Venga a nosotros tu Reino, suplicamos, y podemos legítimamente entender que venga a nosotros el Hijo, el Salvador, a quien aguardamos en su segunda venida, ya glorioso, Señor de cielo y tierra.
Nuestra esperanza es una espera activa. Nuestra plegaria acelera la venida del Reino de Dios, que es Jesucristo; con la santidad de vida, la inserción en las realdiades temproales, contribuimos al crecimiento del Reino, pero es sobre todo nuestra oración la que nos hace vivir en tensión, vigilantes y no dormidos, y es nuestra oración la que hace crecer el Reino de Dios y llama al Corazón del Padre para que venga, finalmente, el Hijo, pisotee la muerte y establezca su Reino.
Con esta petición del Padrenuestro vamos disponiendo, además, nuestro propio corazón de manera que crezca el deseo de Cristo, el deseo de su salvación, la esperanza sobrenatural. Así nuestra mirada será siempre una mirada al cielo, la de quien espera con amor que venga su Señor.
"n. 5. Venga tu reino. Lo pidamos o no lo pidamos, ha de venir.
Dios tiene, en efecto, un reino sempiterno. ¿Cuándo no reinó? ¿Cuándo comenzó a reinar? Luego, si su reino no tiene inicio, tampoco tendrá fin.
Mas, para que sepáis que también esto lo pedimos en beneficio nuestro, no de Dios -no decimos Venga tu reino, como deseando que reine Dios-, el reino de Dios seremos nosotros si, creyendo en él, nos vamos perfeccionando. Serán su reino todos los fieles redimidos con la sangre de su Hijo único.
Este reino llegará cuando tenga lugar la resurrección de los muertos; entonces vendrá también él. Y una vez que hayan resucitado los muertos, los separará, como él mismo dice, y pondrá a unos a la derecha, otros a la izquierda. A quienes estén a la derecha, les dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino. Esto es lo que deseamos y pedimos al orar Venga tu reino, es decir, que venga a nosotros. Pues si nosotros fuéramos hallados réprobos, aquel reino vendrá para otros, no para nosotros. Si, por el contrario, nos halláramos en el número de queines pertenecen a los miembros de su Hijo unigénito, su reino vendrá para nosotros; vendrá y no tardará.
¿Acaso quedan todavía tantos siglos cuantos son los ya pasados? El apóstol Juan dice: Hijitos, ésta es la última hora. Pero pensad que a un día largo corresponde una hora larga; ved, si no, cuántos años dura ya esta última hora.
Sea, empero, para vosotros como quien está despierto, se duerme, se levanta y reina. Estemos despiertos ahora; con la muerte dormiremos, al fin de los tiempos nos levantaremos y sin fin reinaremos".
(S. Agustín, Serm. 57, 5).
Me gusta pensar que cuando le ruego “venga a nosotros tu reino” se lo pido ya para esta tierra, para esta vida mía terrena y para la Iglesia de la que formo parte, aunque no sea el Reino, Su Reino, en toda su plenitud sino limitado en el propio límite de la estrecha vida humana, de modo que reine ya, ahora, en mi corazón, en mi vida terrena y en el corazón de la Iglesia. Como dice la entrada “vamos disponiendo, además, nuestro propio corazón”.
ResponderEliminarDevuélveme la alegría de tu salvación (de la salmodia de Laudes).