lunes, 8 de mayo de 2023

Una teología básica de la liturgia - Recapitulación, 2 (SC - XXV)



3. La comprensión del fenómeno de la liturgia se acrecienta cuando se considera cómo la obra de la salvación de Cristo (SC 5) se actualiza y la liturgia es canal de esa salvación de Cristo. Es la liturgia un momento más, momento último, de la historia de la salvación (cf. SC 5-6). Se realiza “la obra de la salvación” (SC 6) por medio de los sacramentos y de la vida litúrgica de la Iglesia.


  
          4. Pero, para esta “obra tan grande” (SC 7), realmente excepcional, la liturgia tiene por Autor a Cristo, Sumo y eterno Sacerdote, que se hace presente, de distintos modos, en la sagrada liturgia. Esta presencia de Cristo, multiforme, rompe el horizontalismo en la liturgia, el estar encerrados en el “yo”, en la “asamblea” o “grupo”, marcando cómo la liturgia no es algo que la fabriquen los hombres y ellos se autocelebren y recuerden sus compromisos éticos o sociales, estimulándose unos a otros… sino que la presencia de Cristo remite a la verticalidad de la liturgia reconociendo que es un don que se nos da y que la liturgia la realiza Jesucristo haciéndose presente (y el sacerdote es instrumento, no acaparando la liturgia que no es suya ni mucho menos). Había, pues, que sacar las consecuencias de lo que significa la presencia de Cristo en la sagrada liturgia.

            La liturgia recibe una definición teológica en esta constitución Sacrosanctum Concilium. Es “el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo” (SC 7) por el cual sigue glorificando al Padre y santificando a los redimidos. Esta obra se realiza con “signos sensibles” (SC 7) que significan y realizan a un tiempo –no son meros símbolos ni construcciones artificiosas de los hombres ni celebraciones que hacen reconocer lo que estaba implícito o anónimo en nosotros (autoconciencia, al estilo de Karl Rahner)-, realizan a un tiempo, decíamos, “la santificación del hombre” (SC 7). Con todo esto se realiza el culto público íntegro uniéndose Jesucristo a su Cuerpo que es la Iglesia. Por eso la liturgia es obra del Cristo total, Cabeza y miembros. Tal es su importancia, que merece ponerse de relieve, al ser una “acción sagrada” (SC 7) y recibe gran honor porque su eficacia “con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7).


            Así pues, ni la liturgia es secundaria, ni es opcional, ni es simple fiesta o encuentro humano, ni brota del “nosotros” o del grupo. El Vaticano II, con sus textos, señala lo contrario, marca una dirección opuesta, a lo que generalmente se afirma de la liturgia y al mal uso –e incluso abuso- de los libros litúrgicos, tan extendido por doquier.


            5. La perspectiva escatológica engrandece más aún, si cabe, el misterio de la liturgia. Trascendiendo el espacio y el tiempo, por la comunión de los santos, la liturgia terrena se celebra en unión a la liturgia celestial, refleja la liturgia del cielo –en su belleza, unción y adoración- y el cielo se une a la tierra en toda acción litúrgica: “En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén…” (SC 8).

            Vivida y celebrada así, la liturgia ordena nuestros pasos hacia la patria del cielo, nos resitúa como peregrinos, acrecienta la esperanza sobrenatural, aguardamos la plenitud de la vida eterna que ya se ha iniciado, mientras esperamos la Parusía, la segunda venida de Cristo en gloria y majestad acompañado de sus santos.

            Este punto de la enseñanza conciliar aleja de todo inmanentismo, supera la reducción del Reino de Dios al mero progreso temporal de la sociedad humana, limita lo profano y secular que se ha introducido en la liturgia. Es un correctivo a una liturgia únicamente terrenal, social, que alienta sólo el compromiso en las tareas seculares, al modo de un mitin enardecedor de las masas. Nada de esto tiene cabida.


            6. Es verdad que “la sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia” (SC 9) porque antes debe darse la evangelización, la predicación misionera, y también la catequesis transmisora de la fe católica. A ello hay que sumar la actividad caritativa y las obras de misericordia, tanto comunitarias, como personales. Todas estas realidades forman parte de la vida y misión de la Iglesia y todas son necesarias. Pero no agotando la liturgia toda la actividad de la Iglesia, sin embargo “la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10).

            “Fuente y cumbre”: todo va desembocando en la liturgia, todo –la evangelización, la catequesis, la caridad- conduce a la liturgia… y de la liturgia, bien vivida e interiorizada, como de una fuente, surge el impulso apostólico y evangelizador, sostiene la caridad, ablanda el corazón endurecido para vivir las obras de misericordia corporales y espirituales.


            7. Como la liturgia no es un rito mágico, automático, sino la acogida del don santificador de Dios, los fieles todos (¡ministros incluidos!) deberán vivir la liturgia con unas disposiciones personales claras y concretas, con una preparación interior para que la liturgia sea fructuosa y la participación sea plena, interior, consciente.

            Tales actitudes interiores “para asegurar esta plena eficacia” (SC 11) son: la recta disposición de ánimo, el poner en consonancia el alma con la voz, el colaborar con la gracia divina. Así todos los fieles participarán, como dice una oración privada, “digna, atenta y devotamente”.


            8. Tampoco la liturgia agota toda la vida espiritual. No ha pasado de moda la oración personal ni las devociones particulares ni los ejercicios piadosos, sino que son complemento y extensión de la vida litúrgica. La primacía la tiene la liturgia, fuente y cumbre, oración de toda la Iglesia, pero no excluye sino que alienta el espíritu adorante y contemplativo de la oración personal y también de los ejercicios piadosos.

            Cada elemento tiene su lugar y su momento, ni son rivales ni hay que desechar uno en favor del otro (cf. SC 12-13). La oración personal, la meditación diaria, así como el rosario, o el ángelus, o el vía crucis (u otras devociones) se integran en la vida cristiana dando hondura a lo que se vive en la liturgia; y la liturgia pide luego el contacto íntimo, reposado, del fiel con el Señor.


            9. Se podría decir que “participación” es casi una categoría teológica de la liturgia, un principio inspirador que recorre la constitución Sacrosanctum Concilium buscando la mejor vivencia del Misterio, insertándose en la vida litúrgica, empapándose de la espiritualidad litúrgica, tomando parte en la acción común de la liturgia. Para ello están “las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales” así como guardar “a su debido tiempo, un silencio sagrado” (SC 30).

            La participación en la liturgia es un hecho espiritual, que implica a todos, sin reducirlo a la intervención directa, y tan abusiva en ocasiones, de fieles en el presbiterio desempeñando algún servicio litúrgico (aunque sea leer una petición con tal de hacer algo). Nada en la Sacrosanctum Concilium avala ese falso concepto de participación activa como si fuese intervención directa haciendo algo. Insistamos: la participación es un hecho espiritual, tomando parte en la acción común litúrgica.

            Se pretende superar la pasividad de todos durante la liturgia, o considerarla como una devoción personal más a la que se asiste en silencio completo todo el tiempo, o una ceremonia de obligada asistencia que no toca el corazón. Sacrosanctum Concilium afirma: “que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores” (SC 48).

            Explicando este principio, Benedicto XVI decía:

            “Tras la Primer Guerra Mundial, había ido creciendo precisamente en Europa Central y Occidental el movimiento litúrgico, un redescubrimiento de la riqueza y profundidad de la liturgia, que hasta entonces estaba casi encerrada en el Misal Romano del sacerdote, mientras que el pueblo rezaba con sus propios libros de oraciones, compuestos según el corazón de la gente; se trataba de este modo de traducir el alto contenido, el lenguaje elevado de la liturgia clásica, en palabras más emotivas, más cercanas, al corazón del pueblo. Pero eran como dos liturgias paralelas: el sacerdote con los monaguillos, que celebraba la Misa según el Misal, y al mismo tiempo los laicos, que rezaban en la Misa con sus libros de oración, sabiendo básicamente lo que se hacía en el altar. Pero ahora se había redescubierto precisamente la belleza, la profundidad, la riqueza histórica, humana y espiritual del Misal, y la necesidad de que no fuera sólo un representante del pueblo, un pequeño monaguillos, el que dijera: “Et cum spiritu tuo”…, sino que hubiera realmente un diálogo entre el sacerdote y el pueblo; que la liturgia del altar y la liturgia de la gente fuera realmente una única litúrgica, una participación activa; que la riqueza llegara al pueblo. Y así la liturgia se ha redescubierto, se ha renovado”[1].


            10. Era necesario acercarse a la Sacrosanctum Concilium y detenerse en los grandes principios teológicos de la naturaleza de la sagrada liturgia. Las sorpresas se pueden suceder una tras otra cuando realmente se lee este Concilio en su doctrina litúrgica y no coincide con lo que se suele decir que el Concilio dijo.

            Ahora bien, esta bella exposición de principios teológicos, esta consideración teológica de la liturgia, ¿se ha extendido, se ha divulgado, se ha plasmado en la vida parroquial? ¿Se ha estudiado, se ha enseñado en catequesis, cursos, retiros?

            La crisis de la liturgia no es sino reflejo de la amplísima secularización. La adopción de categorías extrañas a la liturgia la ha desvirtuado: categorías seculares, festivas, sociales, democraticistas, etc… La sacralidad se ha difuminado, la solemnidad se ha arrinconado, el silencio ha desaparecido. Pero ni mucho menos eso corresponde a la verdad de la liturgia ni a lo que la constitución Sacrosanctum Concilium dictó.

            Urge, pues, por el bien pastoral, por una verdadera pastoral, ahondar en la teología de la liturgia, explicarla y catequizar, celebrar mejor con absoluta fidelidad a los libros litúrgicos, desterrar los malos usos y los abusos (grandes o mínimos) que se han generado, fomentar una nueva mentalidad, incrementar la educación litúrgica de clero y fieles, beber de la espiritualidad litúrgica más genuina.

            Éste ha sido el intento y el deseo al ofrecer las grandes líneas teológicas de la constitución Sacrosanctum Concilium, como Juan Pablo II invitaba: “Los principios directivos de la Constitución, que sirvieron de base a la reforma, son fundamentales para conducir a los fieles a una celebración activa de los misterios, «fuente primaria y necesaria del espíritu verdaderamente cristiano». Dado que la mayor parte de los libros litúrgicos han sido publicados, traducidos y puestos en uso, es necesario mantener constantemente presentes estos principios y profundizarlos”[2].



[1] Benedicto XVI, Disc. en el encuentro con los párrocos y el clero de Roma, 14-febrero-2013.
[2] Juan Pablo II, Carta ap. Vicesimus Quintus Annus, n. 5.



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