Santa Teresa de Jesús, doctora de
la Iglesia,
ejerció un magisterio propio mediante sus escritos; esos libros suyos son hoy
igualmente un magisterio vivo y muy sugerente, una escuela de vida cristiana y
del seguimiento radical del Señor, teniendo como cimiento la oración.
Fueron
sus confesores los que la obligaron a empezar a escribir, y santa Teresa
obedeció gustosa. Sacaba ratos por la noche para escribir; no hacía borrador
alguno, ni tenía tiempo para revisar lo escrito, con lo cual hay digresiones y
repeticiones. Quería enseñar y transmitir, no buscaba el esteticismo literario
ni la perfección estilística de una obra acabada para generaciones venideras.
Escribe
como habla, porque está entablando una conversación con el lector. Es un
lenguaje directo, rico, con muchas imágenes, giros preciosos, frases
lapidarias. Enriquece sus obras con su propia experiencia, y el marco de su
experiencia es la referencia, sin que lo eleve a norma absoluta, porque sabe
bien que Dios lleva a cada alma por distintos senderos. Tiene ingenio, posee
buen humor, capta bien la atención del lector. Y como escribe delante del
Señor, en su presencia, muchas veces corta el hilo de la narración o de la
exposición, deja en suspenso al lector, y escribe a Dios rezando. De esa
manera, el lector reza también con Teresa, juntos, a Su Majestad.
*
El Libro de la Vida,
escrito en 1562 y luego revisado y ampliado en 1565, fue su primera obra. Por
orden de su confesor, plasmó lo que ella había vivido y las gracias que había
recibido, para que sus confesores pudieran entender y discernir mejor.
Es
la primera muestra de una “autobiografía espiritual”, género de la literatura
cristiana que luego tendrá mucho éxito. Ella llamaba a este libro “su alma”,
porque así estaba concebido: desvelar el misterio de lo que su alma había
vivido y recibido. También lo titulaba el libro “de las misericordias del
Señor”, como un reconocimiento a tanta misericordia de Dios en su miseria y
pobreza.
Por
eso en el Libro de la Vida
se puede leer como una narración de lo que la Gracia va realizando: la conversión y el
encuentro con Cristo, el seguimiento, el progreso en la vida espiritual. Es un
estudio de cómo la Gracia
trabaja interiormente.
*
“Camino de perfección” es la segunda obra escrita, entre 1565-1567. Su confesor
y las monjas del primer convento de carmelitas descalzas, el de san José de
Ávila, quieren que ponga por escrito las enseñanzas sobre la oración que ella
impartía a las monjas en las pláticas. Sería su legado sobre la oración; de
hecho, se le suele llamar el “catecismo teresiano”.
Consta
de dos partes. En la primera, santa Teresa quiere formar la vida del orante,
disponerlo a vivir la oración. Plantea unos requisitos, unas disposiciones
fundamentales, porque la oración toca la vida, incide en la vida y la
transforma: el amor-fraternidad, la humildad, el desasimiento de todo lo
creado, es decir, la libertad de espíritu y una determinada determinación de
orar y seguir a Cristo. Establecidos estos principios, abordará la oración
vocal y mental, el recogimiento y la oración de quietud o de unión.
La
segunda parte es un comentario espiritual, místico, al Padrenuestro, que se
suma a la Tradición
de los Padres de la Iglesia
que tantas veces comentaron la oración dominical (como Tertuliano, Orígenes,
Cipriano, Agustín…).
Este
libro es el manual de oración, básico, sencillo, a la par que profundo, para
quien se decida a vivir la oración (¡para quien se decida a un cristianismo en
serio, encarnado en su existencia!). Santa Teresa de Jesús va a llevar de la
mano al lector… ¡porque no hay cristiano sin oración, ni apóstol sin oración!
*
En 1573, en Salamanca, su confesor, el P. Jerónimo Ripalda, le manda que ponga
por escrito todas las fundaciones que ha realizado y las que se sucedan después
para memoria de sus hijas carmelitas descalzas.
Lo
acomete sin ganas, pero obedece. Nace así el Libro de “las Fundaciones”. Una
tras otra, pondrá por escrito cómo se creó cada Carmelo descalzo: Medina del
Campo, Valladolid, Malagón, Pastrana, Salamanca, etc. Es una crónica, una
historia salpicada de anécdotas, llena de simpatía, atractiva por sus
aventuras.
“Las
Fundaciones” cautivan al lector, y más hoy, que tanto gustan las novelas
históricas: sólo que aquí la novela es realidad, contada de forma muy amena.
Engancha desde la primera página. Es ágil: con Teresa de Jesús, el lector se
pone en camino por Castilla y Andalucía en el siglo XVI.
Si
miramos más allá, este libro de las Fundaciones es un canto a la Providencia de Dios,
que nunca falla y abre caminos, que derriba las murallas que los hombres
levantan. Es, asimismo, un canto, otro más, a la Gracia de Dios, que llama
al apostolado, a la misión, construyendo Iglesia, porque la Gracia siempre crea
apóstoles con un inmenso sentido de Iglesia en sus corazones. Ver cómo santa
Teresa fue un apóstol conmueve al lector y lo conmina a vivir, por Gracia, su
propio apostolado hoy en el mundo.
Este
libro de las Fundaciones es el manual teresiano para el apostolado: Dios
señalando caminos mediante las circunstancias que se presentan (la historia es
un lenguaje divino que hay que saber leer e interpretar), cambiando los propios
planes para seguir sólo su Plan (el protagonista del apostolado es el Señor, el
apóstol es sólo un instrumento que debe menguar para que Él crezca y brille),
animando el Señor para seguir adelante, actuando de pronto el Señor cuanto todo
parecía perdido, afrontando dificultades, cansancio, comentarios hirientes de
los demás. Con este libro se puede muy bien aprender lo que es el apostolado.
Es otra lección de vida cristiana que santa Teresa de Jesús sigue impartiendo.
*
“Las Moradas del Castillo interior” es su gran obra. La escribió en seis meses,
en 1577, también por orden de su confesor. Debía describir todo el proceso de
la vida de oración pero sin acudir a su experiencia, evitando el género
autobiográfico.
El
alma humana tiene una grandísima dignidad porque ha sido creada a imagen y
semejanza de Dios. Es como un castillo de muy puro cristal o diamante, con
muchas moradas arriba y abajo, en los lados, y en el centro la más principal,
donde está Dios y ocurren las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma.
La
puerta del castillo es la oración y consideración. Fuera del castillo, animales
y sabandijas, tentaciones, pecados y distracciones. Siete son las moradas
fundamentales por las que el alma va avanzando a lo interior, aunque cada alma
hace su propio y personal recorrido. ¡No hay cristianos en serie,
prefabricados! ¡Ni hay un único modelo obligatorio para todos!
A
medida que avanza en la oración, avanza en las moradas. La humildad se hace más
verdadera, las virtudes más fuertes. En la oración, cada vez más suave y
esponjada, no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho y se hace sólo lo
que más mueva a amar.
Uno
va muriendo a sí mismo para unirse más a Cristo: su vida es Cristo. Hay una
transformación muy profunda que santa Teresa explica con un símil: el gusano de
seda, que tiene que morir para convertirse en una hermosa mariposa. Lo que san
Pablo escribía sobre morir al hombre viejo y que nazca el hombre nuevo, es lo
que santa Teresa desarrolla en este libro de las Moradas. Ha logrado describir
todo el proceso de transformación de la persona en Cristo, de metamorfosis, de
transfiguración final.
Las
Moradas revelan hasta dónde puede desarrollarse en el alma la gracia bautismal
y cómo caminar para que Cristo sea quien viva en el bautizado: “vivo yo, pero
no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
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