jueves, 3 de febrero de 2022

La nube en los textos del AT (y II)



         Daremos un nuevo paso. El primer libro de los Reyes relata la consagración del Templo auténtico. Templo que sirvió al redactor sacerdotal en el exilio para proyectarlo a las leyes relativas al culto en el Sinaí, situando allí todo lo que, referente al culto, se hacía en Jerusalén antes del exilio babilónico.



         La consagración del Templo es rubricada, de forma solemne, con la venida de la nube que hace visible la gloria y majestad del Señor. Dice así la Escritura: "Mientras los sacerdotes salían del lugar santo, una nube llenó el templo del Señor, de modo que los sacerdotes no podían oficiar, por causa de la nube. La gloria del Señor llenaba el templo" (1Re 8,10-11). El Templo es el signo fundamental de la presencia del Señor en medio de su pueblo.

Este pasaje está considerablemente ampliado con interpolación de discursos del deuteronomista... David había llevado el arca, signo visible de la presencia de Yahvé a Jerusalén, la antigua ciudad yebusea... Salomón ahora toma el arca de la ciudad de David... en una procesión festiva... La entrada del arca en el nuevo templo, que simboliza la toma de posesión de su casa por Yahvé, es la principal ceremonia de la dedicación, pues el templo, de acuerdo con el deseo de David, al que ahora da cumplimiento Salomón, ha sido construido para Yahvé, que mora sobre el arca[1].

 
         Este Templo es una casa construida por los hombres para significar realmente que el Señor está en medio de ellos. "Tú, Señor, dijiste que habitarías en una nube oscura. Pero yo te he construido una casa, para que vivas en él, un lugar donde habites para siempre" (1Re 8,12b-13). El Templo se concibe como la morada de Dios con los hombres para siempre, siendo el signo evidente de la comunión entre Dios y su pueblo Israel. El Templo queda consagrado tras la traslación del arca (1Re 8,1-9), por medio de la teofanía que el Señor realiza: la nube llenó el templo, identificando en este texto la nube con la misma gloria del Señor[2], que toma posesión por siempre del Templo[3]. 

         Es interesante, de forma muy especial, en este relato, la prefiguración que podemos encontrar de Jesucristo como el Nombre de Dios en medio de su pueblo. El Templo es la Casa construida en honor del Nombre de Yahvé, según la oración de Salomón, recordando lo que Yahvé dijo a su padre David por "haber pensado en tu corazón edificar una Casa a mi Nombre" (1Re 8,18b). El Nombre sabemos que se refiere a Dios mismo; y el "Nombre-sobre-todo-Nombre" (Flp 2,9) es, según san Pablo, el mismo Cristo Jesús. De tal forma que la Casa edificada al Nombre del Señor será referida a Cristo Jesús (será lo que veremos al analizar la Anunciación del Señor en la perícopa lucana, y al que nos remitimos desde ahora).


         Este texto de la posesión del Señor del Templo de Jerusalén por medio de la nube, remite a dos textos más que son paralelos y en los cuales la gloria del Señor se manifiesta en relación al Templo como presencia salvadora y lugar de comunión entre el Señor y su pueblo: Dios invade el Templo por medio de la nube. El primero es un texto de Ezequiel, en torno al cual se funda el círculo sacerdotal, y en el cual el Templo tiene una gran importancia, puesta de relieve en todos los textos redactados -o retocados- por el sacerdotal. El texto de Ezequiel (43,5) en el que nos vamos a detener, está dentro de un contexto muy determinado. Desde el destierro, Ezequiel, siguiendo los esquemas que él conoció antes del exilio, proyecta la reconstrucción de Israel y del Templo, relatado en forma de visiones o de oráculos sobre el futuro, que abarca la última sección del libro del profeta (40-48,35), predominando un tono cultual-legislativo, propio del sacerdotal. 

En este contexto, Ezequiel ve cómo, una vez reconstruido el Templo a la vuelta del pueblo a la tierra de Israel, el Señor lo consagra con su presencia. Dice Ezequiel: "el espíritu me levantó y me introdujo en el atrio interior. La gloria del Señor llenaba el Templo" (Ez 43,5). Este texto, aunque no lo mencione explícitamente, está referido a la nube. Ésta invade el Templo, lo llena y lo cubre con su sombra, haciendo que el kabod del Señor consagre el Templo como nueva morada del Señor con su pueblo. Así, la esperanza de volver a la tierra tras el exilio, requerirá una conversión y una vuelta a la comunión con el Señor rota por las infidelidades de Israel[4], y un nuevo período de alianza, con la certeza de que el Señor estará en medio de su pueblo.


         Presencia del Señor, ratificadora de una nueva -futura, en este caso- etapa del pueblo elegido, asegurada por la gloria del Señor. Esta gloria la debemos entender como poder, como la majestad y santidad de Dios que cubre el Templo, que lo llena. La nube es la gloria y poder del Señor que abre un período nuevo de relaciones entre el Señor y su pueblo que se compromete a ser fiel a la Ley.


         Finalmente, una presencia consoladora y gloriosa del Señor al final de los tiempos, en la Jerusalén celestial. Es el libro del Apocalipsis que toma el motivo del Templo para expresar la gloria del Señor en la Jerusalén del cielo nuevo y de la tierra nueva: "el templo se llenó del humo de la gloria y del poder de Dios, y a nadie se le permitía entrar en el templo mientras no se consumasen las siete plagas de los siete ángeles" (Ap 15,8). Es un texto que recuerda claramente a 1Re 8,10, con unas resonancias escatológicas: el pueblo de los redimidos goza ya de la presencia consoladora del Señor, al final de los tiempos, y ve este pueblo cómo el Señor, tras el peregrinaje en la Jerusalén terrena, está en medio de ellos, manifestando su gloria. Es una alianza plena y definitiva que culmina todas las alianzas que antes hemos visto ratificada por la gloria del Señor en la nube. Es una presencia definitiva de un pueblo nuevo, el pueblo de los redimidos, que participa ya en un culto y liturgias distintos: la liturgia celestial.


         Es ya el momento de pasar al N.T. para ver la Anunciación y la Transfiguración del Señor Jesús. Él es nuestra salvación y el cumplimiento pleno de todas estas realidades que son figuras y profecías del misterio salvador de Jesucristo:


Es evidente que no sólo toda la Ley y los Profetas penden de estos dos mandamientos: amor a Dios y amor al prójimo -como hasta el momento de su venida lo afirma el Señor-. Sino también cualquier otro libro que, para nuestra salud, fue posteriormente escrito y conservado. De modo que en el AT está oculto el Nuevo, y en el NT está revelado el Antiguo (S. AGUSTÍN, Tratado catequístico, 1,4,8).




    [1] CBSJ, 10:18.
    [2] Basta comparar 1Re 8,10b con la afirmación tajante de 1Re 8,11b.
    [3] Es evidente que dentro de la teología del pueblo de Israel, a pesar de sus muchas fuentes y diversidades, no se puede concebir que un Templo sea la morada de Dios, puesto que Éste es infinito e inabarcable; sí, por el cambio, es un signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Cfr. 1Re 8, 23-30.
    [4] "Para Ezequiel la causa del cercano hundimiento de Israel está... en que Israel desfallece en el terreno de lo santo; que Israel ha profanado el santuario; que se vuelve hacia otros cultos y que ha metido a los ídolos en su corazón; resumiendo: que Israel 'se ha vuelto impuro' ante Yahvé; ésta es la causa de su castigo", RAD, Gerhard Von, Teología... Vol. II. Salamanca, 1990 (6ª), p.280.

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