jueves, 9 de octubre de 2014

La fortaleza que nos viene dada

"Descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.


...Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro,
mira el poder el pecado cuando no envías tu aliento

Sana el corazón enfermo, lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero" (Secuencia de Pentecostés).

"Virtute firmans perpeti" (Himno Veni Creator).

La fortaleza interior nos viene dada como un don precioso del Espíritu Santo. "Sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor" (Sal 36) pero reconocemos que "el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad" (Rm 8). Sin Él, nada podemos.

¿Quién es fuerte? ¿Quién es imbatible? Las fuerzas humanas se agotan y debilitan, dejándonos expuestos a las luchas interiores y a las tentaciones; difícilmente podemos resistir persecuciones exteriores sin una gracia particular del Espíritu Santo, su don de fortaleza.

La fortaleza, recordemos, posee una doble dimensión: nos lleva a resistir pacientemente los males que nos afligen comunicándonos entereza y, por otra parte, la fortaleza es activa para acometer obras buenas, y grandes, y santas por el Señor, sin abandonarlas por las dificultades que se presenten.

Lo expresa muy bien una oración colecta:

"Oh Dios, protector de los que en ti esperan, sin ti nada es fuerte ni santo, multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia para que, bajo tu guía providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos" (OC XVII T. Ord.).

Sin Dios y su Santo Espíritu, nada es fuerte ni santo.

Por el Espíritu del Señor se nos da una fortaleza nueva, divina y sobrenatural:

"El Espíritu Santo comunica también a los seguidores de Cristo, de entre los dones que colman su alma santísima, la fortaleza de la que Él fue modelo en su vida y en su muerte. Se puede decir que al cristiano empeñado en la "batalla espiritual", se le comunica la fortaleza de la cruz" (Juan Pablo II, Audiencia general, 26-junio-1991).

El Espíritu Santo confiere esa fortaleza al alma; es uno de sus dones comunicado en el Sacramento de la Confirmación o Crismación. Renovando la gracia sacramental, sin poner triste al Espíritu ni extinguirlo en el interior del corazón, la fortaleza nos ha sido dada.

"El Espíritu Santo robustece la voluntad, haciendo que el hombre sea capaz de resistir a las tentaciones, vencer en las luchas interiores y exteriores, derrotar el poder del mal y, en particular, a Satanás, como Jesús, a quien el Espíritu llevó al desierto, y realizar la empresa de una vida de acuerdo con el Evangelio" (ibíd.).

La fortaleza engendra la paciencia, porque ser fuerte es saber resistir pacientemente el mal sin rebelarse ni responder al mal con el mal, sino vencer el mal a fuerza de bien. 

"Son virtudes necesarias para una vida cristiana coherente. Entre ellas, se distingue la "paciencia", que es una propiedad de la caridad y es infundida en el alma por el Espíritu Santo junto con la misma caridad, como parte de la fortaleza que es preciso ejercitar para afrontar los males y las tribulaciones de la vida y de la muerte" (ibíd.).

Entonces, invocando al Espíritu, podemos confesar: "El Señor es mi luz y salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?" (Sal 26).

1 comentario:

  1. La virtud de la fortaleza, hábito, propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien de acuerdo a la recta razón, es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien, capacita para vencer la tentación, el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Pero las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, actos deliberados y perseverancia mantenida en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por el don de fortaleza del Espíritu Santo pues para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral.

    Los dones del Espíritu Santo completan y llevan a su perfección las virtudes, por lo que debemos implorarlos siempre, recurriendo a los sacramentos, y cooperando con el Espíritu Santo. A diferencia de las virtudes, los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma. Así la fortaleza es la fuerza sobrenatural que sostiene la virtud moral de la fortaleza para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente para superar la timidez y la agresividad. ”En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” pone en boca de Jesús san Juan.

    El Papa. Juan Pablo II, en su Catequesis sobre el Credo, precisó la enorme necesidad de esta virtud y don en los tiempos que corren: “… fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el cumplimiento del propio deber… encuentra poco espacio en una sociedad en la que está difundida la práctica tanto del ceder y del acomodarse…. Quizá nunca como hoy, la virtud moral de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo.

    Veni creator spiritus, mentes tuorum visita imple superna gratia quae tu creasti pectora

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