domingo, 16 de noviembre de 2014

Talentos y juicio

Ahora es el tiempo de la laboriosidad y la diligencia. Ahora, nuestra vida, está marcada por una colaboración con la acción de Dios para ser productivos.

La parábola de los talentos, al final del año cristiano, despierta del sueño a quienes entierran atemorizados aquello que Dios les confió y nos hace mirar a lo eterno, al juicio y discernimiento que Dios hará de toda nuestra vida.


Los talentos eran cantidades ingentes de oro: cada talento equivale a unos 35/40 kg. de oro. Ya de por sí, este dato, subraya la absoluta confianza del Señor en sus siervos, en nosotros, que tanto y tan bueno es capaz de poner en nuestras manos y tardar mucho en volver. Confía en nosotros y se fía de la gestión que podamos hacer.

A tal confianza de Dios, debe responder nuestra responsabilidad.

"La Palabra de Dios de este domingo -el penúltimo del año litúrgico- nos advierte de la fugacidad de la existencia terrenal y nos invita a vivirla como una peregrinación, manteniendo la mirada en la meta, en aquél Dios que nos ha creado y, porque nos ha hecho para sí (cfr San Agustín, Conf. 1,1), es nuestro destino último y el sentido de nuestro vivir. Paso obligado para llegar a tal realidad definitiva es la muerte, seguida del juicio final. El apóstol Pablo recuerda que “el día del Señor vendrá como un ladrón de noche” (1 Ts 5,2), es decir sin previo aviso. La conciencia del retorno glorioso del Señor Jesús nos impulsa a vivir en una actitud de vigilancia, esperando su manifestación en la constante memoria de su primera venida.

En la conocida parábola de los talentos –que narra el evangelista Mateo (cfr 25,14-30)--, Jesús relata la historia de tres siervos a los que el amo, en el momento de partir para un largo viaje, les confía sus fondos. Dos de ellos se comportan bien, porque hacen fructificar los bienes recibidos el doble. El tercero, en cambio, esconde el dinero recibido en un agujero. Al volver a casa, el amo pide cuentas a los servidores de lo que les había confiado y, mientras se complace con los dos primeros, se queda desilusionado con el tercero. Aquél servidor, en efecto, que mantuvo escondido el talento sin revalorizarlo, hizo mal sus cálculos: se comportó como si su amo ya no fuera a regresar, como si no hubiera un día en el que le pediría cuentas de su actuación.

Con esta parábola, Jesús quiere enseñar a los discípulos a usar bien sus dones: Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir. Sería de tontos pensar que estos dones se nos deben, así como renunciar a emplearlos sería menoscabar el fin de la propia existencia. 

Comentando esta página evangélica, san Gregorio Magno nota que a nadie el Señor le hace falta el don de su caridad, del amor. Escribe: “Por esto es necesario, hermanos míos, que pongáis todo cuidado en la custodia de la caridad, en toda acción que tengáis que realizar” (Homilías sobre los Evangelios9,6). Y tras precisar que la verdadera caridad consiste en amar tanto a los amigos como a los enemigos, añade: “Si uno adolece de esta virtud, pierde todo bien que tiene, es privado del talento recibido y es arrojado fuera, a las tinieblas” (ibidem).

¡Queridos hermanos, acojamos la invitación a la vigilancia, a la que tantas veces nos llaman las Escrituras! Es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en nosotros los frutos de su amor. La caridad es el bien fundamental que nadie puede dejar de hacer fructificar y sin el cual todo otro don es vano (cfr 1 Cor13,3). Si Jesús nos ha amado hasta el punto de dar su vida por nosotros (cfr 1 Jn 3,16), ¿cómo podríamos no amar a Dios con todas nuestras fuerzas y amarnos de verdadero corazón los unos a los otros? (cfr 1 Jn 4,11) Sólo practicando la caridad, también nostros podremos participar en la alegría del Señor" (Benedicto XVI, Ángelus, 13-noviembre-2011).

1 comentario:

  1. He utilizado muchas veces esta parábola para intentar explicar a otros seglares lo que dice la entrada al principio: nuestra gran responsabilidad. Somos responsables de usar bien los dones que Dios nos ha dado al igual que lo somos en cuanto a utilizar bien las gracias que nos va dando a lo largo de nuestra vida.

    No sólo se señala esta responsabilidad en la parábola de los talentos, también se encuentra de manera implícita o explícita en el resto de las enseñanzas del Señor, pero es en ésta donde se señala de manera más clara la necesidad, la obligación, de colaborar con los dones y la gracia.

    Dios no es sólo un suministrador de nuestras necesidades sino, sobre todo, un verdadero Padre que quiere que crezcan sus criaturas. Hay que arremangarse y ponerse a trabajar porque Dios así lo ha establecido al igual que ha establecido las leyes que rigen el universo.

    Dichoso el que teme al Señor (de las antífonas de Nona)

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