viernes, 4 de julio de 2014

Salmo 150: Alabad al Señor en su templo, alabadlo...

Prosiguiendo la catequesis de interpretación y lectura espiritual de los salmos, llegamos hoy a un salmo que es una pequeña perla dentro del salterio, el salmo 150, el último de los salmos. Forma parte del grupo de los salmos “Laudate”, porque estos salmos invitan a la alabanza, o “aleluyáticos”, que también se llaman, porque aunque nosotros traducimos por “alabadlo”, en el original se emplea la palabra “Aleluya”. 


Este salmo es la corona de todo el libro de los Salmos, del Salterio entero. Representa este salmo el colofón de la alabanza, cerrando el Salterio con un cántico de grandeza proclamando las maravillas de Dios, y, por tanto, al contemplar la gran obra de Dios y contemplar a Dios mismo que se nos da en Cristo, la respuesta es la alabanza y la adoración.
   
 “Alabad al Señor en su templo, 
alabadlo en su fuerte firmamento, 
alabadlo por sus obras magníficas, 
alabadlo por su inmensa grandeza”. 

Estas son las obras magníficas: la creación, la encarnación del Verbo, la pasión y la muerte porque es la obra de nuestra salvación, el descenso a los infiernos, la resurrección, la ascensión Pentecostés, el nacimiento  de la Iglesia. ¡Son magníficas las obras de Dios! “Alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza”. Dios es grande, Dios es un Misterio, Dios es el Misterio; podemos conocer algo de Dios pero siempre será mayor lo que no conozcamos, mayor que nuestros pensamientos, Dios es mayor que nuestra experiencia (a veces decimos eso de “experiencia de Dios”, con un lenguaje impreciso, porque Dios sobrepasa nuestra experiencia que es muy limitada). Dios es Dios. Dios es el único Señor.

    E invita a la alabanza con una serie de instrumentos. Presenta en el fondo como una sinfonía donde todos tienen algo que aportar para elevar un único canto de alabanza al Señor. 

¿Cómo es esta sinfonía? 

Utilizando trompetas, arpas, cítaras, tambores y danzas, trompas y flautas. Es el homenaje de la música, cuando es música de calidad –armónica, melodiosa, nada estridente, sagrada-; la música cuando es verdadera eleva el espíritu, es de las expresiones más nobles de la humanidad, de las expresiones más bellas que elevan, que trascienden. Por eso se invita a hacer una sinfonía musical, una alabanza, un único canto al Señor. “Alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes”. El espíritu al alabar al Señor con esa música, con ese canto, se eleva pero gozando en su máxima expresión, “con platillos sonoros, con platillos vibrantes”. Nada de estar apagados, que estamos adorando al Señor.


“Todo ser que alienta alabe al Señor”. 

Todas las criaturas que recita el cántico del profeta Daniel:  

“criaturas todas del Señor, bendecid al Señor; 
mares y ríos, bendecid al Señor; 
cetáceos y peces, bendecid al Señor; 
lluvia y rocío, bendecid al Señor”

Y nos podemos preguntar: ¿cómo bendicen al Señor los mares, los ríos, los cetáceos? Haciendo lo que tienen que hacer, respondiendo a aquello para lo que han sido creados.  El pájaro, cuando canta, ensalza al Señor porque está desarrollando aquello mismo para lo que ha sido creado y los peces nadando, exactamente lo mismo. Nosotros “criaturas todas del Señor”, siervos del Señor, ¿cómo alabar al Señor? Alabamos al Señor viviendo, desarrollando lo humano, “ofreced vuestros cuerpos como culto agradable a Dios” (Rm 12,1). Ese cuerpo en sacrificio, y “ya comáis, ya bebáis, ya durmáis, todo para gloria de Dios”. Es hacer de la vida una liturgia, una alabanza: “Todo ser que alienta alabe al Señor”. San Pablo nos invita a “cantar a Dios”, ¡a cantar!, a darle gracias de corazón “con salmos, himnos y cánticos inspirados”, y así se traduce la liturgia en “todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la acción de gracias”, ofreciendo la Eucaristía, “a Dios Padre por medio de él”.

    Éste es el sentido de la alabanza. La Iglesia, repitámoslo también en esta ocasión, ha sido creada como un Cuerpo para alabar al Señor. Se dice que la Iglesia lo que tiene que hacer a los pobres, y de hecho existe esa mentalidad de reducir la Iglesia a agencia de asuntos sociales. No, no somos una agencia social,  lo dice Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte. Otros, ya a otros niveles, afirman que la Iglesia está para defender la justicia, la Iglesia está para condenar el terrorismo, etc.; es verdad en parte, pero no sólo para eso: también la Iglesia está para defender la vida y la familia y al hombre en su humanidad concreta ante la dictadura del relativismo y la cultura de la muerte (aunque eso no guste tanto a los ideólogos). 

Y la Iglesia está y en primer lugar, me parece a mí, está para alabar y glorificar al Señor, la dimensión  litúrgica, espiritual, de la alabanza, del canto, de la música, de la plegaria litúrgica, del sacrificio eucarístico, de la alabanza de las Horas, de la adoración al Señor en el Sagrario y en la custodia. También para eso está la Iglesia. Este salmo resume entonces su esencia: “Todo ser que alienta alabe el Señor”.

    Alabemos también nosotros al Señor y que toda nuestra vida sea una alabanza al Señor, que brota, como de una fuente, de la Eucaristía que cada día celebramos, de las Laudes y Vísperas que cada jornada entonamos.

2 comentarios:

  1. Ante sus obras que se reseñan en la entrada, ante el conocimiento de Dios Padre en Cristo (Él así lo dijo), la respuesta sólo puede ser la alabanza y la adoración. Del insondable misterio de Dios podemos conocer lo que Él nos ha mostrado en la Historia de la Salvación, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y podemos conocerle en la Iglesia siempre que no rebajemos ese conocimiento a lo que muchas veces se llama “experiencia de Dios” (subjetiva). Se vuelve a predicar, después de muchos años sin hacerlo, sobre la precaución que debemos tener en cuanto a “estas experiencias”. Ayer, día en el además de celebrar la vida de santo Tomás, celebramos los 4 años de la ordenación de don Óscar, el joven sacerdote que ayuda al párroco, su homilía (cada día que pasa predica mejor) nos lo recordó: cuidado con construirnos un Dios a nuestra medida, cuidado con esa experiencia de Dios que no me saca de mi comodidad.

    El salmo invita a la alabanza con una serie de instrumentos, sinfonía que eleva el espíritu en una única alabanza, en un único canto al Señor: “Haciendo lo que tienen que hacer, respondiendo a aquello para lo que han sido creados”; buena pregunta y mejor respuesta. Vibrantes, sonoros; “Nada de estar apagados, que estamos adorando al Señor” me gusta la frase por su plasticidad. Y mira que cuando comencé a rezar la Liturgia de las horas, esta salmo me costaba horrores pues, mujer tan práctica, lo encontraba demasiado repetitivo… ¡Qué tonterías se piensan cuando eres joven!

    Totalmente de acuerdo “la Iglesia está y en primer lugar… para alabar y glorificar al Señor” y si esa alabanza y glorificación es verdadera y no ‘de boca para afuera’ todo lo demás viene por añadidura

    Convierto en oración sus palabras: ¡Que toda nuestra vida sea una alabanza al Señor, que brota, como de una fuente, de la Eucaristía que cada día celebramos, de las Laudes y Vísperas que cada jornada entonamos!

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    1. Julia María:

      ¡Es verdad! Siendo jóvenes se piensan tonterías muchas veces; algunos incluso las siguen pensando cuando son mayores en edad -pero adolecentes interiormente-.

      Veo que le agrada el comentario a este salmo; es evidentemente una homilía, transcrita, que conserva en exceso el estilo oral.

      ¡Alabemos, alabemos siempre! Unámonos al cosmos que glorifica a su Creador; alabemos con todo nuestro ser, nuestra alma, nuestros afectos, nuestra inteligencia.

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