jueves, 26 de octubre de 2017

Un pueblo santo, de santos y para ser santos (Palabras sobre la santidad - XLVII)

Es frecuente en el lenguaje bíblico calificar al Pueblo de Dios como un pueblo santo, porque pertenece a Dios, es de Dios, de su exclusiva propiedad, y participa de su santidad. Ha entrado en la esfera de la santidad de Dios viviendo de su vida. Ha sido consagrado a Dios. Vive en el mundo, entre los hombres, como consagrado a Dios, de ahí que el Pueblo de Dios sea un pueblo santo (cf. Is 62,12).


Los miembros de este Pueblo de Dios han sido consagrados y agraciados por Dios en el Bautismo y la Confirmación, participan de la santidad de Dios y reciben su Espíritu Santo.

"Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron" (LG 40)

De ahí que los miembros de la Iglesia son llamados "santos", los cristianos son "los santos"; cuando se narra la conversión de Saulo, se narra cómo fue perseguidor e hizo mucho daño a "los santos de Jerusalén" (Hch 9,13). Él "visitó a los santos que vivían en Lidia" (Hch 9,32). Narrando él su conversión, reconoce que "encarcelé a un gran número de santos" (Hch 26,10) refiriéndose, es obvio, a los cristianos que encarceló por el Nombre de Jesús.

Ya Apóstol, saludará en sus cartas a los "santos": "a Olimpia y a todos los santos que viven con ellos" (Rm 16,15); saluda "junto con todos los santos" (2Co 1,1), "saluda a los santos que creen en Cristo Jesús" (Ef 1,1), "saluda a todos los santos en Cristo Jesús" (Flp 1,1), "saludan a los santos de Colosas" (Col 1,2), etc.

Al hablar de los cristianos, simplemente, emplea el sinónimo de "santos": Es deber cristiano ayudar a "las necesidades de los santos" (Rm 12,13); san Pablo se preocupa de "llevar una ayuda a los santos de allí" (Rm 15,25), en favor "de los santos de Jerusalén" (Rm 15,26), aliviar "las necesidades de los santos" (Flm 5).

"«La fe confiesa que la Iglesia [...] no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama "el solo santo", amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios» (LG 39). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (LG 12), y sus miembros son llamados "santos" (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1)" (CAT 823).

 A esa santidad recibida y participada por todo el pueblo cristiano, debe corresponder la santidad personal, vivir santamente, pues todos estamos llamados a la santidad, a la perfección de la caridad.

"Confesar a la Iglesia como santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cual él se entregó, precisamente para santificarla (cf. Ef 5,25-26). Este don de santidad, por así decir, objetiva, se da a cada bautizado.
Pero el don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana: « Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación » (1 Ts 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: « Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor »" (Juan Pablo II, NMI, 30).

¡Santos por el Bautismo, consagrados a Dios, y santos también en la vida personal!


“Este pensamiento sugiere por eso Nuestros votos por vosotros, queridísimos, que ya estáis todos en la condición elegida y afortunada de hijos de Dios mediante el bautismo, que os merece, como acostumbraban a decir los primeros cristianos, el título de “santos”, es decir, de bendecidos y de dedicados al Señor y de miembros de la santa Iglesia; y Nuestros votos buscan también despertar en nuestros espíritus el sentido de la dignidad cristiana y el propósito de quererla siempre conservar y vivir al menos en aquella forma habitual y magnífica, que llamamos el estado de gracia y que es ya santidad. ¿Qué hay más bello, y qué hay más importante para nuestra vida que esto?" (Pablo VI, Audiencia general, 30-octubre-1963).

Que la Iglesia entera sea un pueblo de santos significa que es un pueblo de personas bendecidas y dedicadas al Señor como miembros de la Iglesia. Así, para cada uno en concreto, ser santo por el Bautismo será vivir siempre con un claro sentido de la dignidad cristiana -"¡Reconoce, oh cristiano, tu dignidad!", clamaba san León Magno- y vivir en un estado habitual de gracia: esto es es ya santidad.

Realmente, ¿hay algo más urgente, más bello, más elevado, que esta vida de santidad?

"¿Qué otro bien, qué riqueza, qué perfección es nunca superior a la gracia, al principio divino de la vida sobrenatural?, ¿y qué otra condición, qué otra fuerza puede ser en nosotros más eficaz para nuestro progreso espiritual, para nuestra continua santificación, que la fidelidad al estado de la gracia? Y será este el favor más precioso que Nos ahora pediremos para vosotros al Señor: que seáis cristianos vivos; vivos de la gracia de Dios, es decir santos, y capaces de hacer de cada experiencia de la vida temporal, de la alegría y del dolor, de la fatiga y del amor, del interior discurso de la conciencia y del exterior diálogo con el prójimo, una ocasión, un estímulo para una mejor bondad, una mayor santidad" (Pablo VI, ibíd.).

Vivir en estado de gracia, vivir en gracia de Dios, es la santidad. El pecado no echa raíces en nosotros, ni dejamos que contamine ni el corazón ni la mentalidad: dejamos obrar la gracia en nosotros y somos fieles a ella alejándonos de todo pecado. Así, día a día, se labra nuestra santificación.

Porque la santidad es ser, viviendo en gracia de Dios, cristianos vivos, no muertos, inmóviles, parásitos en la Casa de Dios, inertes, aletargados o mudos y pasivos espectadores de la vida de la Iglesia. Como cristianos vivos, se aprovecha todo momento, circunstancia, estado, etc., para una mayor santidad, creciendo en una bondad que es participada (la Bondad de Dios en nosotros): se aprovecha cada experiencia de la vida temporal, por tanto, toda alegría y todo dolor, toda fatiga y cansancio así como todo amor, la interioridad de la propia conciencia y a solas con el propio pensamiento como también el diálogo edificante y amistoso con el prójimo. Todo sirve para una mayor santidad, todo refuerza el camino para verificar y concretar aquella santidad inicial del Bautismo por la que todo cristiano puede ser llamado "santo".

Para vivir así y lograr todo esto, se impone un camino necesario:

"Será necesario para tal fin despertar en nosotros el sentido moral, esto es, el sentido del bien y del mal, aquel sentido mismo del pecado, que la mentalidad moderna, cuando está privada de la fe en Dios, va míseramente perdiendo; y será igualmente necesario aumentar en nosotros el gusto de la oración y de la confianza en la infinita bondad del Señor que es verdaderamente el solo Santo y el solo santificante” (Pablo VI, Audiencia general, 30-octubre-1963).

Se requiere una fina conciencia, sensible, delicada y educada, para percibir rápido, por connaturalidad, el sentido del bien y del mal, lo bueno en sí de lo malo en sí (que no depende del relativismo de cada cual). A ello hay que sumar la oración cordial, con gusto, con entrega así como crecer, en cada circunstancia, en la confianza en la Bondad del Señor.

Sí, Él es Bueno, el Único Bueno, el Santo de verdad y el único que santifica. Él hace que seamos santos, no por título bautismal únicamente, sino por una vida santa.


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