miércoles, 8 de febrero de 2017

El culto para la vida (participar) - I


            Cuando participamos en la liturgia, todos, los fieles, recibimos la impronta del Espíritu Santo que, haciéndonos tomar la forma de Cristo, nos sitúa en el mundo para vivir una liturgia santa, encarnada en lo concreto de nuestra vida. ¿Cómo? Las oraciones, especialmente la oración de postcomunión, apuntan en esa dirección y entonces se ve el fruto real de la participación de los fieles en la liturgia, así como muchas preces en Laudes. O dicho de otra forma, la participación interior de los fieles nos conduce a un modo de vivir santo en el mundo.



            a) Modelada según la liturgia

            Aquello que hemos visto y oído, lo que nuestras manos han tocado, la Palabra de la Vida en la misma liturgia, dan forma a nuestra vida. Lo celebrado no es un paréntesis ritual, sino una transformación: “te suplicamos, Señor, que se haga realidad en nuestra vida lo que hemos recibido en este sacramento”[1], prolongando eucarísticamente en lo cotidiano lo vivido en los sacramentos: “concede a cuantos celebramos los misterios de la pasión del Señor manifestar fielmente en nuestras vidas lo que celebramos en la eucaristía”[2].

            Esta acción de la liturgia no es espontánea, ni para un momento, sino que su acción se despliega de un modo permanente por gracia, hasta ir alcanzando todas las fibras de nuestro ser y nuestro obrar: “concédenos, Dios todopoderoso, que la fuerza del sacramento pascual, que hemos recibido, persevere siempre en nosotros”[3], y otra oración muy semejante suplicará: “el fruto de este santo sacrificio persevere en nosotros y se manifieste siempre en nuestras obras”[4]. La gracia de la vida litúrgica posee una nota de continuidad: “su fruto se haga realidad permanente en nuestra vida”[5].

            La vida litúrgica es fuente de santidad: “te rogamos, Señor, que esta eucaristía nos ayude a vivir más santamente”[6], “la participación en los santos misterios aumente, Señor, nuestra santidad”[7].

            La liturgia es escuela del más puro espíritu cristiano, robusteciendo lo que somos por el bautismo: “por la eficacia de estos santos misterios fortalece, Señor, cada vez más nuestra vida cristiana”[8], “acreciente nuestra vida cristiana”[9]. Orienta para la unidad de vida, la coherencia entre lo celebrado y lo que luego se vive, entre las palabras y las obras: “haz que, confesando tu nombre no sólo de palabra y con los labios, sino con las obras y el corazón, merezcamos entrar en el reino de los cielos”[10], “nos otorgue nuevas fuerzas y nos ayude a vivir como cristianos de palabra y de obra”[11].

            No son los sentimientos tan pasajeros, las exaltaciones afectivas, los que deben mover y dirigir la vida, sino la gracia de Cristo que realiza su tarea de dirección en nosotros. Así brota un modo nuevo de estar ante los demás y en el mundo: “la acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida”[12].


            b) Unión profunda con Cristo

            Sin lugar a dudas, la mejor participación interior y fructuosa es la comunión con Cristo, esto es, una unión profunda, vital y constante con el Señor. Se vive en el Señor, en unión con Él, permaneciendo en Él, en su amor. La unión con Cristo que se vive en la liturgia, mística y sacramental, se prosigue luego en la vida cotidiana. ¡Todo en el Señor!, sirviendo a Cristo Señor. “El sacrificio que te hemos ofrecido y la víctima santa que hemos comulgado llenen de vida a tus sacerdotes y a tus fieles, para que, unidos a ti por un amor constante, puedan servirte dignamente”[13]. El amor de Cristo es nosotros nos vincula a Él por completo y, con el vínculo del amor a Cristo y del amor de Cristo, le serviremos dignamente en el orden de lo cotidiano.

            Esta unión con Cristo nos hace partícipes de su obra redentora, asumiendo y completando en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24): “haz que, por el trabajo del hombre que ahora te ofrecemos, merezcamos asociarnos a la obra redentora de Cristo”[14]; también, glosando el versículo paulino, se pide que “completemos en nosotros, en favor de la Iglesia, lo que falta a la pasión de Jesucristo”[15]. La vida de Jesús se manifiesta en nosotros si llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús (cf. 2Co 4,10), se prolonga este misterio en nosotros y de esa forma estamos más unidos a Cristo: “llevemos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo y nuestra vida sea un esfuerzo continuo por unirnos cada vez más a ti”[16].

            Esa unión con Cristo –y por tanto, y por extensión, unidad trinitaria- permite que demos frutos verdaderos. Sin Él no podemos hacer nada; pero con Él todo lo podemos. La vid que es Cristo permite a los sarmientos dar frutos que siempre permanezcan, la condición de conservar y guardar esa unión: “Oh Cristo, vid verdadera de la que nosotros somos sarmientos, haz que permanezcamos en ti y demos fruto abundante, para que con ello reciba gloria Dios Padre”[17].

            La liturgia participada –en lo interior- acrecienta la unión y realiza en nosotros la obra de dar frutos permanentes, frutos buenos, para glorificar al Padre: “unidos a ti en caridad perpetua, demos frutos que siempre permanezcan”[18], para que viendo nuestras buenas obras glorifiquen al Padre: “haz, Señor, que el ejemplo de nuestra vida resplandezca como una luz ante los hombres, para que todos den gloria al Padre que está en los cielos”[19], “que en todas nuestras palabras y acciones seamos hoy luz del mundo y sal de la tierra para cuantos nos contemplen”[20].

            Y nuestra vida dará gloria a Dios si está unida a Cristo; entonces seremos alabanza de su gloria: “Señor, Padre de todos, que nos has hecho llegar al comienzo de este día, haz que toda nuestra vida, unida a la de Cristo, sea alabanza de tu gloria”[21], porque para eso hemos sido elegidos antes de la creación del mundo (cf. Ef 1,3-15).

            Esos frutos se entregan y se ofrecen a los demás, buscando su salvación, la salvación del mundo: “concédenos vivir tan unidos en Cristo, que fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo”[22], “concédenos, ahora, fortalecidos por este sacrificio, permanecer siempre unidos a Cristo por la fe y trabajar en la Iglesia por la salvación de todos los hombres”[23]. Cuanto hacemos y vivimos, lo que trabajamos y las obras santas, pero también la oración personal y comunitaria, la plegaria, se ensanchan con corazón católico deseando que la salvación sea eficaz en todos los hombres: “Te pedimos, Señor, que extiendas los beneficios de tu redención a todos los hombres”[24].




[1] OP (: Oración de postcomunión), III Dom. Cuar.
[2] OF, San Juan de la Cruz, 14 de diciembre.
[3] OF, II Dom. Pasc.
[4] OP, Jueves II Cuar.
[5] OF, Viernes II Cuar.
[6] OP, Martes II Cuar.
[7] OP, Miérc. VII Pasc.
[8] OP, 29 de diciembre.
[9] OP, Martes III Cuar.
[10] OP, IX Dom. T. Ord.
[11] OP, S. Ignacio de Antioquía, 17 de octubre.
[12] OP, XXIV Dom. T. Ord.
[13] OP, Por los sacerdotes.
[14] OF, Por la santificación del trabajo, B.
[15] OP, Virgen de los Dolores, 15 de septiembre.
[16] OP, Común de vírgenes, 1.
[17] Preces Laudes, Sábado II del Salterio.
[18] OP, Jesucristo sumo y eterno sacerdote.
[19] Preces Laudes, Martes II del Salterio.
[20] Preces Laudes, Miérc. II del Salterio.
[21] Preces Laudes, Sábado IV del Salterio.
[22] OP, V Dom. T. Ord.
[23] OP, San Juan de la Cruz, 14 de diciembre.
[24] Preces Laudes, Sábado II del Salterio.

2 comentarios:

  1. No sabía que especialmente la oración de postcomunión se dirigiera a vivir una liturgia santa encarnada en lo concreto de nuestra vida. Cuando lo he leído, he caído en la cuenta de que es así. A partir de ahora la rezaré con mayor fruición.

    Santifica, Señor, a tus hermanos (de las Preces de Laudes).

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  2. Gracias por los textos y fotos.

    ¿Cómo estamos?

    Con mi oración.

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