jueves, 29 de octubre de 2009

La rebelión de las masas (I): la cultura del relativismo


La cultura en la que vivimos procura generar una revolución silenciosa, una inversión del orden social, socavando la Verdad y el Bien, ofreciendo una lista nueva de “valores”, por supuesto intocables, incuestionables, y un “pensamiento” que es el correcto, dominante, único.
Lo que estamos viviendo hoy de forma tan acusada recibió un nombre que le puso Ortega y Gasset con una obra suya: “La rebelión de las masas”. Sí, en esas estamos. Sigamos el análisis de Luis Suárez en Crisis y restauración de Europa (Madrid, Homolegens, 2008) en las páginas 347 y siguientes (libro claro y argumentado).

La rebelión de las masas nada tiene que ver con movimientos políticos o revolucionarios, sino que hoy está presente en todos los sistemas, en todas las sociedades, en todas las culturas. El espíritu de las masas se ha ido agrandando. Es en el siglo XX en donde se percibe el mayor vigor en el espíritu de las masas que buscan no la igualdad, sino el igualitarismo, ¡que no es lo mismo!

El lema bien podría ser “diferir es indecente”; el hombre-masa por su afán de simplificación impone el pensamiento único, con el que todos deben comulgar y es lo políticamente correcto, y se considera gravísimo disentir. Lo que se ha de pensar, ya nos lo dan hecho; la forma de juzgar la realidad, la dan preparada: cuatro ideas-base o ideas-marco a la que todos han de someterse para ser moderno, ser moderado, poseer talante.

Enardecer las masas es bastante fácil: cuatro frases o lugares comunes, mezcladas con demagogia para confundir... Así las masas primero –siglo XIX- querían la conquista del poder y el cambio social mediante las revoluciones de corte proletario, pensando que el mundo funcionaría y sería feliz simplemente con un ajuste económico y un bienestar material. En el siglo XX las masas serían abducidas por el sentimiento socialista totalitario –comunismo, fascismo, nacionalsocialismo, etc.- que alcanzan el poder con una cultura de masas basada en el sentimentalismo y la repetición desde un partido que absorbe todo el poder. Pero ahora las masas, habiendo alcanzado un alto nivel de bienestar, simplemente se vuelven consumistas, narcotizados con su poder adquisitivo que es lo único importante; las masas sólo se alteran por la economía, nunca por un bien social, ético o moral. Los medios de comunicación han perfeccionado su técnica, han perfeccionado tanto la propaganda que además de decirles lo que han de pensar, se les enseña lo que han de desear (¡ah, la publicidad!). Se busca la felicidad que es simplemente el disfrute de bienes consumibles. Ya se puede hundir el mundo y promulgarse leyes inicuas que atenten contra la vida humana o la familia... ¡que las masas sólo se moverán y protestarán algo cuando el problema sea económico!

Hay que reconocer que no todo es malo, no vayamos a caer en un maniqueísmo. Es bueno el acceso mayor a los bienes de consumo, al bienestar, o la posibilidad de estudiar grados superiores: es progreso indudable la facultad de acceder a la cultura y a la salud. Pero hay que ejercer un discernimiento: en la radical despersonalización que provoca el ascenso de las masas (sólo somos un voto y un consumidor), se produce la liberación de lo más primario. Las masas son fáciles de engañar, se guían por sentimientos y no por la razón y su cultura es simplemente un subproducto (¿es cultura la música de hoy? ¿Es cultura lo que se ofrece a los jóvenes hoy: ¡un botellódromo!?).

La rebelión de las masas hay que valorarla, asimismo, desde una perspectiva ética. La conquista del poder social por la masa coincide con la anomia, es decir, la negativa a aceptar que existen unas normas morales objetivas que el hombre puede descubrir y vivir. Se introduce el concepto de que cada uno determina lo que es bueno o malo de manera subjetiva, por tanto, no existe el bien y nadie puede fijar qué es lo bueno, y menos aún, legislar con ese principio. La moral se convierte en asunto privado. En la política, los derechos humanos naturales, que se reconocen porque son innatos a la persona y el Estado los tutela y protege, se sustituyen por los derechos de los ciudadanos, que se dan a sí mismos mediante normas arbitrarias (derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, derecho al aborto...). La etapa final de la rebelión de las masas es la secularización.

4 comentarios:

  1. Me parece un post acertadísimo, reflejo fiel de la sociedad que nos rodea.
    Al leerlo he recordado la distinción que hacía Pío XII entre "masa" y "pueblo", este actualmente absorbido por aquella, lo que hace imposible una sana democracia.
    Espero expectante la continuación del tema.

    FIL

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  2. ¡¡Gracias FIL por su valoración!!

    La continuación del post no recuerdo en qué día la tengo programada... pero así aumenta la intriga y mira Vd. el blog todos los días.

    ¿Dónde afirma Pío XII esa distinción? ¿En qué radiomensaje o discurso ante auditorio selecto?

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  3. La distinción entre masa y pueblo aparece en "Benignitas et humanitas", radimensaje de Navidad de 1944. Valga el siguiente párrafo:

    "Pueblo y multitud amorfa o, como se suele decir, «masa» son dos conceptos diversos. El pueblo vive y se mueve con vida propia; la masa es por sí misma inerte, y no puede recibir movimiento sino de fuera. El pueblo vive de la plenitud de la vida de los hombres que la componen, cada uno de los cuales —en su propio puesto y a su manera— es persona consciente de sus propias responsabilidades y de sus convicciones propias. La masa, por el contrario, espera el impulso de fuera, juguete fácil en las manos de un cualquiera que explota sus instintos o impresiones, dispuesta a seguir, cada vez una, hoy esta, mañana aquella otra bandera. De la exuberancia de vida de un pueblo verdadero, la vida se difunde abundante y rica en el Estado y en todos sus órganos, infundiendo en ellos con vigor, que se renueva incesantemente, la conciencia de la propia responsabilidad, el verdadero sentimiento del bien común. De la fuerza elemental de la masa, hábilmente manejada y usada, puede también servirse el Estado: en las manos ambiciosas de uno solo o de muchos agrupados artificialmente por tendencias egoístas, puede el mismo Estado, con el apoyo de la masa reducida a no ser más que una simple maquina, imponer su arbitrio a la parte mejor del verdadero pueblo: así el interés común queda gravemente herido y por mucho tiempo, y la herida es muchas veces difícilmente curable.
    Con lo dicho aparece clara otra conclusión: la masa —como Nos la acabamos de definir— es la enemiga capital de la verdadera democracia y de su ideal de libertad y de igualdad".

    Creo que la actualidad de estas palabras es plena. Me parecen casi más actuales hoy que cuando se pronunciaron. ¿No le parece?

    FIL

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  4. FIL: ¡cuánta eficacia!

    Registro el discurso de Pío XII, probablemente le podamos dedicar un post mucho más adelante.

    Pero que sean más actuales hoy que cuando se pronunciaron, es discutable; más actuales no, igualmente actuales, sí. Tenga Vd. en cuenta que en el 1944 Italia está en situación precaria tras el paso del fascismo de Mussolini, que Europa está sumergida en una guerra de alcance mundial gracias a la "locura" del nacional-socialismo de Hitler que maneja únicamente el concepto "masa" enorgulleciéndola al denominarla "pueblo alemán" y que Stalin -¡qué olvidado lo tienen ahora, vaya por Dios!- hace otro tipo de juego con la masa mediante el comunismo (al pueblo verdadero o se le eliminaba o se le recluía en los Gulags y en Siberia: ¡ay, esa memoria histórica).

    Ahora es lo mismo pero con guante blanco, disimuladamente. Una misma visión del Estado intervencionista en todo, incluida la moral y el pensamiento: se adoctrinan masas.

    ¿Saldremos de estas dictaduras con cara de democracia-partitocracia y del positivismo jurídico que emana de la ideología y no del Derecho?

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