Continúa el discurso de Pablo VI sobre el apostolado seglar en el mundo, la acción del laicado en la Iglesia y en la sociedad, entre los hombres.
Está necesitado siempre de una base sólida, es decir, una espiritualidad viva, ardiente, fervorosa, que lo sostiene y le pone en contacto vivo con Cristo de modo que el apostolado nunca sea adoctrinamiento ni ideología, ni por la fuerza del pelagianismo se convierta en un super-héroe de causas sociales. El apóstol siempre será un testigo del Señor y sólo puede ser testigo del Señor.
Además, viviendo así, se sentirá enviado y acompañado por la Iglesia, sin presentarse a título propio ni exponer sus personalísimas ideas o teorías, siempre "modernas y adaptadas al mundo", sino sabiéndose miembro de la Gran Iglesia, que va plantando con pequeños ladrillos, sencillos, la Iglesia entre quienes aún no están en ella.
Esa conciencia católica, finalmente, evitará un gravísimo peligro, siempre latente, y es interpretar el apostolado como un proselitismo que dirija a los demás hacia lo mío, mi grupo o movimiento o comunidad, reduciendo la evangelización a la agregación al propio grupo apostólico. El apostolado conduce a la Iglesia y acompaña a los hombres a la Iglesia y en ella cada cual descubrirá dónde está su lugar o qué sitio le asigna el Señor o su personalísimo camino espiritual. Mucho de lo que se hace apostólica está viciado y es infecundo porque sólo busca la parcialización, la adhesión a lo propio como si fuera lo único bueno que hay en toda la Iglesia. Ejemplos de lo anterior no faltan.
La palabra del papa Pablo VI da claves seguras.
"Los particularismos deben fundirse en el Cuerpo de Cristo
5. Vosotros queréis además afianzar los lazos que unen a los hombres, lo mismo dentro de estas comunidades humanas en torno a su centros de interés vitales, que en las comunidades cristianas.
Es cierto, y vosotros lo sabéis, que deben tenerse en cuenta las etapas, que deben respetarse los planos de afinidad, y que hasta deben aceptarse las diferencias y las tensiones. Pero, por muy legítimas que sean estas situaciones y mentalidades diversas, la Iglesia tiene como preocupación primordial la de evitar que se endurezcan hasta el punto de provocar divisiones que rompan la comunión de la fe: todos nosotros participamos en "una sola esperanza, un solo Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos" (cf. Ef 4,5-6). Es el apóstol Pablo quien nos recuerda la necesidad de la unidad. Y sabemos muy bien que en su tiempo las diferencias entre griegos y judíos, circuncisos e incircuncisos, romanos y bárbaros, esclavos y hombres libres (cf. Col 3, 11), no eran menores bajo ningún aspecto, que las que nosotros vivimos actualmente entre ricos y pobres, patronos y obreros, indígenas y extranjeros. Y el apóstol nos advierte que cada uno está obligado a buscar la santidad "en el estado en que fue llamado" (1Co 7,20). Lo que equivale a decir que todos los particularismos deben vivirse y superarse en el único Cuerpo de Cristo, al que todos están llamados a pertenecer, unos y otros, por entero, si bien cada cual según su propia función (cf. 1Co 12, 4-31).
Ojalá vosotros, en vuestros círculos de Acción Católica general, consigáis avanzar de esta forma, todos juntos, hacia el Señor, "con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos los unos a los otros con caridad, solícitos por conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz" (Ef 4, 2-3). Por lo demás, ¿no es ya éste un fruto del Espíritu Santo y un signo de la redención de Cristo, que ha "derribado el muro de separación, la enemistad" (cf. Ef 2,14)?
Colaboración para el apostolado
6. Sin duda alguna, un testimonio de esta naturaleza es capaz de llamar la atención de un mundo secularizado, absorbido con frecuencia por sus aspiraciones inmediatas.
Unos cristianos que se respetan entre sí y que quieren todos a la Iglesia con un mismo amor, por tratarse de sarmientos alimentados por la savia de una misma vida (cf. Jn 15,5), son ya el testimonio fehaciente de la fuerza liberadora del evangelio, y del fuego de amor encendido en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
Estimados hijos, os decimos de todo corazón: avanzad y seguid trabajando estrechamente y confiadamente unidos, con cuantos cooperan en la misión de la Iglesia en los otros movimientos de Acción Católica, y en cualesquiera formas de apostolado cristiano, con la preocupación por realizar siempre y en todas partes obra de Iglesia, garantía que os dan vuestros pastores responsables". (PABLO VI, Discurso a una peregrinación de la Acción Católica de los hombres, 9-mayo-1970).
Unidos seremos más fuertes y seremos ante el mundo el Cuerpo de Cristo.
ResponderEliminarSeñor Jesús, esposo que has de venir y a quien las vírgenes prudentes esperaban,concédenos que aguardemos tu retorno glorioso con una esperanza activa (de las Preces de Laudes)