Hay experiencias que son preciosas; momentos vividos que piden ser reflexionados e iluminados con visión sobrenatural. Y algo así he vivido.
He vuelto a mi querida parroquia de Santo Domingo (Lucena) donde estuve 4 años felicísimos. No suelo prodigarme mucho; una vez que salgo de una parroquia procuro no volver por respeto al sacerdote que esté allí, dejándole siempre su lugar y no creando situaciones que pudieran ser incómodas; también para no fomentar nostalgias ni vínculos que más que de amistad, se conviertan en círculos cerrados de “amiguismo”. Prefiero ser prudente.
Por eso, esta vez y como excepción, he vuelto a Lucena, invitado por la cofradía de San José a presidir la Misa solemne. Acepté; disfruté. Mis hermanos sacerdotes, Leopoldo y José Félix, atentos y cordialísimos, ¡incluso ayudándome a revestirme!, a lo cual no estoy acostumbrado. Ellos, magníficos. Asimismo, los dos seminaristas que están allí de pastoral y sirvieron al altar, Samuelito y José Luis (algo nerviosos para que nada de la liturgia fuera a salir mal delante de mí). La cofradía me recibió con afecto. Son buenos, vinculados a la parroquia, serviciales, y lo demostraron con creces cuando hubo que arreglar la parroquia y meternos en obras en 2005.
Presidí la Eucaristía, muy cuidada en la liturgia. ¡Qué sensación tras extraña volver a predicar desde la sede en la que durante 4 años prediqué y enseñé al Pueblo de Dios! ¡Cuántos recuerdos al besar el altar y consagrar allí donde tantas veces ofrecí el Sacrificio Eucarístico en bien del pueblo!
Me saludaron muchísimas personas, y yo, tímido por naturaleza, lo paso mal porque no me gusta ser protagonista ni centro de atención. ¡Pero que le iba a hacer! Iban a saludar, más que al amigo, al sacerdote que los sirvió ministerialmente.
Se acercaron amigos de distintas cofradías de la parroquia y de la Agrupación de Cofradías de Lucena; feligreses de todas las edades. Pude saludar a algunos matrimonios del COF (¡cuántas reuniones en el COF, Dios míos, cuántos retiros, cuántas conferencias, programaciones...!); catequistas de la parroquia, a los que acompañé varios años con la formación de catequistas; algunos de los que participaban en la catequesis semanal de adultos; saludé a los matrimonios cursillistas (¡los que de broma no me pasan ni una!); se acercaron también algunas personas que suelen ir a la que fue mi capellanía, el Monasterio de San Agustín; matrimonios jóvenes que ya tienen su primer hijo o que acaban de recibir la noticia del primer embarazo y están rebosantes de alegría (¡menos mal que me llamaron al móvil para decírmelo hace una semana!)... Y vi a los que fueron mis monaguillos (Gaspi, Jesús, Juan Pablo...), algunos de los cuales han crecido tanto que me sacan una cuarta de altura.
Y el móvil no dejaba de sonar: ¿Cómo poder quedar con todos, estar con todos, cuando no me daba tiempo de mucho más? Y me llegué a ver a las monjas contemplativas de las que fui capellán. Y seguían llamándome y parándome por la calle...
Como experiencia humana, sumamente agradable y gratificante.
Pero había algo más.
Al ver a tantas personas, tan distintas, realizando tareas diferentes, con ministerios, servicios y carismas tan distintos entre sí, uno llega a palpar la vitalidad y la riqueza de la Iglesia misma. ¡Es la belleza de la Iglesia! Un pueblo, el pueblo cristiano, donde todos tienen cabida, todos poseen su lugar propio, integrados en una Comunión mayor que uno mismo. La Iglesia es unidad, pero jamás puede ser uniformidad. Es un pueblo de hombres y mujeres, de distintas edades, de distintas funciones, sensibilidad espiritual diferente, pero nunca en oposición unos a otros, sino en entrega y mutua donación. Lo bello de la Iglesia es la unidad en la diversidad, que embellece a la Esposa de Cristo. Huyamos siempre de un solo camino para todos, un mismo método obligatorio para todos, de generar ámbitos que sean cristianos “de primera” y el resto “cristianos de segunda o tercera fila”.
Y, además, la experiencia de cómo la Iglesia es un Hogar. Sí, un Hogar. No lo entenderá quien mire a la Iglesia desde fuera, con los prejuicios imperantes hoy, considerándola una institución de poder. La Iglesia es un Hogar. Uno entra en ella y ve realmente a su familia, a sus hermanos; con algunos habrá más afinidad, más simpatía, tal vez más comunicación interpersonal; pero todos miembros de un Hogar, de una Familia, de una Casa. En esta Iglesia-Hogar, visibilizada en la parroquia, uno es querido por lo que es, y aceptado tal cual es. Nada de círculos cerrados afectivos en torno al sacerdote, nada de camarilla que genera malestar. Un Hogar, abierto, con aire limpio y puro, donde uno trata, se relaciona y quiere a personas muy variadas.
¡Éste es el Misterio de la Iglesia!
Y tal como lo viví, sentí y recé, os lo cuento.
Gracias, mi querida parroquia, por un domingo pascual tan completo.
Querido Javier; me alegro infinito de que el retorno a tu ciudad de Lucena haya sido tan grato y emotivo; sin duda, el que siembra, recoje y has recogido todo el cariño y afecto que has ido sembrando en muchos corazones de los lucentinos.-
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, de tu amigo
Juan Angel
Enhorabuena... experiencias así son las que dan fuerza para seguir adelante. Dios le bendiga :)
ResponderEliminarMe da mucha alegría que comparta con nosotros su magnifica experiencia. No sabe lo llena que me sentí al oir la homilía, como siempre, sintiéndola y dándome por aludida. Otra vez gracias.
ResponderEliminarEstimado amigo Don Javier:
ResponderEliminarMe es muy grato saber de tu visita a Lucena, o mejor dicho, tu visita a tu parroquia de Santo Domingo, donde se forjaron fuertes lazos de amistad y sincero aprecio entre muchas personas. No pude verte el domingo en la Función Solemne de San José, pero si se que dejaste tu huella inconfundible en la Homilía que no dejo indiferente a nadie y como siempre llena de fuerza y de Pastoral con tu Don de palabra.
Espero pronto poder saludarte personalmente, y cuando vengas, eso se avisa.
Un abrazo
Paco Burguillos
El pasado domingo en la Función Solemne de San José, volví a revivir esos magníficos años que pasaste entre nosotros, llenos de formación, riqueza espiritual y un don de llegar a la gente inconmensurable.
ResponderEliminarAunque no el tiempo que mi familia hubiera deseado, pero tengo que agradecerte que estuvieras un ratito en mi casa en esa tarde del Domingo de San José.
Espero volverte a ver muy pronto y reza mucho por la unión de los matrimonios, tu me entiendes ¿vale?
Un fuerte abrazo de tu familia de Lucena.
Gracias a todos por vuestros comentarios. Gracias también por vuestras palabras.
ResponderEliminarPero el post de hoy no era más que:
-agradecimiento por mi parte
-catequesis sobre el sentido de la Iglesia misma.
Pedro Arroyo: No te quejes. Estuve asi 25 minutos en tu casa. Todo un récord en un día tan ajustado.
No sabía que D. Javier venía el domingo a Lucena, y cuando llegué a misa y lo ví, el corazón me dió un brinco, !qué alegría!, como se le añora, sus homilias, !como llenan!. La alegría aún me dura. Déjese ver mas por aquí.
ResponderEliminarAnónimo:
ResponderEliminar¿Por qué no puso su nombre? No me da la vida para más, por lo que bastante tengo con intentar llegar a mis obligaciones actuales. Ahora bien, eso no significa que no me gustaría ir más a Lucena...
Querido don Javier: usted sabe que no soy amiga de escribir comentarios aquí, pero hoy no tengo más remedio que hacerlo. Gracias por habernos hecho entender que en la Iglesia no se sigue a un amigo; porque esté el cura que esté es al Señor a quien seguimos. Aparte, sabe usted que el cariño que su familia de Lucena le tiene es el de un hermano aunque el otro dia lo tuviéramos que echar de casa. De todas formas, sí pudimos disfrutar de la cervecita de mediodía. Besos.
ResponderEliminar¡¡Ya sé quién eres!! Gracias por decir que soy de la familia, casi un hermano: ¡¡qué no dirá tu hermano!! Pero éste no es lugar para bromas... Ha quedado de forma equívoca el decir que me "echaste de casa"; mejor, os teníais que ir, y os saludé cinco minutos...
ResponderEliminarYa que te has atrevido a escribir, que no sea la última. Pero la próxima, pon tu nombre.
UN beso. Y al esposo, y los "niños".