Cáritas, es decir, la virtud de la caridad junto con
el ejercicio de Cáritas como asociación y parte de la parroquia, reciben una
luz y una impronta fundamental, decisiva, determinante, con el Triduo pascual:
desde la Misa en
la Cena del
Señor, el Jueves Santo, pasando por la Acción litúrgica del Viernes Santo para llegar a
su máxima solemnidad en importancia y participación: la Vigilia pascual en la
noche de Pascua.
Y
esto desde dos perspectivas: teológica y litúrgica.
La
teología del Triduo pascual nos señala claramente que es el amor del Padre y el
amor del Corazón de Cristo el que le lleva a la cruz y la resurrección por
nosotros y nos deja como prenda y memorial la Eucaristía. Todo
el Triduo pascual es un ejercicio del amor de Cristo, amándonos, dejándonos
amar por Él, aprendiendo a amar así: primero amando a Cristo, luego amando a
nuestros hermanos.
“Esto es mi Cuerpo, que será entregado por
vosotros”.
“Tomad, bebed, éste es el cáliz de mi sangre...”
La Eucaristía se vuelve signo de amor, delicadeza de caridad,
pues el Señor constantemente se da, sin condiciones, con amor y amor esponsal a
su Esposa, la Iglesia. La
Eucaristía, que actualiza todo el Misterio Pascual, nos educa en la Cáritas.
La fuente verdadera de la caridad
es la Eucaristía.
Recibir y vivir el amor de Cristo, hecho sacramento, colma el
corazón e imprime un dinamismo de éxtasis, es decir, de salida de uno mismo
para ir al encuentro del prójimo y amarlo y servirlo.
De la Eucaristía nace el
amor. El amor de Cristo entregado en el sacrificio de la cruz -actualizado en la Santa Misa- pide la
respuesta de amor, y este amor -caridad, en lenguaje cristiano- toma forma en
las obras de amor, de misericordia, de entrega, de servicialidad, al prójimo,
al hermano. Comienza así la caridad eucarística a transformar el mundo no desde
los grandes discursos, ampulosos, sobre las estructuras de pecado y la
injusticia del sistema, sino desde mi propia entrega que acreciente un poco más
el bien y el amor en el mundo.
Quienes, además por vocación
especial, se dedican a la caridad, sólo podrán realizar su difícil vocación o
carisma apoyados en una sólida vida eucarística. Trabajar en Cáritas, ser
miembro de algún voluntariado católico o vivir como religioso en algún Instituto
dedicado a la caridad, exige una solidez eucarística, que da madurez personal y
entrega sin límites, y que jamás se puede sustituir por el voluntarismo, o la
opción errada de secularizar la caridad, sin referencia a Jesucristo.
La
liturgia de este Triduo pascual contiene algunos rasgos en sus ritos muy
sugerentes.
En la Misa en la Cena del Señor, destacan el
lavatorio de los pies y la solemne colecta de los dones. Dice la Carta sobre la “Preparación
y celebración de las fiestas pascuales”, de la Cong. para el Culto divino: “El lavatorio de los
pies que, según la tradición, se hace en este día a algunos hombres previamente
designados, significa el servicio y el amor de Cristo, que “no ha venido para
que le sirvan, sino para servir”. Conviene que esta tradición se mantenga y se
explique según su propio significado. Los donativos para los pobres,
especialmente aquellos que se han podido reunir durante la Cuaresma como fruto de la
penitencia, pueden ser presentados durante la procesión de ofrendas, mientras el
pueblo canta “Ubi caritas est vera”” (n 50 s).
Las
ofrendas, que nunca pueden ser “simbólicas” (un reloj, un libro, un balón...)
desfigurando su sentido, sino reales, para la Iglesia y para los pobres,
van a ser el fruto sincero del ayuno de la Cuaresma. Un prefacio
de la liturgia cuaresmal canta la grandeza del ayuno por el cual se da gracias
a Dios: "Porque con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas
nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa por Cristo, Señor nuestro"
(IV de Cuaresma) y otro prefacio: “Porque con nuestras privaciones voluntarias
nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones, a dominar nuestro afán de
suficiencia y a compartir nuestros bienes con los necesitados imitando así tu
generosidad” (III de Cuaresma). Éstos son los valores del ayuno corporal. Y eso
no es todo: lo que nos ahorramos económicamente con el ayuno y con tanta
privación no nos pertenece, es para los pobres. Por eso el Jueves Santo
deberíamos entregar los ahorros del ayuno a Cáritas en la colecta de la Misa. Todo ayuno
implica fraternidad.
La Vigilia pascual -¡la mayor
de las solemnidades, imprescindible para la vida cristiana!- educa en esa misma
línea. Los nuevos bautizados, tras orar como fieles por vez primera en la
oración universal, presentan su propia ofrenda, tienen derecho a ofrecer el pan
y el vino y sus propias aportaciones para los pobres.
El
amor entregado de Cristo en el Triduo Pascual y el desarrollo mismo de la
liturgia (cuando es bien celebrada, sin falsas creatividades ni inventos) educa
en la Cáritas
auténtica. La liturgia es un ejercicio de la Cáritas de Dios para vivirla y que se convierta
en Cáritas (Caridad-Amor) para con Dios y para con nuestros hermanos.
La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. La caridad es un don de Dios que nos permite amar en medida superior a nuestras posibilidades humanas. Ahora bien, la causa y el fin de la caridad está en Dios no en la filantropía (amor a los hombres).
ResponderEliminarQue tu palabra sea siempre luz en nuestro sendero, para que, realizando siempre la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas en ti (de las preces de Laudes).