La liturgia sólo con espíritu de
fe sobrenatural puede ser entendida y vivida; sólo con un gran espíritu de fe
puede ser celebrada, y, sin este espíritu de fe, la liturgia parecerá algo
externo a uno mismo, un ceremonial complicado y ajeno, o un simple medio
instructivo –con la excusa religiosa- para reforzar el propio “yo” de la
comunidad o grupo, de forma divertida y entretenida, reinventando la liturgia a
cada paso.
Ese
espíritu de fe conduce a vivir con la mayor hondura posible el Misterio de Dios
en la liturgia y así, espiritualmente, unirse a Cristo por la ofrenda de su
Cuerpo y de su Sangre. La fe descubre y adora la presencia y la acción de
Jesucristo en la liturgia, y si crece esa mirada de fe, pronto cualquier
falsificación de la liturgia o su secularización, deja el corazón insatisfecho.
O sea, aunque parezca lo contrario, pero una liturgia tan secularizada,
participativa, inventada, caprichosa, en principio tal vez parezca entretenida
y atrayente para algunos, pero acaban tan vacíos que se cansan de ese estilo
secularizado: necesitan algo más, ¡buscan algo más!
La
sacralidad de la liturgia, máxime de la santísima Eucaristía, nos viene dada
por el mismo Señor. La Iglesia
reconoce esta sacralidad, la cuida en sus acciones litúrgicas, la preserva de
cualquier secularización o modo profano de entender o celebrar la liturgia.
Ya
Juan Pablo II, casi al inicio de su pontificado, escribió sobre esta santidad y
sacralidad; son reflexiones y enseñanzas que no pueden pasar desapercibidas:
“El ‘Sacrum’ de la Misa no es por tanto una
‘sacralización’, es decir, una añadidura del hombre a la acción de Cristo en el
cenáculo, ya que la Cena
del Jueves Santo fue un rito sagrado, liturgia primaria y constitutiva, con la
que Cristo, comprometiéndose a dar la vida por nosotros, celebró
sacramentalmente, Él mismo, el misterio de su Pasión y Resurrección, corazón de
toda la Misa… El
‘Sacrum’ de la Misa
es una sacralidad instituida por Cristo…
Ese ‘Sacrum’, actuado en formas
litúrgicas diversas, puede prescindir de algún elemento secundario, pero no
puede ser privado de ningún modo de su sacralidad y sacramentalidad esenciales,
porque fueron queridas por Cristo y transmitidas y controladas por la Iglesia. Ese ‘Sacrum’ no puede
tampoco ser instrumentalizado para otros fines. El misterio eucarístico,
desgajado de su propia naturaleza sacrificial y sacramental, deja simplemente
de ser tal. No admite ninguna imitación ‘profana’, que se convertiría muy
fácilmente (si no incluso como norma) en una profanación. Esto hay que
recordarlo siempre, y quizá sobre todo en nuestro tiempo en el que observamos
una tendencia a borrar la distinción entre ‘sacrum’ y ‘profanum’, dada la
difundida tendencia general (al menos en algunos lugares) a la desacralización
de todo. En tal realidad la Iglesia tiene el deber particular de asegurar y
corroborar el ‘sacrum’ de la
Eucaristía” (Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 8).
¿Cómo
aparece ese espíritu de fe en estas oraciones sobre las ofrendas?
En
primer lugar se podría citar un gran amor, una caridad sobrenatural que abrasa
el corazón y para el cual la
Eucaristía es asunto de amor y la liturgia expresión de una
Caridad mayor, que brota de Dios. Por eso pide:
Consecuencia
de este amor, caridad sobrenatural, es celebrar y participar del sacrificio
eucarístico con un corazón libre, sin ataduras, ni esclavitudes: “concédenos,
Señor, ofrecerte estos dones con un corazón
libre, para que tu gracia pueda purificarnos en estos santos misterios que
ahora celebramos”[3].
Así
es como se procede a la celebración del sacrificio eucarístico, consciente de
que la Eucaristía
es el Gran Sacramento del sacrificio de Cristo; entonces es esta divina
liturgia el mayor acto de culto y alabanza: “Acepta, Señor, en la fiesta
solemne de la Navidad
esta ofrenda que nos reconcilia contigo de modo perfecto, y que encierra la plenitud del culto que el hombre puede tributarte”[4].
La
unción, la devoción, el recogimiento, la atención a lo interior, serán notas
necesarias para vivir y ofrecer la santa liturgia: “concédenos, Señor, que… nos
dispongamos a ofrecerte con mayor fervor
este sacrificio de salvación”[5].
De
este modo, las oraciones sobre las ofrendas nos inculcan el espíritu de fe al
ofrecer los dones eucarísticos, disponiéndonos a la Plegaria eucarística. Los
sacramentos –la liturgia en general- son sacramentos de la fe no sólo porque la
presuponen, sino también porque refuerzan y acrecientan la fe. Es lo que enseña
la Constitución
Sacrosanctum Concilium:
“Cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los participantes se alimenta y sus almas se elevan a Dios a fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia” (SC 33).
Y
también el Concilio Vaticano II explica el sentido –tan lejos de la
secularización- de la expresión “sacramentos de nuestra fe” con las
consecuencias que se derivan para vivir la liturgia de la Iglesia:
“No sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la ‘fe’. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad” (SC 59).
“La liturgia sólo con espíritu de fe sobrenatural puede ser entendida y vivida”. Ésta es la verdadera cuestión porque sólo en ese espíritu de fe se puede decir, con verdad, soy cristiano y vivir la liturgia y, desde ella, toda la vida como adoración.
ResponderEliminarNos dice la entrada que “Ese espíritu de fe conduce a vivir con la mayor hondura posible el Misterio de Dios…” porque se convierte en lo único importante para ti y "cualquier añadido" no vale nada o, incluso, es molesto.
De las palabras del Papa Juan Pablo II destacaría: El ‘Sacrum’ de la Misa es una sacralidad instituida por Cristo que no puede ser instrumentalizada para otros fines porque el misterio eucarístico, desgajado de su propia naturaleza sacrificial y sacramental, deja simplemente de ser tal.
¡¡¡Ya no me pierdo en mi imaginación en la oración sobre las ofrendas!!! Y lo noto en el tono de mi atención y recogimiento.
En Murcia se está celebrando un acontecimiento litúrgico (congreso, reunión…, no lo sé muy bien) y ayer concelebraron la Santa Misa en mi parroquia, dedicada a san Miguel, dos obispos y unos cuarenta sacerdotes, participando también varios seminaristas. Fue muy bella; una liturgia muy cuidada. No identifiqué por sus nombres ni sus diócesis a los obispos pero le agradezco al obispo que presidía que repartiera la comunión él mismo a todos los fieles, aunque la Iglesia estaba totalmente llena. Esto demuestra que el sacerdote puede repartir la comunión él mismo a todos los fieles aunque la Iglesia esté llena, excepto si la Iglesia es como un estadio de futbol. No sé si los cuarenta sacerdotes tomarían nota de la acción del obispo ¿Se retrasó mucho la Misa por esta razón? No.
El Señor es mi fuerza y mi energía. Él es mi salvación (del Responsorio breve de Laudes)
Julia María:
EliminarEsa "reunión" eran las Jornadas Nacionales de Liturgia. Como miembro de la Delegación Diocesana de Liturgia de mi diócesis estaba invitado..., pero no he ido. Casi casi... ¡¡coincidimos en Murcia!! jejejeje...
La Providencia que actúa.
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