jueves, 17 de mayo de 2012

¡Estad alegres! -la alegría pascual (y 4)

El tiempo pascual está caracterizado por la alegría. La vivimos, la experimentamos. Nos gozamos con el Señor, nos alegramos en Él, participamos de la alegría de su Corazón resucitado.

Es tiempo de alegría porque Quien estaba muerto reina ahora sobre los vivos. Tiene poder de vivificar.


Los textos litúrgicos de la Pascua suplican esta alegría constante, reiteradamente:

Concédenos, Señor, que la celebración de estos misterios pascuales 
nos llene siempre de alegría 
y que la actualización repetida de nuestra redención 
sea para nosotros fuente de gozo incesante (OF Martes II).

Y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, 
concédenos participar también del gozo eterno (OF Lunes II).

Oh Dios, todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor; 
concédenos, a través de la celebración de estas fiestas,
 llegar un día a la alegría eterna (OC Mierc. Octava).


La alegría no es sin más un rasgo de la cincuentena pascual, evidente, sino el tono espiritual del católico, del bautizado redimido y agraciado. Es la alegría pascual la que nos educa para vivir siempre en esta alegría nueva y espiritual. Es la alegría de la Pascua la que se difunde y recorre todo el año litúrgico, para que vivamos alegres en el Señor.

Así, ahora, conocer esta alegría y profundizar en ella, siguiendo el Mensaje del Papa Benedicto para la Jornada Mundial de la Juventud de este año 2012, es entrar en la escuela de la alegría que debe distinguirnos ahora y siempre.


"6. La alegría en las pruebas

Al final puede que quede en nuestro corazón la pregunta de si es posible vivir de verdad con alegría incluso en medio de tantas pruebas de la vida, especialmente las más dolorosas y misteriosas; de si seguir al Señor y fiarse de Él da siempre la felicidad.

La respuesta nos la pueden dar algunas experiencias de jóvenes como vosotros que han encontrado precisamente en Cristo la luz que permite dar fuerza y esperanza, también en medio de situaciones muy difíciles. El beato Pier Giorgio Frassati (1901-1925) experimentó tantas pruebas en su breve existencia; una de ellas concernía su vida sentimental, que le había herido profundamente. Precisamente en esta situación, escribió a su hermana: «Tú me preguntas si soy alegre; y ¿cómo no podría serlo? Mientras la fe me de la fuerza estaré siempre alegre. Un católico no puede por menos de ser alegre... El fin para el cual hemos sido creados nos indica el camino que, aunque esté sembrado de espinas, no es un camino triste, es alegre incluso también a través del dolor» (Carta a la hermana Luciana, Turín, 14 febrero 1925). Y el beato Juan Pablo II, al presentarlo como modelo, dijo de él: «Era un joven de una alegría contagiosa, una alegría que superaba también tantas dificultades de su vida» (Discurso a los jóvenes, Turín, 13 abril 1980).

Más cercana a nosotros, la joven Chiara Badano (1971-1990), recientemente beatificada, experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado por el amor y estar habitado por la alegría. A la edad de 18 años, en un momento en el que el cáncer le hacía sufrir de modo particular, rezó al Espíritu Santo para que intercediera por los jóvenes de su Movimiento. Además de su curación, pidió a Dios que iluminara con su Espíritu a todos aquellos jóvenes, que les diera la sabiduría y la luz: «Fue un momento de Dios: sufría mucho físicamente, pero el alma cantaba» (Carta a Chiara Lubich, Sassello, 20 de diciembre de 1989). La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás. A menudo repetía: «Jesús, si tú lo quieres, yo también lo quiero».

Son dos sencillos testimonios, entre otros muchos, que muestran cómo el cristiano auténtico no está nunca desesperado o triste, incluso ante las pruebas más duras, y muestran que la alegría cristiana no es una huída de la realidad, sino una fuerza sobrenatural para hacer frente y vivir las dificultades cotidianas. Sabemos que Cristo crucificado y resucitado está con nosotros, es el amigo siempre fiel. Cuando participamos en sus sufrimientos, participamos también en su alegría. Con Él y en Él, el sufrimiento se transforma en amor. Y ahí se encuentra la alegría (cf. Col 1,24).

7. Testigos de la alegría

Queridos amigos, para concluir quisiera alentaros a ser misioneros de la alegría. No se puede ser feliz si los demás no lo son. Por ello, hay que compartir la alegría. Id a contar a los demás jóvenes vuestra alegría de haber encontrado aquel tesoro precioso que es Jesús mismo. No podemos conservar para nosotros la alegría de la fe; para que ésta pueda permanecer en nosotros, tenemos que transmitirla. San Juan afirma: «Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo» (1Jn 1,3-4).

A veces se presenta una imagen del Cristianismo como una propuesta de vida que oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría. Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes discípulos de Cristo, tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la «buena noticia» de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él. Mostrad al mundo que esto de verdad es así.

Por lo tanto, sed misioneros entusiasmados de la nueva evangelización. Llevad a los que sufren, a los que están buscando, la alegría que Jesús quiere regalar. Llevadla a vuestras familias, a vuestras escuelas y universidades, a vuestros lugares de trabajo y a vuestros grupos de amigos, allí donde vivís. Veréis que es contagiosa. Y recibiréis el ciento por uno: la alegría de la salvación para vosotros mismos, la alegría de ver la Misericordia de Dios que obra en los corazones. En el día de vuestro encuentro definitivo con el Señor, Él podrá deciros: «¡Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor!» (Mt 25,21).

Que la Virgen María os acompañe en este camino. Ella acogió al Señor dentro de sí y lo anunció con un canto de alabanza y alegría, el Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1,46-47). María respondió plenamente al amor de Dios dedicando a Él su vida en un servicio humilde y total. Es llamada «causa de nuestra alegría» porque nos ha dado a Jesús. Que Ella os introduzca en aquella alegría que nadie os podrá quitar".


6 comentarios:

  1. ¡Qué difícil resulta estar alegres en estos momentos de tantas dificultades!
    Acogernos a Nuestro Padre y dejarnos guiar por Él ofreciéndole todo nuestro amor, es lo que puede disiparnos de tantas tristezas como hay.

    Muy feliz día y que DLB.

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    1. Dificilísimo. En las dificultades verdaderas, que nos pueden abatir, sólo la esperanza sobrenatural nos puede sostener y de ahí podrá brotar algo de alegría verdadera, honda, pacificadora.

      Un gran abrazo, in Domino, +

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  2. Un saludo de un estresado seguidor de su blog... Llenémonos de alegría!!! Cristo ha resucitado ¿Que hemos de temer?

    Un abrazo en el Señor :)

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    1. Siento tanto estrés.
      La alegría del Señor resucitado sea nuestra fuerza, nuestra paz.

      Un abrazo!!

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  3. Hoy cuando es habitual la aspereza, la impaciencia, la agresividad, esa penosa desesperación en los rostros, nosotros tenemos el secreto de la alegría porque quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo encarnado, el Redentor del hombre, no puede dejar de experimentar en lo íntimo una inmensa alegría. En la crisis en la que nos encontramos, nosotros podemos y debemos ser la alegría que no tiene su origen en la riqueza sino en los pobres de Yhave. La alegría es uno de los más poderosos aliados para conseguir la victoria porque la tristeza solo cabe en quien ha perdido la esperanza y aunque como católicos nos puedan atacar por distintos motivos, con razón o sin ella, nadie podrá atacar una espada contra la que no hay escudo: la alegría. Pidámosla a Ella, a Santa María, que nos dé de su alegría.

    ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Sobra agresividad, impaciencia, aspereza. En el fondo, bajo muchas máscaras que ocultan, es fácil advertir que haya tristeza real en muchas personas. La ahogan como pueden, pero están muy perdidos.

      Nosotros, tenemos una fuente inagotable, que es Cristo Resucitado, para vivir una alegría nueva.

      ¡Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros! ¡Reina del cielo, alégrate, Aleluya!

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