miércoles, 16 de mayo de 2012

Hasta la enfermedad se ofrece

El sufrimiento moral y espiritual del enfermo se trasciende cuando, descubriendo al Señor crucificado, se une a Él y entonces se ofrece la enfermedad uniéndose a Cristo, por tantas y tantas necesidades del mundo y de la Iglesia.


Se trata de palpar "vitalmente" lo que experimentaba san Pablo: "completo en mi carne los sufrimientos que faltan a la pasión de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24). El dolor y la debilidad ofrecidas, con Cristo en la cruz, se convierten en instrumento de redención. Sirve en virtud de la Comunión de los santos, donde todos estamos unidos, unos se ofrecen por otros, aquellos ofrecen por éstos su trabajo, su oración o su dolor y, como somos un solo Cuerpo, repercute en bien de todos.

Es muy distinto, y los enfermos en esos momentos cruciales lo agradecen, descubrir que ellos tienen mucho aún que aportar. No mediante la predicación, o las reuniones, o el apostolado activo... sino rezando y ofreciendo con el mayor amor posible.

Es más, ofrecer el dolor cuando éste ha llegado, se convierte en una misión eclesial, invisible, pero realmente fecunda y eficaz para todo el Cuerpo místico de Cristo.

"Queridos enfermos, vosotros realizáis una obra importante: viviendo vuestros sufrimientos en unión con Cristo crucificado y resucitado, partipáis en el misterio de su sufrimiento para la salvación del mundo. Ofreciendo nuestro dolor a Dios por medio de Cristo, podemos colaborar en la victoria del bien sobre el mal, porque Dios hace fecundo nuestro ofrecimiento, nuestro acto de amor. Queridos hermanos y hermanas... no os sintáis extraños al destino del mundo; más bien sentíos teselas preciosas de un hermosísimo mosaico que Dios, gran artista, va formando día tras día, también mediante vuestra contribución. Cristo, que murió en la cruz para salvarnos, se dejó clavar en aquel madero para que de ese signo de muerte floreciera la vida en todo su esplendor... El sufrimiento, el mal, la muerte no tienen la última palabra, porque de la muerte y del sufrimiento puede resurgir la vida" (Benedicto XVI, Discurso a los enfermos en la Pequeña Casa de la Divina Providencia - Cottolengo, 2-mayo-2010).

Sabiendo esto, acompañando así a los enfermos, y si estamos nosotros enfermos ofreciéndonos así, las intenciones pueden ser muchas.

Un enfermo se ofrecerá por los sacerdotes.
Otro enfermo se ofrecerá por la Iglesia.
Otro, por los alejados.
Otro, por los que buscan a Dios, están en proceso de conversión.
Otro, por la paz.
Otro, por la unidad de las familias.
Otro, por las misiones.
Etc., etc.


N.B. Ahora mismo (las 8.28 h.) me doy cuenta de que no había posibilidad de hacer comentarios. Lo acabo de habilitar, pero perdón por el despiste.

1 comentario:

  1. Comprender el sentido de la enfermedad, del dolor y del sufrimiento humano es un desafío para el hombre. En la antigüedad se pensó que la enfermedad era un castigo por los pecados, pero para el cristiano es una posibilidad de colaboración en el plan divino, sostenimiento de los hermanos en la comunión, purificación y redención. No se trata, por supuesto, de decir que el dolor no sea doloroso ni que la enfermedad sea un bien, sino que el Padre le ha dado un sentido.

    La actitud cristiana frente a la enfermedad y al dolor no es, como algunos suponen, resignación ni significa que la Pasión haya sido incompleta, sino que es la ocasión privilegiada que Jesús nos brinda de compartir y coparticipar en el sufrimiento amoroso y redentor de su Cruz dentro de un plan divino y en el mutuo intercambio en la comunión de los santos de oraciones, méritos, satisfacciones... porque lo mío no es ya mío, es de Cristo y, en consecuencia, de mis hermanos. La aceptación cristiana es activa y nace de la fe, es la hora del abandono que no es fatalismo sino una entrega confiada a la voluntad de Dios.

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