sábado, 12 de septiembre de 2015

Matricularse en la Universidad (I)

La Universidad es un templo del saber, el lugar para potenciar la razón y saberla usar. Muchos jóvenes se matriculan en la Universidad, y para los jóvenes católicos, y para quienes se relacionan con el mundo académico en los estudios superiores, debe ser vivido el ámbito universitario como un desafío, un reto, para desarrollar su razón y crecer en la sabiduría, guiados por la fe. Será la fe la que acompañe y purifique la razón. Esto ha de ser integrado en los católicos que viven su etapa de formación universitaria.


La razón se reduce cuando se limite a lo empírico, a lo meramente experimentable, sin buscar las razones y causas últimas, sin buscar el sentido. La razón se ha limitado al ámbito de lo verificable mediante experimento, el método prueba-error, haciendo de la razón una "razón práctica". Se acumulan conocimientos técnicos, pero se ha renunciado a buscar la Verdad y ha dejarse interpelar por los interrogantes últimos.

La razón está abierta al Misterio, consciente de que es mucho lo que puede abarcar y comprender, pero que el Misterio es siempre mayor que la propia capacidad humana de análisis racional. El racionalismo cierra la razón en sí misma, y todo lo somete al imperio de la razón, rechazando orgullosamente aquello que se le escape y no pueda dar una explicación racional.

En la Universidad, bien vivida y con deseo de sinceridad y Verdad, un joven católico y un docente pueden trabajar fecundamente cuando unen fe y razón, pues ese es el ámbito más verdadero de la Universidad, no simplemente el curriculum de créditos, exámenes y trabajos. La Universidad es algo más: el ámbito del Logos, de la razón. Con palabras del papa Benedicto XVI:

"La ética de la investigación científica —como ha aludido usted, Señor Rector Magnífico—, debe implicar una voluntad de obediencia a la verdad y, por tanto, expresar una actitud que forma parte de los rasgos esenciales del espíritu cristiano. La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud" (Benedicto XVI, Disc. en la Universidad de Ratisbona, Alemania, 12-septiembre-2006).

La fe desafía a la razón, la provoca, la estimula, en nueva búsqueda. La Universidad es ocasión privilegiada para trabajar juntas la fe y la razón y lograr una síntesis fecunda para construir una nueva cultura. Un joven debe aprender ese método y vivir gozosamente como católico en su Facultad esta alianza y síntesis de fe y razón. Ese es el reto:

"Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo. «No actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios», dijo Manuel II partiendo de su imagen cristiana de Dios, respondiendo a su interlocutor persa. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por nosotros mismos es la gran tarea de la universidad" (ibíd.).

Aunque haya que nadar contracorriente, desde nuestra fe católica, habremos de construir la Universidad como el ámbito de la razón, de la sabiduría, aportando mucho a este ámbito tan decisivo para una sociedad y una cultura. Habrá de cultivarse el amor por la verdad, creer en la capacidad de la razón -cuando se desconfía de ella reduciéndola a lo técnico y cerrándola en sí misma-, confiar en la eficacia de la verdad para construir y humanizar.

El amor también entra en el ámbito de la Universidad, la caridad sobrenatural, moviendo a jóvenes y docentes, porque el amor es un nuevo tipo de conocimiento, más pleno, iluminador, estimulando el deseo de saber y el amor a la sabiduría.

Hoy el materialismo también está dominando el mundo académico. Apenas se cultiva el amor por la ciencia, por el estudio, el deseo de aprender y de saber por la propia dignidad y dignificación de cada uno, por respeto a sí mismo, pensando, además, en la aportación al bien común en el día de mañana. Hoy, en general, se estudia para aprobar con bastante apatía, y el único horizonte es poseer un título pensando en un trabajo rentable el día de mañana. Ese horizonte es puro materialismo y mina las raíces mismas de la vocación de la Universidad.

Hay que situarse a la hora de matricularse en la Universidad buscando algo más, aquello que la fe misma nos impulsa a desear.

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