sábado, 28 de agosto de 2010

Padre de la Iglesia, doctor de la Gracia, ¡San Agustín!

En San Agustín se cumple perfectamente aquello que una y otra vez predicó, y que modifica profundamente el ser personal abriendo a unas perspectivas de gracia y de vida teologal nueva, diferente y plenificante; "sin Mí no podéis hacer nada". Es la vida de Cristo en él y Agustín totalmente insertado en Cristo. Toda esa es la fuente de la mística agustiniana: lo que predicó, lo vivió. Pero oigámoslo primero a él, en aquello que va a constituir una experiencia fontal en la vida profunda de Agustín:


    El auténtico maestro, que a nadie adula y a nadie engaña; el verdadero doctor y a la vez salvador al que nos conduce el insoportable pedagogo, al hablar de las buenas obras, es decir, de los frutos de los sarmientos, no dice: “Sin mí podéis hacer algo, aunque os será más fácil con mi ayuda”, ni tampoco: “Podéis dar fruto sin mí, pero será más abundante con mi ayuda”. No es esto lo que dijo. Leed sus palabras; se trata del Evangelio santo al que se someten las cervices de todos los soberbios. No lo dice Agustín, sino el Señor. ¿Qué dice el Señor? Sin mí nada podéis hacer. (Serm. 156,13).
Y para evitar que alguno pudiera pensar que el sarmiento puede producir algún fruto, aunque escaso, después de haber dicho que éste dará mucho fruto, no dice que sin mí poco podéis hacer, sino que dijo: Sin mí NADA podéis hacer. Luego sea poco, sea mucho, no se puede hacer sin Aquel sin el cual no se puede hacer nada. Y el sarmiento da poco fruto, el agricultor no purgará para que lo dé más abundante; pero, si no permanece unido a la vid, no podrá producir de suyo fruto alguno. Y puesto que Cristo no podría ser la vid si no fuese hombre, no podía comunicar esta virtud a los sarmientos si no fuese también Dios. (Trat. Io. 81,1-3).

    Podríamos afirmar que aquí radica toda clave: San Agustín, tras su encuentro profundo con Dios que revolucionó toda su existencia y tocó sus fibras más sensibles, culminando en el bautismo en aquella memorable vigilia pascual en Milán, se convirtió en un hombre de Dios, pertenecía por completo a Él, desarrolló una vida teologal amplía, riquísima. Agustín se rindió a la gracia de Dios tal como él mismo narra en el libro 10 de las Confesiones, tan conocido:
“Tarde te amé, belleza tan Antigua y tan Nueva, tardé te amé! El caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando, y, como un engendro de fealdad, me abalanzaba sobre la belleza de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistente. Me llamaste, me gritaste, y desfondaste mi sordera. Relampagueaste, resplandeciste, y tu resplandor disipó mi ceguera. Exhalaste tus perfumes, respiré hondo, y suspiro por ti. Te he paladeado, y me muero de hambre y de sed. Me has tocado, y ardo en deseos de tu paz” (Conf. 10,16,37).



    Va profundizando, aquel que tanto predicaba “Canta y camina” en la experiencia de la Gracia, de ser sarmiento unido a la vid, y comprobando día a día que sin Cristo ni podía ni era nada:

    ¡Oh desgraciada enfermedad! El médico llama hacia sí y el enfermo se deshace en contiendas. Piensa bien lo que nos dice cuando llama: Venid a mí todos los que estáis fatigados. ¿Con qué os fatigáis, sino con el fardo de los pecados, con el yugo de una mala tirana, la maldad? Venid a mí, pues, todos los que estáis fatigados y estáis sobrecargados y yo os aliviaré. Yo que os hice os restableceré. Yo, dice, os restableceré, porque sin mí nada podéis hacer. (Serm. 30,8).

Es por esa misma experiencia por la que Agustín avanza descubriendo en su interior al que es más interior que Él mismo; y el que buscaba fuera, buscaba incansablemente lo que llenase su corazón, buscaba y no encontraba, se equivocó de camino muchas veces, hasta que descubrió el verdadero Camino que es Cristo y a Él se entregó. Entonces, el Médico de las almas, Luz del mundo, fue iluminando interiormente, Cristo fue iluminando aquello que todavía aún, quedaban zonas de su alma oscuras e irredentas. Él queda iluminado, curado, el Señor hizo en él maravillas.

Dejando obrar la gracia, san Agustín se convirtió en el santo que conocemos, que admiramos, que es verdadero Maestro. Ojalá sus obras sean para nosotros lectura frecuente, alimento, manantial. Que él nos lo conceda, que él interceda por nosotros.

2 comentarios:

  1. San Agustín me maravilla cada vez que leo sus escritos.

    Dios le bendiga D. Javier.

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  2. A mí también me maravilla... Y creo que se nota mi admiración por él.

    Saludos cordiales, que ya hacía tiempo que no escribía.

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