martes, 6 de octubre de 2009

El alma del teólogo (o hacer teología) - I


Preocupados por los métodos histórico-críticos, por buscar un aparato crítico monumental que dé impresión de solidez, una erudición que adorne, la teología se vuelve pura cuestión academicista si no mira al propio teólogo. Éste, para hacer teología viva, será un hombre de Dios, que penetra descalzo en el Misterio de Dios y llama a la puerta del Corazón de Dios con muchas horas de oración personal antes de escribir, de investigar o de enseñar. Incluso quienes se dedican al estudio de la teología deberán antes dedicarse a la contemplación de la Verdad y a la meditación de lo estudiado en la criba del Sagrario.

¿Interesante, no?

Benedicto XVI en una homilía a la Comisión Teológica Internacional desgrana sapiencialmente estos aspectos.

“El silencio y la contemplación tienen una finalidad: sirven para conservar, en medio de la dispersión de la vida diaria, una permanente unión con Dios.
Tienen como objetivo hacer que la unión con Dios esté siempre presente en nuestra alma y transforme todo nuestro ser.
El silencio y la contemplación -característica de san Bruno- son necesarios para poder encontrar, en medio de la dispersión de cada día, esta profunda y continua unión con Dios. Silencio y contemplación: la hermosa vocación del teólogo es hablar. Esta es su misión: en medio de la locuacidad de nuestro tiempo y de otros tiempos, en medio de la inflación de palabras, hacer presentes las palabras esenciales. Con las palabras hacer presente la Palabra, la Palabra que viene de Dios, la Palabra que es Dios.
Pero, dado que formamos parte de este mundo con todas sus palabras, ¿cómo podríamos hacer presente la Palabra con las palabras, sino mediante un proceso de purificación de nuestro pensamiento, que debe ser también y sobre todo un proceso de purificación de nuestras palabras?
¿Cómo podríamos abrir el mundo, y antes abrirnos nosotros mismos, a la Palabra sin entrar en el silencio de Dios, del que procede su Palabra? Para la purificación de nuestras palabras y, por tanto, para la purificación de las palabras del mundo necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora” (Homilía en la Misa con la Comisión Teológica Internacional, 6-octubre-2006).

2 comentarios:

  1. Un poco complicado de entender, me parece el texto de hoy,pero creo que me identifico con él.
    Totalmente de acuerdo,creo que silencio y contemplación son lo más necesario para la oración.
    Guardar silencio de palabra y pensamiento(o sea,mantener la mente en blanco, olvidar todo por un tiempo)es para mí, contemplar el misterio de Dios, dejarse llenar por su presencia, siendo conscientes de que en Él vivimos y existimos.Este silencio purifica verdaderamente la palabra y el pensamiento, ensancha el alma,ilumina y da luz.
    Entonces, el silencio se transforma en la Palabra y es también entonces, cuando la pobre palabra que dicta nuestro corazón se hace verdadera oración, se rompe el silencio y nace la unión.
    MMSS

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  2. MMSS:

    El post pretendía iluminar sobre qué es la teología y qué debe realizar el teólogo. Muchas veces vemos a cualquiera que se presenta como teólogo (en TV o en un periódico... o en una charlita porque tiene un diploma); lo único que saben son cuatro cosas cogidas con alfileres, poco pensamiento católico de totalidad y muy poca oración, con lo que, con el título de "teólogo", suelta una sarta de disparates y crítica a la Iglesia.

    El verdadero teólogo necesita de la oración, de la contemplación y del silencio antes de hablar, de escribir o de dar clase de teología. Sólo en contemplación sale una teología verdadera, espiritual, dulce, amable y razonable. Lo otro sirve de poco.

    Cuando alguien directamente se presenta como "teólogo", uf, hay que tener cuidado. La teología es algo más, no aprender unos mínimos como cualquier otra ciencia, sino interiorizarla y asimilarla en oración y silencio.

    ¿Más claro ahora?

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