sábado, 18 de abril de 2015

La confirmación - Mistagogia de la oración del obispo

¡Elige la vida!

Junto al aspecto de elección positiva, adhiriéndose a la Vida verdadera, está la renuncia a aquello que se opone a la Vida, aunque su presencia al principio parezca fantástica, ilusionante, confortable.


Estamos en el primer momento del rito de la Confirmación: la renovación de las promesas bautismales, con signos claros de alianza, de contrato, de esponsalidad con Cristo, de confianza con Él y en Él para recorrer un camino seguro, a veces empinado, sinuoso, escarpado, pero que conduce a la vida verdadera, a la que sólo merece ese nombre.

Aunque el rito es sencillo, y probablemente breve, es denso cuando se explica su alto contenido y cuando se rubrica con la aclamación de todos: "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo".

"2. 

Para ser cristiano, hace falta una decisión.

Pero el cristianismo no es sólo un sistema de mandamientos que exigiría de nuestra parte proezas morales. Es también un don que se nos hace: somos acogidos en una comunidad que nos lleva, la Iglesia. Es lo que se puede ver en el segundo acto de la celebración, la oración que el obispo, por su consagración, dice en nombre de la Iglesia entera.

El obispo, al hacerlo, extiende los brazos como Moisés lo hizo cuando combatía Israel (Ex 17,11s). Sus manos extendidas son como un tejado que nos protege y cobijase del sol y de la lluvia; son también como una antena que capta las ondas que corren por el aire y nos acercan así lo que está muy alejado de nosotros.

De esta manera, la imposición de manos manifiesta lo que significa la oración del obispo: como cristianos, estamos integrados sin cesar en la oración de la Iglesia entera. Nadie está solo. Nadie está totalmente olvidado y abandonado, porque pertenecen a la comunidad que, en la oración, se compromete para todos.

Esta oración es así verdaderamente como un tejado; estamos bajo la protección de estas manos extendidas. Y es como una antena, que nos acerca lo que está lejano: lo que está lejos, la fuerza del Espíritu Santo, se hace nuestra, cuando estamos en el campo de esta oración. A aquel que vive en la Iglesia, se le puede aplicar la palabra magnífica que el padre, en la parábola del hijo pródigo, dice al hijo que se quedó junto a él: "todo lo mío es tuyo" (Lc 15,31).

Lo mismo que al comienzo de nuestra vida, nuestros padres nos prestaron su vida y su fe, lo mismo la Iglesia nos mantiene en su fe y en su oración; su oración nos pertenece, desde el momento en que le pertenecemos.

De esta forma, estas palabras impresionantes y en apariencia bien lejanas adquieren también un sentido: el espíritu de sabiduría, de fuerza, de piedad, de temor de Dios, que le pedimos. Nadie puede construir su vida solo. La sabiduría, la ciencia, la fuerza no son suficientes. Basta con leer los periódicos para que ver los fuertes, de las que nos admiramos, con frecuencia, no saben qué hacer con sus vidas, y la equivocan. Si, por el contrario, nos preguntamos sobre el misterio de los hombres, que quizás han sido gentes sencillas, pero que han encontrado la paz y el desarrollo pleno, se ve que el núcleo de su misterio se define con una palabra: no estaban solos.

No necesitan inventar sus vidas ellos solos. No necesitan preguntarse solos qué quiere decir y cómo pueden "elegir la vida". No se dejan aconsejar por Aquel que ofrece el buen consejo, y así poseerían lo que no tienen por sí mismos: sabiduría, fuerza, inteligencia. "Todo lo que es mío es tuyo". 

Se encuentran bajo un techo, que cubre, pero que, lejos de aislar, capta por el contrario, las ondas de la Eternidad, las ondas de la vida, que las capta y nos une a ellas. 

Las manos del obispo nos muestra dónde se halla este techo, del que tanta necesidad tenemos. Son una indicación y una promesa: bajo el techo de la confirmación, bajo el techo de la Iglesia que ora, vivimos a la vez al abrigo y en pleno viento: en el campo del Espíritu Santo"

(RATZINGER, J., "Choisis la vie!", en: Communio VII (1982), n. 5, pp. 66-67).


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