comienzan las purificaciones, activas y pasivas, para que le busquemos sólo a Él. Ya no sentimos nada agradable en la oración, nada sensible, y sin embargo es oración y Presencia, difícil pero liberadora.

La fe es luz en la oscuridad, guía segura.



"Aunque es de noche...

Entrar en contacto con Dios, tocarlo por la fe, es el término de la actividad humana en la oración, que se puede llamar por este motivo "oración de fe". Cuando se está "en Dios" ("dar en Dios", dice san Juan de la Cruz) por la fe, no se puede ir más lejos; la oración es perfecta en su parte humana. Basta mantenerse allí prolongando el acto de fe. Dios mismo interviene por los "dones del Espíritu Santo", para mantener la fe en s objeto.

En efecto, la dificultad de mantener el contacto viene de que se produce en la noche, noche para la inteligencia que la luz de Dios (porque Dios es "luz") ciega deslumbrando. Bajo la acción del Espíritu Santo, que interviene por los "dones del Espíritu Santo", la inteligencia se halla en la impotencia de actuar. Se resiente dolorosamente; pero es el primer "signo" de la "cotnemplación sobrenatural" ofrecido por san Juan de la Cruz.

La inteligencia debe aceptarlo. Si cede a la tentación de volver entonces a una actividad razonable para salir de la noche y tomar "cataratas de noticias" o de "jugos sensibles", tendría la impresión de haber encontrado un "apoyo" pero, de golpe, la fe, "incorporada" sobre ella, se "retiraría" de Dios; la inteligencia cesaría entonces de estar "absorbida" en Dios. Sacada "como al pez, del golfo de las aguas sencillas del espíritu" (L 3, 64), no nadaría ya "por las aguas de Siloé, que van con silencio" y ya no estaría "bañada en las unciones de Dios".


La conducta del alma en este estado debe ser una actitud dócil y silenciosa que respete la actividad de Dios ajustando a ella la suya propia. Sometiéndose a una luz infinitamente más alta, la inteligencia natural es purificada y se perfecciona. Le hace falta aceptar su impotencia y recordar que "la fe dicen los teólogos que es un hábito del alma cierto y oscuro" (2S 3,1). Es decir que la fe hace entrar necesariamente en contacto con Dios, pero esto puede ser "de noche". La fe "nos da a Dios mismo", pero "la fe es noche oscura para el alma" (2S 3). Podremos llegar a cantar con san Juan de la Cruz:

¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada! (S, canc. 5).

En esta noche, se encuentran igualmente los sentidos, porque están totalmente inadaptados para aprehender a Dios; pero el Espíritu Santo puede intervenir, aquí también por los "dones del Espíritu Santo", para situarlos en un recogimiento "pasivo" que les obliga a mantenerse en paz. Además no hay que inquietarse con divagaciones siempre posibles, con los sentidos interiores que son, en particular, la memoria y la imaginación. Los sentidos interiores, nos dice en efecto santa Teresa, son parecidos a "estas maripositas de las noches, importunas y desasosegadas: así anda de un cabo a otro" (V 17,6). Ha hecho suficientemente esta experiencia para certificarnos que son "importunas", no pueden perjudicar. Por eso, concluye la santa: "Para esto no sé qué remedio haya" (V 17,6). Basta -y esto es lo más corriente- que la influencia de Dios en la contemplación esté "localizada" en la facultad dominante, la voluntad, para que estas distracciones no sean voluntarias. Desde entonces ya no lo son, aunque muy molestas y desconcertantes, dolorosas, no impiden la unión divina que tiene lugar en las profundidades, "en lo más íntimo del alma" donde Dios "está escondido" (san Juan de la Cruz, C 1,4) mientras que estas divagaciones se producen en la periferia.

Lo que cuenta es la unión con Dios por la fe. Con el P. Marie-Eugenio, saquemos las conclusiones prácticas de esta enseñanza:

"Ya que la fe alcanza a Dios y que Dios, semejante al fuego devorador, está siempre activo para donarse, cada acto de fe viva, es decir acompañado de caridad, pone en contacto con esta hoguera, sitúa bajo la influencia directa de su luz y de su llama, en otros términos, asegura al alma un aumento de la gracia, participación en la naturaleza divina. Cualquiera que sean las circunstancias que acompañan este acto de fe -sequedad o entusiasmo, alegría o sufrimiento- alcanza la realidad divina; e incluso si no experimento nada de este contacto en mis facultades, sé que ha existido y que ha sido eficaz. Saco de Dios a la medida de mi fe, con una medida más abundante quizás incluso si la misericordia de Dios interviene para colmar mis deficiencias y darse considerando no mis méritos, sino solamente mi miseria". Así la oración "no será más que la fe amante que busca a Dios, y puede considerarse como una sucesión de actos de fe".

En este contacto con el Dios vivo, obtenido por la fe, Dios sólo puede donarse, siendo como es el "Bien difusivo de sí mismo", "Bonum diffusivum sui"; Él se da. ¿Qué da al alma?"

(RETORÉ, F., La foi, chemin de l'oraison, en: Communio, ed. francesa, X,4, juillet-août 1985, pp. 100-102).

Ya hemos considerado el aspecto de oscuridad, la fe que vive en la noche y en la noche es purificada.

También hemos conocido mejor el proceso interior de la fe, purificándose, y cómo la voluntad ha de unirse íntimamente a Dios, a pesar de la imaginación y de los sentidos exteriores.

Dios está, actúa, se comunica, incluso aunque no lo sintamos.

Seguiremos viendo qué es el don de Dios, qué da, qué confiere, qué regala.


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