La fecundidad del apostolado radica en la santidad, si bien esta fecundidad, en muchísimas ocasiones, apenas tenga nada que ver con éxitos numéricos, aplastantes, rápidos o instantáneos. A veces esta fecundidad ni los propios santos apóstoles la ven, sólo se revela a largo plazo y de modo inesperado.
Pero sí es condición del apostolado la santidad.
Este apostolado se identifica con la santidad del apóstol, lleno de Dios, respondiendo a la gracia, sin depender simplemente de estrategias humanas, de planificaciones pastorales, de un estilo democraticista -que decía Juan Pablo II en Tertio millennio adveniente-. Es menos cuestión de estrategias y reuniones, de métodos pastorales o del empleo de audiovisuales y textos, cuanto de la santidad del apóstol que anuncia y da testimonio y acompaña a los demás llevándolos a Cristo.
"Para llevar a cabo un verdadero apostolado se necesita la gracia divina; y ésta no se da sino a quien está unido a Cristo. Sólo cuando hayamos formado a Cristo en nosotros, podremos fácilmente volverlo a dar a la familia y a la sociedad" (Pablo VI, Carta al episcopado argentino sobre la Acción Católica, 12-abril-1964).
La evangelización siempre ha prosperado y ha avanzado cuando los evangelizadores han sido santos, dóciles a Dios y su gracia; los apostolados verdaderos, aquellos que han marcado a los demás iniciándolos en la vida cristiana, mostrándoles a Cristo, han sido aquellos que han vivido la santidad.
Al revés es fácil comprobar que sin la santidad del apóstol, todo se puede convertirse en algo sin vida, sin pasión, mero marketing, adoctrinamiento y hasta ideología, o acciones solidarias privadas de fondo y de verdad.
Cuando la vocación a la santidad es despertada en todos, y cuando la vida de santidad se desarrolla en las almas, entonces surgen los apóstoles santos, los evangelizadores santos, los catequistas santos, que nunca serán meros repetidores, sino testigos audaces, convincentes, apasionados, de Cristo-Verdad.
Lo más urgente y necesario hoy, para evangelizar, es, primero y ante todo, despertar el deseo de la santidad; entonces, y sólo entonces, el apostolado estará cimentado en roca firme, la roca de la santidad que es Cristo y no sobre las arenas de reuniones, planificaciones y estrategias pastorales.
¿Pero, entonces, qué podemos entender por santidad del apóstol?
Comprendermos aquello que san Pablo escribía en la carta a los Gálatas: que Cristo haya tomado forma en el apóstol, que ellos hayan ido adquiriendo, por gracia, la forma Christi. Llenos de Cristo, pensando, amando, sintiendo, obrando como Cristo, serán transparencia del Señor. Será entonces cuando el apóstol adquirirá una fecundidad especial y única en su apostolado evangelizador.
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