miércoles, 1 de septiembre de 2021

La fe engendra cultura



“Ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo” (Juan Pablo II, RH 10). Sin embargo, y no se puede olvidar, ya Pablo VI denunciaba con claridad que “la ruptura entre evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas” (Pablo VI, EN 20). 




Lo cual significa, con claridad, “¡Mar adentro!”, que hay que buscar iniciativas culturales y estéticas que elevan y muestran la Belleza que es Cristo –la ya tan citada frase “sólo la belleza salvará al mundo”-.

La base, el principio teológico, debe quedar bien sentado; luego vendrán las aplicaciones prácticas. El sentir cristiano, desde antiguo, ha buscado múltiples cauces para expresarse y vivir, de la forma más profunda posible, el Misterio de Cristo. Celebrando la liturgia, la piedad popular, el arte, la poesía, la pintura, la escultura, el teatro, la arquitectura, expresaban, vivían  y conducían al amor del Misterio de Cristo. Ése es el verdadero humanismo cristiano, “pues nada de lo humano nos es ajeno”. 

Lo verdaderamente artístico y bello, eleva el hombre, le va permitiendo entrar de rodillas en el Misterio que se nos ha dado en Cristo. Su motor de inspiración es la fe, y es que la fe engendra cultura, un modo de relacionarse y de vivir, de mirar el mundo, de quererse, de expresarse mediante las diversas artes –arquitectura, pintura, música, teatro, etc.-. 

La fe se hace cultura –distinto a que la fe se la quiera reducir a un producto cultural-, la fe engendra cultura, crea verdadera Belleza. Mediante este humanismo, mediante este engendrar cultura estamos rectamente evangelizando, según marcaba Pablo VI en la maravillosa Evangelii Nuntiandi: 



“Posiblemente podríamos expresar todo esto diciendo: lo que importa es evangelizar –no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios. El evangelio, y por consiguiente, la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el Reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas” (EN 19).


La fe engendra cultura. A veces se puede pensar que esto es para las grandes exposiciones y muestras culturales, para la Universidad, para ámbitos mayores, pero esto es realizable perfectamente en cualquier ámbito, también en las parroquias, incluso en pequeñas parroquias rurales. ¿De qué modo y por qué caminos?


a)      La verdad de la liturgia. Las celebraciones litúrgicas son eminentemente creadoras de Belleza, y como tales, imbuidas del sentido del Misterio. Cualquier católico debe palpar en las celebraciones litúrgicas el Misterio de Dios, primero por el mismo estilo celebrativo, luego por los cantos que no pueden ser cualquier cosa simplemente pegadiza, sino los cantos que respeten el espíritu de la liturgia tal como está en el Directorio litúrgico Canto y Música en la celebración. Es la belleza de la liturgia en el canto, en la expresividad de sus ritos, en su solemnidad, en el orden en que se desarrollan, en el silencio y devoción, en la participación de todos y, también, en los distintos ministerios (acólitos, lectores, salmistas).

b)      La verdad y belleza del lugar celebrativo. Hay muchas veces diversidad de estilos en nuestras iglesias en cuanto a la belleza del arte; mezclas de obras de gran valor con otras imágenes de serie o de escayola; las flores de plástico en templos hermosos –prohibidas por su falta de autenticidad y sentido estético-, los lugares litúrgicos que correspondan a su verdad, tales como el ambón que debe ser fijo, en consonancia de materia y forma con el altar, la sede que exprese la verdad de Cristo que preside a su Iglesia y desde allí ejerce su oficio de Maestro; el presbiterio debe revelar la belleza del lugar celebrativo. Pero también los otros espacios o capillas laterales: limpias (sin ser cuartos trasteros), lugares hermosos y limpios, sin mezcla de cosas extrañas, la iluminación gradual que ayude a la oración personal y distinga las celebraciones feriales de las dominicales y solemnidades, etc... La verdad del baptisterio siendo capilla de entrada en la vida sacramental de la iglesia. ¡Y la verdad del Sagrario!, siempre destacado. Esta belleza que conduce al alma a Dios siempre ha de ser atendida para que el lugar sea digno de tan grandes misterios. La fe engendra cultura, o lo que es lo mismo, la fe engendra la verdadera Belleza, porque, ¿hay algo más bello que la fe, más bello que Cristo?

c)      El arte. La Iglesia siempre ha cuidado el arte como expresión de fe, tributo al Señor y reflejo de la Belleza divina. Las obras de arte de una parroquia merecen ser cuidadas y destacadas, restauradas si lo necesitan, explicadas, iluminadas... incluso con algún tipo de explicación escrita o alguna exposición local. En el marco general del arte, englobemos desde el cine -un cineforum parroquial alguna vez- hasta el teatro, o la fotografía... o ¡tantas manifestaciones distintas del arte!


La fe engendra cultura. Sí. También en cualquier pueblo pequeño la fe continúa engendrando cultura, elevando el espíritu a la contemplación, transmitiendo el Misterio que es Cristo por todas las formas posibles.




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