miércoles, 1 de abril de 2015

Viernes Santo: Liturgia solemne y austera



El Viernes Santo es el primer día de la Pascua. Espiritualmente, más que fijarnos paso a paso en sus dolores (como sería la meditación del Via Crucis) hay que considerar y vivir el Viernes Santo como el primer acto de la Pascua: es la inmolación del Cordero, se cumplen los oráculos sobre el Mesías-Siervo de Yahvé.



            Vivimos la Pascua del Señor Jesús y es Él el cordero pascual, el Cordero de Dios, que remite tanto al cordero del libro del Éxodo (c. 12) cuya sangre libraba de la muerte a los primogénitos israelitas, como al cordero degollado anunciado por Isaías (c. 53) que se lee el Viernes Santo como primera lectura.

            “El Viernes ya es Pascua. No es preparación, sino el primer día de la Pascua, formando una unidad dinámica con el Sábado y el Domingo. El Viernes celebramos la totalidad del misterio pascual, aunque subrayando su primer acto, la muerte en Cruz... Es el día de la muerte, aunque está cargado de esperanza. Nosotros sabemos que esta Cruz termina en vida. El Viernes celebramos lo mismo que celebramos en la Vigilia. Todo el misterio, pleno”[1]

            La Sangre de Cristo es sagrada, porque es su vida misma dando vida. Entrega su vida, su Sangre que es vida se rocía inundándonos de vida, como canta el himno litúrgico: “Y un mar de sangre fluye, inunda, avanza, por tierra, mar y cielo y nos redime”.


En absoluto silencio, comienza la acción litúrgica. 

El sacerdote se postra rostro en tierra y los fieles se arrodillan orando en silencio. Se proclama la liturgia de la Palabra, con especial énfasis en la Pasión según san Juan. 

Después de la homilía, la larga oración universal según la antigua forma del rito romano, abarcando en su corazón la Iglesia todas las necesidades de una humanidad necesitada de redención y gracia. 

Luego se procede a la Adoración de la Cruz del Señor, besando su Cruz donde se realiza nuestra salvación, besando también nuestra propia cruz donde nos santificaremos participando de la cruz del Señor. 

Tras el Padrenuestro, comulgamos con sobriedad para unirnos a Cristo en su Pascua, y termina la celebración con una oración y el silencio absoluto. El Señor murió por nuestro amor.

            Siguiendo la alusión del mismo Cristo, “nos han arrebatado al Esposo”. La Iglesia desde ahora y durante el Sábado Santo hasta la noche de Pascua, espera junto al sepulcro, en silencio, la Vida del Señor, al Esposo que venga con gloria. Es tradición antiquísima, ayunar el Sábado Santo, un ayuno no obligatorio por ley canónica ahora, pero que expresa la preparación espiritual para la santa Resurrección de Cristo.




[1] ALDAZABAL, J., El Triduo Pascual, Barcelona, 1998, p. 98.

2 comentarios:

  1. El viernes santo es un día de intenso dolor dulcificado por la esperanza cristiana. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros no puede menos de suscitar sentimientos de dolor y compasión, así como de pesar por la parte que tenemos en los pecados del mundo.

    La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva. La peregrina Egeria nos ha dejado un relato vivaz y conmovedor de la reacción de los fieles ante las lecturas de la pasión. "Es impresionante ver cómo la gente se conmueve con estas lecturas, y cómo hacen duelo".

    El viernes santo no se ofrece el sacrificio eucarístico y la plegaria eucarística, se omite. En su lugar tenemos la emotiva ceremonia de la adoración de la cruz. La misma ausencia en este día de sacrificio eucarístico nos habla de la íntima relación entre el sacrificio del Calvario y la misa. Cristo murió de una vez para siempre por nuestros pecados, el memorial de aquella muerte y sacrificio se celebra en todas las misas. En cada celebración eucarística "la obra de la redención se renueva".

    Si hemos muerto con Cristo, tenemos fe en que viviremos también con él (de las antífonas de Laudes).

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