jueves, 2 de julio de 2015

La paz en el sufrimiento

Cristo, conocedor de la dificultad de la cruz, de la inquietud que genera, del dolor y de la desolación, nos dice. "En el mundo tendréis luchas, pero tened valor, yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Él nos deja su paz, que es paz distinta del mundo.


El sufrimiento sólo puede vivirse y ofrecerse teniendo paz en el alma. Esta paz no se identifica con una resignación pasiva, o negando la realidad que se vive como si no pasara nada, sino abrazando la cruz con la mayor paz posible. Puede que haya desolación y aridez en el alma para orar, incluso que se esté en una oscuridad que dure incluso años, pero hay una paz inalterable de quien sabe que está haciendo la voluntad de Dios, lo que Dios le está pidiendo en ese momento.

La paz es signo de una asistencia del Señor. No niega el dolor, ni siquiera facilita la oración cuando se vive en desolación, pero se vive la paz anclado en la voluntad de Dios.

La paz en el sufrimiento es posible por la gracia del Espíritu Santo con su don de fortaleza. Sabe que el Espíritu Santo obra invisiblemente en su alma durante los momentos difíciles, duros, desalentadores.

"Nada hay que pueda turbar al alma entregada a la acción del Espíritu divino. Puede que las pruebas produzcan en ella una cierta agitación, totalmente superficial, pero le ofrecen una ocasión para humillarse y saborear su endeblez; en lo más íntimo de ella misma disfruta de una paz profunda, que nada puede alterar" (RIAUD, A., La acción del Espíritu Santo en las almas, Rialp, Madrid 1998, 12ª ed., p. 115).

Y esta paz del Espíritu Santo, que forma parte del don de fortaleza, hace nacer la virtud de la paciencia, que es una virtud activa y fuerte.

"La paciencia es una virtud sobrenatural que nos permite soportar con ecuanimidad, por amor de Dios y en unión con nuestro Señor, los sufrimientos físicos y morales... El objeto de esta virtud, hemos dicho que son los sufrimientos físicos y morales. Sufrimientos físicos que provienen de la enfrmedad, de los males corporales, de las inclemencias del tiempo, etc. Sufrimientos morales, más penosos todavía y que, para un alma piadosa, proceden, entre otras causas, de la vista de sus defectos y de sus faltas, en las que recae continuamente, a pesar de todos sus buenos propósitos" (Ibíd., pp. 120-121).

La paciencia, virtud tan necesaria, además de con la fortaleza, guarda relación con la esperanza. El hombre paciente aguarda y espera contra toda esperanza. Confía en la acción de Dios y espera que Él actúe.

2 comentarios:

  1. Padre de bondad, mitiga el dolor de nuestro corazón. Cuando este misterio visita nuestra familia, no permitas que nos apartemos de ti en los momentos difíciles, para que encontremos sabiduría y verdad en el dolor. Enséñanos a acompañar a nuestros hermanos que sufren. Danos fuerza para poder entender tu plan de amor y modela nuestro corazón para encontrar el verdadero sentido del dolor y del sacrificio con el que nos invitas a unirnos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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  2. La fortaleza es un don y una virtud. La ascesis tiene una conexión interna con la virtud de la fortaleza, y podemos distinguir dos tipos de ascesis: pasiva y activa.

    La ascesis pasiva consiste en la aceptación, con esperanza y amor, de las privaciones y las pruebas que nos sobrevienen con independencia de nuestra voluntad, como la pobreza, la enfermedad, los fracasos, el sufrimiento en general, ‘las angustias, los golpes, las prisiones, los desórdenes’, en la lista de san Pablo (2ª. Corintios). La ascesis pasiva es la principal, más dura porque no la elegimos nosotros; y más enriquecedora porque nos conforma mejor a la Pasión del Señor. .

    La ascesis activa depende de nuestra voluntad. Son los ayunos, las vigilias, las fatigas, en la enumeración de san Pablo en la citada Carta. Según el lenguaje clásico, esta incluye las penitencias, los sacrificios, las mortificaciones de toda clase que podamos imponernos.

    Para el cristiano, la ascesis es una respuesta a la llamada del Espíritu Santo, una colaboración humilde y libre en su obra de purificación y de santificación.

    Te alabamos, Señor, porque por medio de los apóstoles nos has dado la mesa de tu cuerpo y de tu sangre: en ella encontramos nuestra fuerza y nuestra vida (de las preces de Laudes)

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