Cuando
participamos en la liturgia, todos, los fieles, recibimos la impronta del
Espíritu Santo que, haciéndonos tomar la forma de Cristo, nos sitúa en el mundo
para vivir una liturgia santa, encarnada en lo concreto de nuestra vida. ¿Cómo?
Las oraciones, especialmente la oración de postcomunión, apuntan en esa
dirección y entonces se ve el fruto real de la participación de los fieles en
la liturgia, así como muchas preces en Laudes. O dicho de otra forma, la
participación interior de los fieles nos conduce a un modo de vivir santo en el
mundo.
a) Modelada según la liturgia
Aquello
que hemos visto y oído, lo que nuestras manos han tocado, la Palabra de la Vida
en la misma liturgia, dan forma a nuestra vida. Lo celebrado no es un
paréntesis ritual, sino una transformación: “te suplicamos, Señor, que se haga
realidad en nuestra vida lo que hemos recibido en este sacramento”[1],
prolongando eucarísticamente en lo cotidiano lo vivido en los sacramentos:
“concede a cuantos celebramos los misterios de la pasión del Señor manifestar
fielmente en nuestras vidas lo que celebramos en la eucaristía”[2].
Esta
acción de la liturgia no es espontánea, ni para un momento, sino que su acción
se despliega de un modo permanente por gracia, hasta ir alcanzando todas las fibras
de nuestro ser y nuestro obrar: “concédenos, Dios todopoderoso, que la fuerza
del sacramento pascual, que hemos recibido, persevere siempre en nosotros”[3], y
otra oración muy semejante suplicará: “el fruto de este santo sacrificio
persevere en nosotros y se manifieste siempre en nuestras obras”[4]. La
gracia de la vida litúrgica posee una nota de continuidad: “su fruto se haga
realidad permanente en nuestra vida”[5].
La
vida litúrgica es fuente de santidad: “te rogamos, Señor, que esta eucaristía
nos ayude a vivir más santamente”[6], “la
participación en los santos misterios aumente, Señor, nuestra santidad”[7].
No
son los sentimientos tan pasajeros, las exaltaciones afectivas, los que deben
mover y dirigir la vida, sino la gracia de Cristo que realiza su tarea de
dirección en nosotros. Así brota un modo nuevo de estar ante los demás y en el
mundo: “la acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y
nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva
nuestra vida”[12].
b) Unión
profunda con Cristo
Sin
lugar a dudas, la mejor participación interior y fructuosa es la comunión con
Cristo, esto es, una unión profunda, vital y constante con el Señor. Se vive en
el Señor, en unión con Él, permaneciendo en Él, en su amor. La unión con Cristo
que se vive en la liturgia, mística y sacramental, se prosigue luego en la vida
cotidiana. ¡Todo en el Señor!, sirviendo a Cristo Señor. “El sacrificio que te
hemos ofrecido y la víctima santa que hemos comulgado llenen de vida a tus
sacerdotes y a tus fieles, para que, unidos a ti por un amor constante, puedan
servirte dignamente”[13]. El
amor de Cristo es nosotros nos vincula a Él por completo y, con el vínculo del
amor a Cristo y del amor de Cristo, le serviremos dignamente en el orden de lo
cotidiano.
Esta
unión con Cristo nos hace partícipes de su obra redentora, asumiendo y
completando en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo en favor de su
Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24): “haz que, por el trabajo del hombre
que ahora te ofrecemos, merezcamos asociarnos a la obra redentora de Cristo”[14];
también, glosando el versículo paulino, se pide que “completemos en nosotros,
en favor de la Iglesia, lo que falta a la pasión de Jesucristo”[15]. La
vida de Jesús se manifiesta en nosotros si llevamos en nuestro cuerpo la muerte
de Jesús (cf. 2Co 4,10), se prolonga este misterio en nosotros y de esa forma
estamos más unidos a Cristo: “llevemos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo y
nuestra vida sea un esfuerzo continuo por unirnos cada vez más a ti”[16].
Esa
unión con Cristo –y por tanto, y por extensión, unidad trinitaria- permite que
demos frutos verdaderos. Sin Él no podemos hacer nada; pero con Él todo lo
podemos. La vid que es Cristo permite a los sarmientos dar frutos que siempre
permanezcan, la condición de conservar y guardar esa unión: “Oh Cristo, vid
verdadera de la que nosotros somos sarmientos, haz que permanezcamos en ti y
demos fruto abundante, para que con ello reciba gloria Dios Padre”[17].
La
liturgia participada –en lo interior- acrecienta la unión y realiza en nosotros
la obra de dar frutos permanentes, frutos buenos, para glorificar al Padre:
“unidos a ti en caridad perpetua, demos frutos que siempre permanezcan”[18],
para que viendo nuestras buenas obras glorifiquen al Padre: “haz, Señor, que el
ejemplo de nuestra vida resplandezca como una luz ante los hombres, para que
todos den gloria al Padre que está en los cielos”[19],
“que en todas nuestras palabras y acciones seamos hoy luz del mundo y sal de la
tierra para cuantos nos contemplen”[20].
Y
nuestra vida dará gloria a Dios si está unida a Cristo; entonces seremos
alabanza de su gloria: “Señor, Padre de todos, que nos has hecho llegar al
comienzo de este día, haz que toda nuestra vida, unida a la de Cristo, sea
alabanza de tu gloria”[21],
porque para eso hemos sido elegidos antes de la creación del mundo (cf. Ef
1,3-15).
Esos
frutos se entregan y se ofrecen a los demás, buscando su salvación, la
salvación del mundo: “concédenos vivir tan unidos en Cristo, que fructifiquemos
con gozo para la salvación del mundo”[22],
“concédenos, ahora, fortalecidos por este sacrificio, permanecer siempre unidos
a Cristo por la fe y trabajar en la Iglesia por la salvación de todos los
hombres”[23]. Cuanto hacemos y
vivimos, lo que trabajamos y las obras santas, pero también la oración personal
y comunitaria, la plegaria, se ensanchan con corazón católico deseando que la
salvación sea eficaz en todos los hombres: “Te pedimos, Señor, que extiendas
los beneficios de tu redención a todos los hombres”[24].
[1] OP (: Oración de postcomunión), III Dom.
Cuar.
[2] OF, San Juan de la Cruz, 14 de diciembre.
[3] OF, II Dom. Pasc.
[4] OP, Jueves II Cuar.
[5] OF, Viernes II Cuar.
[6] OP, Martes II Cuar.
[7] OP, Miérc. VII Pasc.
[8] OP, 29 de diciembre.
[9] OP, Martes III Cuar.
[10] OP, IX Dom. T. Ord.
[11] OP, S. Ignacio de
Antioquía, 17 de octubre.
[12] OP, XXIV Dom. T. Ord.
[13] OP, Por los sacerdotes.
[14] OF, Por la santificación
del trabajo, B.
[15] OP, Virgen de los
Dolores, 15 de septiembre.
[16] OP, Común de vírgenes, 1.
[17] Preces Laudes, Sábado II
del Salterio.
[18] OP, Jesucristo sumo y eterno sacerdote.
[19] Preces Laudes, Martes II
del Salterio.
[20] Preces Laudes, Miérc. II
del Salterio.
[21] Preces Laudes, Sábado IV
del Salterio.
[22] OP, V Dom. T. Ord.
[23] OP, San Juan de la Cruz, 14 de diciembre.
[24] Preces Laudes, Sábado II del Salterio.
No sabía que especialmente la oración de postcomunión se dirigiera a vivir una liturgia santa encarnada en lo concreto de nuestra vida. Cuando lo he leído, he caído en la cuenta de que es así. A partir de ahora la rezaré con mayor fruición.
ResponderEliminarSantifica, Señor, a tus hermanos (de las Preces de Laudes).
Gracias por los textos y fotos.
ResponderEliminar¿Cómo estamos?
Con mi oración.