Era un momento crucial que tal vez se desperdició o se amortiguó su fuerza: la Iglesia despertaba en las almas, superando el subjetivismo de épocas y momentos anteriores. Así lo constataba Romano Guardini.
Es un sentir y un entender realmente nuevo: se ve la Iglesia como el ámbito y la mediación, la Casa común y una realidad sobrenatural, y nada de ello es un impedimento o un obstáculo ni para el desarrollo personal ni para la comunión con Dios. Es lo contrario, permítase la imagen coloquial, de un supermercado donde cada cual compra donde y cuando quiere y de la manera que quiere. Y sin embargo, eso ha potenciado el individualismo en la Iglesia misma.
La Iglesia es Comunión-comunidad: grande, católica, abierta, universal, integradora, sin identificarse (¡saltaría el subjetivismo de nuevo!) con mi grupo, ni encerrarse en lo pequeño que yo vivo (cofradía, comunidad, movimiento, asociación).
En esa Comunión hermosa, llamada Iglesia, nos integramos.
Cedamos la palabra a Romano Guardini.
"La realidad de las cosas, del alma y de Dios nos sale al encuentro con nueva energía. La existencia religiosa es algo efectivamente real por su objeto, contenido y progreso; es una relación del alma viviente con el Dios vivo, un verdadero vivir para él, no un mero sentir ni una simple esencia ideal; es imitación, obediencia, aceptación y entrega. El problema fundamental no es si hay Dios, sino ¿cómo es él? ¿Dónde lo encuentro, como me relaciono con él, cómo llego a él? El problema fundamental no es saber si debo rezar, sino cómo hacerlo, no si es necesaria la ascética, sino cuál es la que se debe ejercitar.El prójimo también está vitalmente presente en esta relación religiosa. Hay una comunidad creyente, la cual no es una aglomeración de individuos encerrados en sí mismos, sino una realidad que los trasciende: la Iglesia. Ésta abarca al pueblo, a la humanidad y también contiene, dentro de ella, las cosas y el mundo entero. Por eso que la Iglesia recupera aquella amplitud cósmica que poseía en los primeros siglos y en la Edad Media. la imagen de la Iglesia como"Cuerpo Místico de Cristo", tal como se manifiesta en las Cartas paulinas a los Efesios y a los Colosenses, alcanza de nuevo una gran significación. Bajo la cabeza que es Cristo, la Iglesia abarca "todo lo que está en el cielo, en la tierra y en los abismos". En ella, todo -los ángeles, los hombres y las cosas- está unido a Dios. En ella, comienza ya la gran restauración "por la que suplica la creación entera".
Pero esta unidad no es una experiencia caótica o un simple sentimiento desbordante, por el contrario, es una comunidad configurada por el Dogma, la Liturgia y el Derecho Canónico. Esa unidad no es una mera agrupación, es una comunidad; no es un movimiento religioso, es una vida eclesial; tampoco es romanticismo espiritual, sino una realidad eclesial.
Es audaz tener conciencia de la comunidad impulsada por la conciencia de la vida sobrenatural. Así como, en el ámbito natural del espíritu, la "vida" se destaca y se impone, en el ámbito de lo sobrenatural ocurre lo mismo, en una forma enigmática, pero a la vez, perfectamente comprensible. La Gracia es vida real, el obrar religioso es elevación hacia la vida superior, la comunidad es mancomunión de vida, y todas sus configuraciones son configuraciones vivientes...
Es un acontecimiento de enorme trascendencia: la existencia religiosa ya no procede sólo del yo, sino que, al mismo tiempo, surge del polo opuesto, es decir, de la comunidad objetiva organizada. La existencia religiosa vive también gracias a ésta, o sea que surge de ambos polos, de la comunidad y del individuo. La vida es nuevamente lo que debe ser según su naturaleza: una manifestación de la tensión, un arco voltaico que se mantiene solo, perfectamente libre, y que se eleva desde abajo hacia arriba. Lo objetivo ya no es más mera limitación de lo subjetivo (como si éste fuera la verdadera y auténtica esfera religiosa), sino que es un elemento esencial y necesario, dado de antemano, de la existencia religiosa. Lo objetivo es condición previa y contenido de la existencia religiosa" (Guardini, R., El sentido de la Iglesia, Buenos Aires 2010, pp. 22-25).
El "yo" personal no mantiene una relación directa y absoluta con Dios al margen de las mediaciones elegidas por Dios mismo. A nosotros, seres corporales animados (¡con alma!), nos ha dado una mediación adecuada a nuestra corporeidad, a nuestra situación intramundana: la Iglesia, y en Ella Dios da todos los medios y gracias necesarias y suficientes, se manifiesta, se da y nos incorpora al Cuerpo de su Hijo. Las mediaciones son necesarias como necesaria fue la mediación del Verbo encarnado.
El subjetivismo ensalza el "yo" aislando de los demás, de la relación personal-comunitaria, erigiéndose en criterio de vida y de espiritualidad, que conduce a derroteros de soledad y autoperfección. Cuando esto se introduce en la vida eclesial, se contempla a la Iglesia como un mal menor que sufrir, o un obstáculo insalvable que hay que vivir como se pueda. Pero lo objetivo es el Misterio dándose, no el propio "yo" elevándose como si fuera un movimiento gnóstico o espiritualista.
Otros, sin más, simplemente viven una fe tan secularizada, que el subjetivismo -o sea, el relativismo práctico- marca las pautas de un presunto comportamiento cristiano: "creyentes, pero no practicantes", es decir, una referencia vaga a un Ser lejano con el que "no se practica", no se mantiene relación personal ni se le sigue.
Otros, guiados también por el subjetivismo, tal vez estén dentro de la Iglesia, pero viven desde su subjetividad: los otros más que hermanos son a veces un estorbo para la propia devoción personal; el pietismo se instala y la liturgia se convierte únicamente en foco de una devoción silenciosa e intimista, olvidando su carácter comunitario, rechazando hasta el canto litúrgico y la actuosa participatio para concentrarse -¡durante la liturgia!- en la propia oración mental y efusiones sentimentales.
Volvamos a mirar el Misterio de la Iglesia. En el "yo eclesial" entramos todos, creciendo así y librándonos incluso de la estrechez de nuestro "ego".
Cristo, en verdad, ama a la Iglesia como a su propia Esposa, como el varón que amando a su mujer ama su propio cuerpo ; pero la Iglesia , por su parte, está sujeta a su Cabeza . "Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad" , colma de bienes divinos a la Iglesia, que es su cuerpo y su plenitud, para que ella anhele y consiga toda la plenitud de Dios.
ResponderEliminarAcuérdate, Señor, de tu Iglesia (de las preces de laudes)
Desde luego es bella la Iglesia, Cuerpo de Cristo, su Esposa amada... bella, hermosa, grande.
Eliminar