jueves, 15 de enero de 2015

Salmo 147: Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios...

Lo que pretendemos con estas catequesis sobre los salmos es saber interpretarlos, los 150 salmos, e interpretarlos como la voz de Cristo, o la voz de la Iglesia, y hacer de los salmos nuestra plegaria personal con el Señor y nuestra plegaria como Iglesia al Señor cuando se cantan en la liturgia.


    El salmo de hoy es de los más sencillos en cuanto a la interpretación, el salmo 147. Si cambiamos la primera palabra del salmo, “Jerusalén”, por el sentido que siempre se le pone en la tradición cristiana a la palabra Jerusalén, el salmo cobra toda luz. Jerusalén, la verdadera Jerusalén, es la Iglesia. A partir de ahí el salmo se vuelve transparente.

    “Glorifica al Señor, Jerusalén”. Glorifica al Señor, Iglesia santa, “alaba a tu Dios”. Es una de las formas de ser Iglesia, una expresión de su ser y de su propia naturaleza. Es verdad que hay que atender a los pobres, hay que tener presencia social, hay que hacer apostolado, hay que dignificar el mundo del trabajo, hay que santificarse en las realidades cotidianas... pero no menos importante ese sentido de la Iglesia como un pueblo que alaba a su Señor, que vive en la alabanza. Pensemos que la Iglesia es el Pueblo del Señor, que le pertenece y, por tanto, le adora y le glorifica.

    Y le glorificamos y le alabamos porque “ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti”. Estas puertas son aquellas de las que el Señor le entregó las llaves a Pedro, “y el poder del infierno no la derrotará”. El Señor ha hecho las puertas de la Iglesia fuertes, encomendándole las llaves a Pedro, el Papa, sucesor de Pedro. 

“Ha bendecido a tus hijos dentro de ti”. El Señor, dice un salmo, “bendice a su pueblo con la paz”. Nosotros por el bautismo somos los hijos de Dios, por puro amor y “por pura gracia” de Dios, no porque seamos mejores o peores que nadie, pero sí es verdad que somos sus hijos y que el Señor nos bendice. Lo recordamos muchas veces con el cántico de Ef 1, 3ss en las vísperas de los lunes y en otras solemnidades: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo; Él nos ha bendecido en la persona de Cristo".

Dice el salmo además: “Ha puesto paz en tus fronteras”. “Cristo trajo la paz”, reconciliando a Dios con el hombre por medio de la cruz, y en la Iglesia se vive la paz de Dios, la paz incluso en la fórmula sacramental de la confesión, cuando se da la absolución y se imponen las manos: “Te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz”. La paz que, además de la serenidad y tranquilidad del corazón, es la comunión con la Iglesia; la Reconciliación, por ejemplo, es llamada la vuelta a la pax Ecclesiae. Esa paz de Dios y esa paz de la Iglesia, la comunión fraterna con el todo el Cuerpo Místico de Cristo, la expresamos en el signo, en el beso santo de la paz en la Misa. Éste no es un saludo de cortesía, ni un gesto de cariño para los amigos que están cerca (para saludar tenemos la puerta, el atrio; para dar el pésame en una Misa de difuntos, esperamos a que todo se acabe; para felicitar a los novios aguardamos al término de la celebración). Es el desear la paz de Cristo y expresar que estamos en comunión unos con otros antes de la Comunión sacramental. Sabéis la normativa: se da la paz sin moverse, a quien tengamos a nuestro lado, con moderación.. Es ese vivir en la paz: “ha puesto paz en tus fronteras”.

    “Te sacia con flor de harina”. La flor de harina, el pan. ¿Y cuál es nuestro pan, sino el Pan de la Eucaristía, del Cuerpo de Cristo? Por eso tenemos motivos para glorificarle.

    Dice además el salmo: “Él envía su mensaje a la tierra”. Cristo viene a la tierra, trae la Palabra por excelencia. O también: Dios Padre envía su mensaje, su Palabra, a la tierra en la Encarnación porque la Palabra se ha hecho carne.

Y sigue este salmo 147: “y su palabra corre veloz”. ¡Y tan veloz! La Palabra crea el cielo, dice San Bernardo, la Palabra crea el cielo, “todo fue creado por él y para él”, la Palabra desciende al seno virginal de Santa María, y la Palabra se comunica por medio de los apóstoles, de los predicadores de la Iglesia. La Palabra de Dios “corre veloz”.

    Y nosotros tenemos suerte: “anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel”.  El Señor se da a la Iglesia, le habla en la Palabra cuando se proclama, “le habla al corazón” mediante la plegaria, el canto de la Liturgia de las Horas, la oración, la adoración en el Sagrario y ante la custodia. 

“Con ninguna nación obró así”. Con nosotros sí, porque somos suyos, "su pueblo y ovejas de su rebaño". “Con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos”. Y nosotros, por el Evangelio, por la persona misma de Jesucristo, conocemos los mandatos del Señor, conocemos la voluntad de Dios, se han abierto los tesoros del Corazón de Dios y en Cristo habitan los tesoros del saber y del conocer.

Con razón este salmo 147 nos invita a alabar al Señor por tanto bueno como ha hecho con la Iglesia, por tanto bueno como está haciendo con este pueblo suyo, que somos nosotros.

2 comentarios:

  1. La entrada califica de “no menos importante ese sentido de la Iglesia como un pueblo que alaba a su Señor”. Para mí no es que sea “no menos importante” sino que es lo más importante. Si alabamos a Dios, si le amamos sobre todas las cosas, todo lo demás, es decir, el amor a nosotros mismos, a nuestros hermanos y al prójimo se producirá inevitablemente pero en su orden debido. Hemos alterado el orden, la prelación de lo más importante, y así nos va

    Me encanta: “para saludar tenemos la puerta, el atrio; para dar el pésame en una Misa de difuntos, esperamos a que todo se acabe; para felicitar a los novios aguardamos al término de la celebración". Aunque me gusta lo que señala la entrada al respecto, en las dos últimas celebraciones creo que se queda corta pues yo también señalaría como lugar propio el atrio, fuera del templo.

    “…se han abierto los tesoros del Corazón de Dios y en Cristo habitan los tesoros del saber y del conocer”. No recuerdo ahora a quien se atribuye la frase: “.Después de Jesucristo, Dios se quedó mudo” pues, en Él, Dios Padre nos lo ha dado y enseñado todo.

    Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios (de las antífonas de Laudes)

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    1. Julia María:

      Mi tenue afirmación de “no menos importante ese sentido de la Iglesia como un pueblo que alaba a su Señor” es para que nadie me acuse de liturgizar la Iglesia o reducirlo todo a liturgia. Aunque, es evidente, para mí es importantísima y primordial.

      Lo del atrio en lugar del templo, ¡claro que sí!, pero ya es cosa de urbanidad elemental, tan perdida, ignorada, arrinconada.

      En Cristo habitan los tesoros del saber y el conocer es de la carta a los Colosenses (no voy a buscar ahora capítulo y versículo); de lo "Dios ha quedado como mudo" es de San Juan de la Cruz, tanto en los Avisos como en la Subida al Monte Carmelo.

      Saludos.

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