lunes, 7 de marzo de 2016

Padeció, fue crucificado, resucitó, subió al cielo... (IV)

En los misterios de Cristo se cifra nuestra salvación y redención.

Todo lo que Cristo vivió e hizo y padeció fue, no por Él, sino por nuestra salvación.

Todo lo vivido por Jesucristo en su Triduo pascual son acontecimientos salvadores.


Al llegar a este punto, recitando el Símbolo (el Credo), profesamos la fe en Cristo Salvador y Redentor por medio de su pasión y su cruz, por medio de su santísima resurrección y glorificación al cielo. Recordemos, como canta el pregón pascual, que "de nada nos habría valido nacer si no hubiéramos sido redimidos".

Profesamos:


Creo en Jesucristo...
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos,
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.



Así era predicada la fe en Hipona, así se desglosaba esta parte del Símbolo en la predicación de san Agustín, que nosotros recibimos para profundizar en el Credo y actualizar la fe y el Bautismo.


"n. 5. Quizá te parezca poco el que haya venido vestido con la carne de la humanidad Dios por los hombres, el justo por los pecadores, el inocente por los culpables, el rey por los cautivos y el amo por los siervos; el que haya sido visto en la tierra y haya convivido con los hombres; además de eso, fue crucificado, muerto y sepultado. ¿No lo crees? Quizá digas: "¿Cuándo tuvo lugar eso?" Escucha cuándo: en tiempo de Poncio Pilato. Intencionadamente, se te puso también el nombre de juez, para que no dudaras ni del tiempo. Creed, pues, que el Hijo de Dios fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato y sepultado.

Nadie tiene mayor amor que éste: que alguien entregue la vida por sus amigos. ¿Piensas que nadie? Absolutamente nadie. Es verdad, Cristo lo ha dicho. Preguntemos al Apóstol; respóndanos: Cuando éramos enemigos, Dios nos reconcilió consigo por la muerte de su Hijo. He aquí, pues, que en Cristo encontramos un amor mayor, pues entregó su vida no por sus amigos, sino por sus enemigos. ¡Cuán grande es, pues, el amor de Dios a los hombres! ¡Qué afecto el suyo, hasta el punto de amar incluso a los pecadores y morir de amor por ellos! Dios nos manifiesta su amor a nosotros -son palabras del Apóstol- en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.


Cree también tú esto y no te avergüences de confesarlo en bien de tu salvación. Con el corazón se cree para la justicia, pero con la boca se confiesa para la salvación. Además, para que no dudes ni te avergüences, al inicio de tu fe recibiste la señal de Cristo en la frente, en cuanto sede del pudor. Vuelve la mirada a tu frente para que no te asuste la lengua ajena. Dice el mismo Señor: A quien se avergonzare de mí delante de los hombres, el Hijo del hombre lo confundirá delante de los ángeles. No te avergüences de la ignominia de la cruz, que Dios mismo no dudó en tomar por ti. Di con el Apóstol: ¡Lejos de mí el gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo! Y el mismo Apóstol te replica: Estando entre vosotros, nunca juzgué conocer otra cosa sino a Jesucristo y éste crucificado. El, que entonces fue crucificado por un solo pueblo, está ahora clavado en los corazones de todos los pueblos.

n. 6. Quienquiera que seas tú que pones tu gloria más en el poder que en la humildad, recibe este consuelo, aduéñate de este gozo: el que fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato y fue sepultado, resucitó al tercer día de entre los muertos.

Quizá también aquí te entran dudas, quizá tiemblas. Cuando se te dijo: "Cree que ha nacido, que padeció, que fue crucificado, muerto y sepultado", como se trataba de un hombre, lo creíste más fácilmente. ¿Y dudas ahora, ¡oh hombre!, que se te dice: "Resucitó de entre los muertos al tercer día"? Pongamos un ejemplo entre tantos otros. Piensa en Dios, considera que es todopoderoso, y no dudes. Si pudo hacerte a ti de la nada cuando aún no existías, ¿por qué no iba a poder resucitar de entre los muertos a su hombre que ya había hecho? Creed, pues, hermanos; cuando está por medio la fe, no se precisan muchas palabras. Ésta es la única creencia que distingue y separa a los cristianos de los demás hombres.

Que murió y fue sepultado, hasta los paganos lo creen ahora y a su tiempo lo presenciaron los judíos; en cambio, que resucitó de entre los muertos al tercer día no lo admite ni el judío ni el pagano. Así, pues, la resurrección de los muertos distingue la vida que es nuestra fe de los muertos incrédulos. También el apóstol Pablo, escribiendo a Timoteo, dice: Acuérdate que Jesucristo resucitó de entre los muertos. Creamos, pues, hermanos, y esperemos que se cumpla en nosotros lo que creemos que tuvo lugar en Cristo. Es Dios quien promete; él no engaña.

n. 7. Después que resucitó de entre los muertos subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. ¿Sigues, acaso, sin creer? Escucha al Apóstol: Quien bajó, dice, es el mismo que subió por encima de todos los cielos para cumplir todas las cosas. Atento, no sea que experimentes como juez a aquel en cuya resurrección no quieres creer. Pues quien no cree, ya está juzgado.

El que ahora está sentado a la derecha del Padre como nuestro abogado, vendrá de allí a juzgar a vivos y muertos. Creamos, pues, para que, ya vivamos, ya muramos, seamos del Señor".

(S. Agustín, Serm. 215, 5-7).


2 comentarios:

  1. Creer en algo que se ve, que se palpa, es fácil, pero en algo que no es así parece difícil. Entonces ¿como es que digo “creo en las verdades de mi fe”?

    El Credo es una recopilación de nuestra fe y un testimonio vivo de las enseñanzas de la Iglesia. El Credo vivido es el gran regalo de nuestra fe, creemos venciendo la razón humana todo lo que Dios nos ha revelado, creemos porque confiamos en Él y en la Iglesia ya que Cristo prometió estar con ella hasta el final de los tiempos

    Cada domingo, en la Santa Misa recitamos el Credo después de haber oído el Santo Evangelio, la Palabra y, en su caso, la explicación de esta Palabra por el sacerdote. El sentido de recitar el Credo en ese momento es hacer una declaración de nuestra fe como respuesta a esta Palabra porque la fe nace de la escucha de la Palabra de Dios. Solamente una persona que ha escuchado a Jesús puede creer en Él. Pero el Credo, no es solo una oración más de la Santa Misa, es una oración de nuestra vida diaria; aunque no la recitemos, atesorémosla en el corazón, y cuando debamos recitarla digámosla con fuerza, que salga de nuestro corazón.

    Parece ser (don Javier me corregirá) que el Credo, llamado también “Símbolo de la fe”, no nació en la liturgia eucarística, sino en la liturgia bautismal. El catecúmeno antes de ser bautizado debía recitar el Credo. En el siglo V se introdujo en la liturgia eucarística en el Oriente cristiano de lengua griega, y el primer lugar del Occidente cristiano donde se recitó el Credo en la Misa fue en España, por mandato del rey Recaredo (siglo VI).

    Alabad el nombre del Señor, los que estáis en la casa del Señor (de las antífonas de Laudes).


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    1. Efectivamente, Julia María: el Símbolo nace pronto en el contexto bautismal y sólo muy tarde se incorpora a la liturgia de la Eucaristía.

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