martes, 20 de octubre de 2009

A vueltas con la secularización interna de la Iglesia


La cultura en la que se desenvuelve nuestra vida es la post-modernidad, que está de vuelta del cristianismo, que cree conocerlo porque conoce algunas manifestaciones externas, y lo ha reducido a un fenómeno cultural y turístico, pero sin incidencia social ni vitalidad. La sociedad post-moderna ha erigido el relativismo como criterio y medida de todas las cosas ("todo vale, todo es igualmente respetable, no existe la Verdad sino que cada cual tiene su verdad/opinión"). Y ese clima cultural y de pensamiento se infiltró en la Iglesia dejándola debilitada y vaciada de su ser y de su misión. Esta es la secularización interna de la Iglesia.

Una Iglesia que sea moderna y mundana, dedicada a tareas intramundanas (construir una sociedad justa en alianza con todos los grupos o movimientos de transformación), entregada a tareas asistenciales únicamente para suplir las carencias sociales del Estado. Pero, ¿eso es la Iglesia? ¿Esa es la misión de la Iglesia que Cristo le confió?

Nuestros obispos señalaron este grave problema y sus consecuencias en el Plan pastoral 2002-2005, "Mar adentro". Lo que ellos afirmaban debería despertarnos y emprender una tarea de regeneración eclesial.

"El problema de fondo, al que una pastoral de futuro tiene que prestar la máxima atención, es la secularización interna. La cuestión principal a la que la Iglesia ha de hacer frente hoy en España no se encuentra tanto en la sociedad o en la cultura ambiente como en su propio interior; es un problema de casa y no sólo de fuera. Es cierto que esta situación eclesial está influida por la cultura en que nos toca vivir. Pero es preciso mirar con atención las repercusiones que está teniendo en el interior de la Iglesia para darle la debida solución. Tomar conciencia de esto no significa promover ningún repliegue al interior. Con este diagnóstico pretendemos, más bien, adoptar la postura y la perspectiva adecuada para la misión. Es decir, que no sea la cultura ambiente, sino la propia identidad de ser Iglesia de Jesucristo la que nos marque los caminos pastorales, la perspectiva global y los asuntos cruciales de la vida eclesial.

Entre los efectos de esta situación de “secularización interna” destacamos:

- la débil transmisión de la fe a las generaciones jóvenes;

- la disminución de vocaciones para el sacerdocio y para los institutos de vida consagrada;

- el cansancio e incluso desorientación que afecta a un buen número de sacerdotes, religiosos y laicos;

- la pobreza de vida litúrgica y sacramental de no pocas comunidades cristianas" (nn. 10-11).

Seamos conscientes de la situación secularizada en que vivimos... ¡y acometamos la misión de la Iglesia fielmente, con clara identidad y ardor apostólico!

4 comentarios:

  1. No se si usted recibe la revista-misal-devocionario Magnificat. En la de octubre hay un estupendo escrito de Mons. Tomas Spidlik: Mundo visible. En este escrito se señala la falta de comprensión del concepto "mundo" como parte esencial del problema.

    La transición de enfoques desde "fuga del mundo" al "diálogo con le mundo", que se ha dado desde en anteconcilio al postconcilio...no ha sido bien digerida por muchos de nosotros. Nos hace falta profundizar, ya que el cristianismo superficial se nos queda pequeño a poco de empezar a caminar.

    Dios le bendiga :)

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  2. Intento responder, ya veremos el resultado.

    "Mundo" es concepto ambivalente, con dos significados:

    -mundo en sentido de pecado, conjunto del mal, como aparece en Juan ("Guárdalos del mundo"),

    -mundo como realidad social, el ámbito donde se desarrolla lo humano y adonde hemos de estar y vivir y somos enviados ("Id al mundo entero...").

    Según el contexto, mundo adquiere una significación u otra.

    La "fuga mundi" es el retiro al desierto o al claustro para encontrarse con Dios en la ascesis, mortificación y oración, renunciando a los placeres o comodidades de la vida civil o social.

    Pero, sin abandono de lo anterior, hemos de mirar al mundo y reconocer en él la mirada de Dios que "tanto amó al mundo (no lo despreció) que envió a su Hijo", y al mundo hemos de mostrar a Cristo. Dialogamos con el mundo para testimoniar la Verdad y en el mundo "los cristianos son el alma" como refiere la carta a Diogneto.

    El diálogo con el mundo no es la asunción crítica de sus presupuestos mentales, la mentalidad de la cultura imperante, sino ir a lo más profundo del hombre y la cultura, su sed y su búsqueda de la Verdad.

    Pablo VI, ¡qué grande!, lo señalaba en la Ecclesiam suam: "nos parece que la relación entre la Iglesia y el mundo, sin cerrar el camino a otras formas legítimas, puede representarse mejor por un diálogo, que no siempre podrá ser uniforme, sino adaptado a la índole del interlocutor y a las circunstancias de hecho existente; una cosa, en efecto, es el diálogo con un niño y otra con un adulto; una cosa es con un creyente y otra con uno que no cree" (n. 30).

    El único peligro son los extremos: encerrarnos como Iglesia por miedo a contaminarnos con posturas, digamos, reaccionarias y por otro lado la forma acrítica de amoldarse al mundo de cada época diluyendo la identidad eclesial.

    ¡Difícil equilibrio!

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  3. Amplio el comentario y sigo con la Ecclesiam suam. Escribía Pablo VI:

    "¿Hasta qué punto debe la Iglesia acomodarse a las circunstancias históricas y locales en que desarrolla su misión? ¿Cómo debe precaverse del peligro de un relativismo que llegue a afectar su fidelidad dogmática y moral? Pero ¿cómo hacerse al mismo tiempo capaz de acercarse a todos para salvarlos a todos, según el ejemplo del Apóstol: Me hago todo para todos, a fin de salvar a todos?(58).

    Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre, hace falta hasta cierto punto hacerse una misma cosa con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo; hace falta compartir —sin que medie distancia de privilegios o diafragma de lenguaje incomprensible— las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, si queremos ser escuchados y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar, escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo en la medida de lo posible y, donde lo merezca, secundarlo. Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el mismo hecho con el que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía, el servicio. Hemos de recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo según el ejemplo y el precepto que Cristo nos dejó(59).

    Pero subsiste el peligro. El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una atenuación o en una disminución de la verdad. nuestro diálogo no puede ser una debilidad frente al deber con nuestra fe. El apostolado no puede transigir con una especie de compromiso ambiguo respecto a los principios de pensamiento y de acción que han de señalar nuestra cristiana profesión. El irenismo y el sincretismo son en el fondo formas de escepticismo respecto a la fuerza y al contenido de la palabra de Dios que queremos predicar. Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocación cristiana puede estar inmunizado contra el contagio de los errores con los que se pone en contacto" (n. 33).

    Aconsejo una lectura sosegada, realista, sin prejuicios, de la Constitución Gaudium et Spes del Vaticano II complementándola con la Redemptor Hominis de Juan Pablo II.

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