jueves, 4 de mayo de 2023

Elegidos, son testigos de su amor (Palabras sobre la santidad - CVIII)



            Toda la vida cristiana es un continuo caminar, progresando, hasta desarrollar toda la gracia del bautismo, es decir, vivir la perfección cristiana que es la santidad. Peregrinos y caminantes, viatores, así somos cristianos, hasta la meta de la santidad


            Desde toda la eternidad, antes de la creación del mundo, Dios nos ha elegido y predestinado para ser santos e irreprochables ante Él por el amor, para que alcanzáramos la bienaventuranza divina por el camino de las bienaventuranzas, llegando así a gozar de Dios mismo. Los bienaventurados del cielo ya gozan de Dios y se gozan en el ser de Dios, alabándole por siempre, recibiendo su Amor en plenitud y sin medida.

            En el bautismo, se recibe la gracia que nos hace ser capaces de ser amados por Dios como hijos suyos muy queridos, ya que reproduce en nuestras almas la belleza espiritual de Dios, la imagen de su Hijo. Se recibe de manera incoada y luego se va desarrollando a lo largo de la vida, correspondiendo a la gracia. Este don precioso, hecho en el bautismo, nos capacita para ir conociendo y amando a Dios. Éste es el misterio de su elección sobre nosotros, éste su designio salvador.


            Siendo así las cosas, lo recibido sacramentalmente debe desplegarse y hacerse don vivido. “Para alcanzar la madurez del amor [la santidad] –que lo habilitará para poder gozar eternamente de Dios-, el hombre debe, antes, vivir entre los hombres. Es en medio de sus hermanos donde debe ejercitarse en la lucha humana [la santidad es combate], para liberarse cada vez más de las tendencias que ahogarían en su interior la luz de Dios” (Pinell, J. M., Año litúrgico y vida cristiana, Barcelona 2003, 5).

            En este misterio de elección, la santidad, con su lucha espiritual, su crecimiento, su desarrollo de la gracia, convierte al santo en un privilegiado e importante testigo del Amor de Dios en la historia, testigo del Amor entre los hombres.

            “En gran parte, nuestra vida es hija de quienes vivieron muchos años antes que nosotros. Y sabemos que también nuestra vida condiciona, en parte, la de quienes vendrán después. Aquello que más unifica esta gran corriente fluvial de vidas humanas, que es la historia, es la mirada de Dios que la cuida atentamente; la sabiduría con la que prevé un hecho como causa de otro hecho que lo seguirá.

            Incluso antes de que el género humano existiera, Dios ya cuidaba providencialmente del mismo; y, estableciendo el orden querido a la creación material, preparaba el cuerpo del hombre, al que infundiría su espíritu no debía ya morir jamás.

            Desde la creación del hombre, Dios ya contempló en él a su pueblo: la caída de Adán constituyó una ruina colectiva.

            Comenzaba una historia, tejida de intervención de Dios y del hombre. Y Dios inició al hombre en el arte de amar. Le demostró que la fidelidad, que sabe superar todas las dificultades que provienen de otro, constituye la forma más pura del amor. Y que el amor, desde esta perspectiva, el amor denso y puro, puede llegar a vencer todas las resistencias. Dios es paciente, es firme, es fuerte, porque es amor.

            Será una larga historia, en la que cada día se pondrá de manifiesto lo mismo: que el hombre es débil y que Dios es fuerte. Pero cada día lo pondrá de manifiesto a una nueva conciencia.

            Pondrá de manifiesto que resistirse al amor es una locura; y quien se empeñe en hacerlo no será capaz de contradecir a Dios definitivamente, a no ser por una trágica contradicción de sí mismo.

            Dios es amor y es maestro de amor para quien quiera aprender a amar” (Id., 7).

            Los santos fueron luminosos y claros testigos de este Amor, primero porque lo recibieron en sus vidas y su Amor lo fue todo; segundo, porque Dios les fue enseñando a amar, con caridad sobrenatural, de un modo distinto a los amores terrenos teñidos de egoísmo y así amaron y difundieron el Amor de Dios. Fueron elegidos y predestinados por el Amor de Dios para amar con ese mismo Amor. Así dieron testimonio constante.

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