En octubre, como bien sabemos, será elevado al rango de los Doctores de la Iglesia, un sacerdote de una pieza, san Juan de Ávila. Sus escritos se ofrecen entonces como una referencia segura y lúcida para toda la Iglesia.
Sin embargo, tal vez pueda parecer que el patrono del clero diocesano español está circunscrito a ámbitos sacerdotales y sea necesario darlo a conocer a todos, difundir su devoción y animar, cómo no, a leer sus escritos.
Como preparación para la proclamación del Doctorado de san Juan de Ávila, vamos a ir aquí leyendo diversos documentos que nos muestren la amplitud del ministerio, de la doctrina y de la vida de este gran santo.
El primer documento será el
Mensaje que la Conferencia episcopal española ofreció con motivo de las celebraciones del V centenario de su nacimiento.
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Queridos hermanos y hermanas:
El día 6 de enero se cumplirán 500 años del nacimiento de San Juan de
Ávila, Patrono del clero secular español. La celebración de este Vº
Centenario nos invita a reavivar en nuestra vida y en nuestra acción
pastoral el deseo de imitar al santo Maestro Ávila. Su recia
personalidad, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la Iglesia, su ardor y entrega apostólica son estímulos permanentes para que vivamos en fidelidad la vocación a la que Dios nos llama a cada uno y seamos sus testigos en los comienzos de este nuevo milenio.
Damos gracias a Dios por el regalo de este santo y por los reconocimientos que la Iglesia
ha hecho de él: la beatificación, por parte de León XIII el 6 de abril
de 1894; la declaración como Patrón principal del clero secular español
por Pío XII el 2 de Julio de 1946; la canonización por Pablo VI el 31 de
Mayo de 1970. Y esperamos que al título de “Santo” se le añada pronto, si la Iglesia lo considera oportuno, el de “Doctor” de la Iglesia universal.
Sabio maestro y consejero experimentado
San Juan de Ávila fue una vocación para la reforma que la Iglesia
necesitaba en momentos de profunda crisis. Es una de las figuras más
centrales y representativas del siglo XVI, escogido por los mejores.
Destacó, ya en su tiempo, por la calidad de su doctrina teológica y la
sabiduría de sus consejos como guía espiritual, en unas circunstancias
en las que la Iglesia
y la sociedad del siglo XVI necesitaban guías experimentados que las
renovaran. Convenientemente preparado en su villa natal de Almodóvar del
Campo (Ciudad Real), según las costumbres de la época, bajo tutores
personales, a los catorce años ingresó en la Universidad
de Salamanca, una de las más prestigiosas del mundo de entonces.
Después de cursar estudios de Leyes durante tres años, sintió una
llamada de Dios y volvió a la casa familiar para consagrarse a una vida
de oración y penitencia. Tres años llevaba en este género de vida,
cuando un religioso de San Francisco le aconsejó que se dedicara al estudio de la Filosofía y la Teología
en la recién fundada Universidad de Alcalá, a fin de prepararse para
recibir las Órdenes sagradas y poder así ayudar mejor a las almas. Tanto
adelantó en estos estudios y en el conocimiento de la Sagrada Escritura, que sus mismos maestros, entre ellos el teólogo Domingo de Soto, vistas la agudeza de su ingenio, la admirable memoria
y su incansable aplicación al estudio, auguraron que en breve llegaría a
ser uno de los hombres más sabios de toda España.