lunes, 6 de febrero de 2017

La paciencia y la esperanza (III)

La catequesis sobre la paciencia ilumina la virtud teologal de la esperanza.

La paciencia es su apoyo, su sostén, ante las luchas interiores y el dominio de uno mismo, así como la resistencia ante circunstancias exteriores difíciles, adversas, inesperadas.

Va auxiliada por la longanimidad y la constancia. Así, como en un racimo de virtudes auxiliares, la esperanza se mantiene firme en lo cotidiano, en la vida sencilla y gris, tal vez, de cada día, sin caer ni en el desánimo ni en la tristeza. Entonces se sigue caminando.


"¿Es cristiana la paciencia?


Se podrá juzgar, quizás, todo este análisis como muy humano. ¿En qué se distingue la paciencia cristiana de la paciencia estoica, por ejemplo, en la que se inspiran los Padres? La cuestión, muy antigua, se ha vuelto a plantear en los años 70 con ocasión del largo debate que animó la teología moral: ¿existe una ética específicamente cristiana? El propósito de estas líneas no podría ser retomar para discutirlos todos los datos del problema. En un plano humano, absolutamente nada puede distinguir la paciencia cristiana de la paciencia no-cristiana. Si los Padres como Tertuliano, Lactancio, san Ambrosio o san Agustín y, más tarde santo Tomás o incluso san Francisco de Sales conservaron el enfoque estoico de la paciencia para insertarlo en una perspectiva cristiana, es porque valoraban este enfoque como correcto y satisfactorio. Decir, por ejemplo, que el análisis de un Tertuliano es más estoico que cristiano, como lo hace el presentador de una edición reciente de este Padre, sólo es pertinente si se limita al campo exclusivo de la reflexión moral. Pero no es en su dimensión moral o psicológica como la paciencia cristiana ofrece alguna originalidad. Porque ella traduce una constante del comportamiento humano, el análisis estoico perdura, a nuestro parecer, perfectamente admisible aún hoy.

El presente ejemplo de la paciencia nos permite subrayar una respuesta de más largo alcance: lo específico de la ética cristiana no debe ser buscado en los componentes "morales", además todos prestados, todos importados en tierra cristiana, sino en su dimensión "teologal".


Cuando Séneca se pregunta: ¿cuál es el mejor consuelo en el sufrimiento y en la tribulación?, responde: "Es que el hombre tome todo como si lo hubiera deseado y pedido". El cristiano es aquel que, en toda circunstancia, busca la voluntad del Padre, a imagen de Cristo, y se esfuerza por ponerla en práctica. A la cuestión planteada por Séneca, responderá: "Es que el creyente toma todo como si hubiera sido deseado y pedido por Dios". En este paso solamente de la voluntad personal a la voluntad de Dios se presenta la especificidad de la paciencia cristiana. Es verdad que este desplazamiento es capital. Pero en su consistencia humana, los actos de paciencia planteados por el creyente no difieren en nada de los planteados por aquellos que no pertenecen a su fe.

Recordemos que toda la moral es primero una imitación de Dios en sí mismo y en sus "costumbres". No nos sorprendamos por tanto de constatar que los mismos autores que han "aculturado" el modelo estoico de la paciencia propongan al creyente imitar la paciencia de Dios. San Agustín hace observar que siendo impasible por naturaleza, Dios no puede sufrir y por consiguiente experimentar la paciencia. Por tanto, a partir del momento en que interviene en el interior de la duración humana, se revela fuente y modelo de toda paciencia. Tres grandes "momentos" de la manifestación de la paciencia divina se pueden subrayar:


-Por la creación, Dios abre el "tiempo de su propia paciencia" (Rm 3,25). Soporta los pecados de todas las naciones porque Él ama y quiere salvar a cada criatura humana, "Él derrama por igual el rocío de su luz sobre justos y pecadores. Estableció los beneficios de las estaciones, el servicio de los elementos y la rica fecundidad de la naturaleza tanto para los merecedores como para los indignos" (Tertualiano, op. cit. II, 2). El episodio bíblico de Jonás ilustra esta paciencia del Creador con todos los pueblos.


-Dios se revela "lento a la cólera y lleno de amor" a Israel (Sal 102,8). Sabe de qué estamos hechos y perdona cada una de las infidelidades del pueblo que él se escogió. La paciencia de Dios evoca la del padre ante su hijo desobediente o la del hombre que quiere "olvidar" el adulterio de su mujer. Toma entonces el rostro de la misericordia. Pero que Israel no equivoque por ello: esta paciencia no es una señal de debilidad por parte de Dios sino invitación a la conversión: "Rasgad vuestros corazones y nos vuestras vestiduras, volved al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en gracia y se arrepiente de las amenazas" (Jer 2, 13). Job es, evidentemente, quien se convierte en figura de la paciencia en el Antiguo Testamento.


-El modelo de la paciencia que Dios nos ofrece espera su perfección en la Encarnación. Se puede decir que la paciencia es un rasgo específico de Cristo. Habría que citar íntegramente las frases magníficas con las que Tertuliano lo evoca. Cristo es paciente en su enseñanza (por ejemplo, la parábola del hijo pródigo), en las relaciones que entabla con sus discípulos (por ejemplo, cuando les reprende por querer vengarse, en Lc 9, 55), en su Pasión sobre todo. 

"Toleró Dios encarnarse en el vientre de una Madre... Ni rompió la caña quebradiza, ni apagó la mecha que humeaba»... Admitió á todos los que se llegaban a él, y no despreció casa ni mesa de ninguno... Pero cuando fue entregado, preso y llevado como cordero al matadero, no abrió la boca más que un cordero que está á la voluntad del que trasquila. Aquel Señor, pues, que con una palabra tuviera si quisiera legiones de ángeles del cielo, no quiso mostrar que aprobaba la espada vengadora del discípulo... Calló el haber sido crucificado, porque había venido para eso. ¿Pero fue necesario por ventura padecer tantos insultos para llegar a morir? No por cierto; pero habiendo de ser crucificado en el Ara, quiso primero engordar la víctima con la hartura de paciencia. Por eso fue escupido, azotado, escarnecido, vestido de sucias vestiduras y coronado de torpísimas espinas. Maravillosa ecuanimidad guardó Cristo a la paciencia; pues habiendo determinado Dios unirse a la naturaleza humana, que es tan sensible y espinosa, y tener oculta y escondida la divinidad, jamás mostró que era hombre en la imitación de la impaciencia humana. Pudiérase conocer y manifestar la divinidad en Cristo, ejercitando paciencia tan inmensa contra el intento y propósito de tenerla oculta; pero más quiso arriesgar el no tenerla encubierta y escondida, que no faltar a la fidelidad que había prometido a la paciencia" (op. cit. III, 2-10).

Tomando entonces por modelo a Cristo mismo o, antes de él, a los profetas (Sant. 5,10) y, después de él, a los mártires, el creyente está invitado a "tener paciencia hasta la venida del Señor" (Sant 5,7). A la naturaleza humana herida, esta imitación le es imposible. Pero el Espíritu trabaja en nosotros y alrededor nuestra para edificar una creación nueva que culminará en la parusía. Es por eso por lo que concede paciencia, dulzura y domino de sí (Gal 5,22) a aquellos que han sido revestidos de Cristo. San Agustín explicará que la paciencia no es un resultado de las solas fuerzas humanas de la voluntad; viene de Aquel que difunde en nuestros corazones la caridad".

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Seguiremos dando pasos para comprender más y mejor la paciencia-esperanza.

Por ahora, nos quedaremos con la paciencia de Dios, con la paciencia de Cristo (encarnación, vida, enseñanza y pasión) y la paciencia de profetas y mártires. Esta paciencia es -será- la nuestra por el Espíritu que actúa en nosotros. Lo nuestro será imitar la paciencia de Dios.

Aunque habrá que suplicarla, ¿no os parece?

2 comentarios:

  1. Sí, don Javier, hay que suplicarla. No veo otra forma de llegar a ser paciente como lo fue Cristo y en las situaciones en las que lo fue Cristo (a veces se olvida que Él también se enfadó alguna vez sin que esto sea óbice a ser manso y humilde de corazón)

    Nos resulta difícil, a las generaciones que nacimos en el siglo XX, ser pacientes con aquellos que, por su carácter o sus intereses, nos hacen la vida más difícil de lo que es en sí misma. Además, hemos aprendido más a reivindicar que a soportar; soportar lo hemos considerado un debilidad (y yo no digo que sea bueno).

    Creo que el problema se cifra en no saber conjugar la paciencia con la verdad, con la justicia y el dominio de sí mismo. La verdadera libertad de espíritu, como dice hoy una de las Preces de Laudes, es difícil, y para lo difícil, clamemos a Dios.

    Concédenos, Señor, la verdadera libertad de espíritu (de las Preces de Laudes).

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  2. Creo que además de ser una bonita obra de misericordia, la paciencia con los defectos de los demás, es una obra realmente de justicia, pues así mismo actúa Dios con nosotros, así mismo debemos reflejarlo con el prójimo. Como todos los bienes, este nos es dado por Dios, y por mucho que lo ejercitemos, siempre debemos mirar la Fuente de donde la sacamos.

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