jueves, 22 de abril de 2010

El Aleluya

¡Bienvenido seas, Aleluya de nuestro gozo y esperanza! Anhelantes aguardábamos tu llegada. Tan importante, tan solemne, tan deseado, que en la Vigilia pascual el diácono se acerca al Obispo después de la lectura de la epístola y le anuncia: "Reverendissime Pater, annuntio vobis gaudium magnum, quod est Alleluia" (Caeremoniale episcoporum, n. 352).

Desde entonces, el Aleluya resuena constantemente en la liturgia: antes del Evangelio en la Misa, en los cantos, o como estribillo-respuesta del salmo responsorial; en la Liturgia de las Horas después de la invocación inicial "Dios mío, ven en mi auxilio...", en las antífonas sálmicas, en los responsorios...



Recordemos la Ordenación general del Misal romano (3ª ed.) sobre el Aleluya:

n. 62 “Después de la lectura que precede inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya, u otro canto establecido por la rúbrica, según las exigencias del tiempo litúrgico. Esta aclamación constituye de por sí un rito o un acto con el que la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor que les va a hablar en el Evangelio, y profesa su fe con el canto. Lo cantan todos de pie, precedidos por la schola o del cantor, y, si procede, se repite; el verso lo canta el coro o un cantor.

    a) El Aleluya se canta en todos los tiempos litúrgicos, fuera de la Cuaresma. Los versículos se toman del Leccionario o del Gradual.
    b) En el tiempo de Cuaresma, en lugar del Aleluya se canta el verso que presenta el Leccionario antes del Evangelio. Puede cantarse también otro salmo o tracto, según figura en el Gradual.

    n. 63. Cuando hay una sola lectura antes del Evangelio:
    a) En los tiempos litúrgicos en que se dice Aleluya se puede tomar o el salmo aleluyático o el salmo y el Aleluya con su versículo.
    b) En el tiempo litúrgico en que no se ha de decir Aleluya, se puede tomar o el salmo y el versículo que precede al Evangelio o el salmo solo.
    c) Si no se cantan, el Aleluya o el verso antes del Evangelio pueden omitirse".

¡Aleluya!
¡Alabad al Señor!
¡Gloria a Ti, Cristo, Rey de eterna gloria!, porque el Aleluya es el mismo canto que resuena en las moradas celestiales, según el Apocalipsis, y que permite que la liturgia del cielo irrumpa en la liturgia terrena de la Iglesia peregrina.

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