En la liturgia participamos todos cuando, a la vez, estamos de pie. Tiene su sentido, su valor. Las posturas corporales manifiestan la unidad de todos los fieles en la misma acción santa, la liturgia, y una de estas posturas es estar de pie.
Es la postura clásica de la
oración cristiana, de hijos rescatados que pueden estar de pie ante Dios
orando, sin temor servil ni esclavitud humillante. Así se representan en las
catacumbas la imagen del orante y de la orante: de pie, manos extendidas en
forma de cruz. Orar de pie es un signo o memoria del Señor resucitado que no yace
en el sepulcro, sino que vence y está levantado, de pie, sobre la muerte y el
pecado.
De
pie, asimismo, se recibe a quien va a entrar, como signo de honor, respeto y
veneración, y de pie se escucha el saludo de quien es superior o su breve
discurso y quedarse sentado sería una descortesía, gesto de poca educación. De
pie se está como servidores del Señor, atentos a lo que Él, sentado, pueda
indicar: Abraham sirve a los tres ángeles en la encina de Mambré y mientras
están sentado comiendo, permanece en pie (cf. Gn 18,8).
Elías
debe esperar de pie, ante la gruta, el paso del Señor (cf. 1R 19,11-13). Ante
el Señor, los reyes y príncipes de la tierra se pondrán en pie (cf. Is 49,7)
como homenaje y reconocimiento. De pie debe ponerse Ezequiel para escuchar las
órdenes del Señor y recibir la visión (cf. Ez 2,2); de pie están miles y miles,
mientras el Señor se sienta en su trono (cf. Dn 7,9-10; 16); el ejército
celestial rodea el trono de Dios permaneciendo de pie a derecha e izquierda
(cf. 2Cron 18,18).
Ester
habla de pie ante el rey para interceder por su pueblo (cf. Est 5,2; 8,4) como
elocuente tipo de la oración cristiana. Salomón ora de pie ante el altar del
Señor (2Cron 6,12ss). En la asamblea litúrgica de Israel, “todos los de Judá, con sus pequeños, mujeres e hijos, permanecían en
pie ante el Señor” (2Cron 20,13). El rey, de pie ante el Señor, ratifica y
se compromete a seguir la Alianza (cf. 2Cron 34,31). La muchedumbre, en aquel
día solemne del retorno del exilio, se pone en pie para recibir el libro de la
Ley que Esdras abre sobre un estrado de madera (cf. Neh 8,5).
Ante
el trono y el Cordero hay una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de
pie, cantando (cf. Ap 7,9) y ante el trono estarán de pie los muertos, pequeños
y grandes, cuando se abra e libro de la vida (cf. Ap 20,12).
El
Señor estará en pie, dominando, gobernando y pastoreando a Israel (cf. Mq 5,3).
Cristo resucitado se aparece de pie a María Magdalena (Jn 20,14) como vencedor
que se ha acostado, dormido y que se puede levantar sobre la muerte, y de pie,
en medio de los apóstoles, se presenta Jesús en medio del Cenáculo (cf. Jn 20,
19). Esteban ve a Jesús, de pie, a la derecha de Dios (cf. Hch 7,55-56),
reconociendo su señorío y divinidad. Es Cristo el Cordero que está de pie delante
del trono (Ap 5,6), el Cordero “que
estaba de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que
llevaban grabados en la frente su nombre y el nombre de su Padre” (Ap
14,1).
La
Iglesia celebró de pie la liturgia: de pie el sacerdote eleva las oraciones a
Dios y así pronuncia la gran plegaria eucarística, sacrificial, porque de pie
se ofrece el Sacrificio; y de pie asisten y oran los fieles[1].
En
razón del tiempo pascual y los domingos, los fieles nunca se arrodillarán ni
para las oraciones ni para las letanías de los santos sino que permanecen en
pie sin ningún signo penitencial: orar de pie es lo propio del tiempo pascual
(y de los domingos). El Concilio de Nicea determinó:
“Sobre el
rezar de rodillas.
Ya que hay
algunos que se arrodillan en los días domingo y en el tiempo de pentecostés [hoy
diríamos "en tiempo pascual"] para que en todos los lugares haya un
perfecta uniformidad, le parece bien a este santo concilio que las oraciones a
Dios se hagan de pie” (cn. 20).
Por
eso los cristianos no deben ayunar durante este tiempo pascual ni orar de
rodillas (Tertuliano, De corona, 3). O san Basilio Magno: “No sólo porque hemos
resucitado con Cristo y debemos buscar las cosas de arriba traemos a nuestra
memoria, estando de pie mientras oramos en el día consagrado a la resurrección,
la gracia que nos ha sido dada sino porque ese día parece ser en cierto modo la
imagen del siglo venidero” (De Spir. Sanc., 27,66). En el Occidente cristiano,
será san Ireneo de Lyon el que enseñe que “la costumbre de no arrodillarnos
durante el día del Señor es un símbolo de la resurrección por la que, gracias a
Cristo, hemos sido liberados de los pecados y de la muerte, que por él fue
destruida”[2].
Durante
la celebración eucarística, se participa estando de pie en los siguientes
momentos, a tenor del Misal:
“Los fieles
están de pie
-desde el
principio del canto de entrada, o bien, desde cuando el sacerdote se dirige al
altar, hasta la colecta inclusive;
-al canto del Aleluya
antes del Evangelio;
-durante la
proclamación del Evangelio;
-mientras se
hacen la profesión de fe y la oración universal;
-además desde
la invitación Orad, hermanos, antes de la oración sobre las
ofrendas, hasta el final de la Misa” (IGMR 43), excepto durante la consagración
y después de la
Comunión, como
veremos en su momento.
Si
atendemos a la Liturgia de las Horas, Todos los participantes estarán de pie:
a) durante la introducción del Oficio (Invitatorio) y la invocación inicial de cada Hora (Dios mío, ven en mi auxilio);
b) mientras se dice el himno;
c) durante el cántico evangélico (Benedictus, Magnificat, Nunc dimittis);
d) mientras se dicen las preces, el Padrenuestro y la oración conclusiva
e) también estarán de pie al
canto del Te Deum[3] y, en el oficio de Vigilias,
a la lectura del Evangelio dominical[4].
En
las celebraciones sacramentales, todos estarán de pie en el rito sacramental
(consentimiento matrimonial, imposición de manos, unción del altar, etc.) y
durante la plegaria solemne (plegaria de ordenación, dedicación de iglesias,
etc.).
Vigilantes
y orantes, de pie recibimos al Señor, le escuchamos, oramos y asistimos a la
Gracia del Misterio que se hace presente en el Sacramento, en cada Sacramento.
[1] El mismo Canon romano dice
“et omnium circumstantium”, es decir, y “de todos los que están de pie
alrededor”, aunque la traducción oficial mutila el sentido: “y de todos los
aquí reunidos, cuya fe y entrega…”. El antiguo testimonio del apologeta san
Justino lo avala: “Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y
a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae
pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y
acciones de gracias, y el pueblo responde «Amén»” (I Apol., 67).
[2] S. Ireneo, Fragm. 7 de un
tratado sobre la Pascua (PG 6,1364-1365).
[3] Cf. Caeremoniale episcoporum, 216.
[4] Cf. IGLH 263-264.
Cada postura que adoptamos de forma unánime en la celebración litúrgica tiene su razón de ser.
ResponderEliminarEl Señor es mi escudo y mi refugio. Aleluya (de las antífonas de Laudes)
Ya ni recordaba que esto lo había escrito yo y estaba programado...
ResponderEliminarMuchas veces las cosas más simples las damos por sabidas y no, no es así.
Todavía, aunque el sacerdote se ponga de pie y haga el gesto con las manos para que todos se levanten, que se quedan sentaditos en el Aleluya.
O, igualmente, al decir "Orad hermanos"... donde unos se quedan sentados hasta comenzar la oración sobre las ofrendas y otros, más atrevidos, hasta el "Levantemos el corazón". Ni se cuestionan porqué todos están ya de pie y ellos sentados.
A veces hay que explicarlo en alguna catequesis u homilía. Hoy lo hacemos aquí, en el blog. ¡Ojalá sea fructífera esta catequesis virtual y llegue a muchos!